Jean Meyer
La cuestión chechena

Dmitri Radyshevsky escribía en septiembre, cuando Shamil Bassaiev golpeaba a Daguestán: ``Cosechamos la tormenta, después de haber sembrado el viento, sin arrepentirnos. Hemos financiado, armado, entrenado a los `guerreros del Islam' contra el `imperialismo y el sionismo' en Libia, Egipto, Palestina, Irán, Irak, Jordania. Los estadunidenses han hecho lo mismo en América Latina, contra los regímenes comunistas, y hoy, la muerte blanca pega a su juventud. Ahora pagamos, pero los que mueren (habla de las víctimas de los bombazos en varias ciudades rusas) son ciudadanos inocentes, no son los veteranos del KGB. Somos los herederos del imperio en el Cáucaso. Ermolov hizo la conquista, ¡a que precio! Luego Stalin deportó a naciones enteras. Luego vino la guerra de 1994-1996 con sus 80 mil muertos''. ¿Qué ha de pensar ahora, cuando la segunda guerra de chechenia está en su tercer mes?

Hoy en día los intereses geopolíticos pueden defenderse por medios geopolíticos menos sangrientos, pero 150 años de presencia ruso-soviética no han puesto fin a una sociedad preestatal, prefeudal, una sociedad tribal cuyas actividades principales eran y han vuelto a ser la ganadería y la rapiña: robo, secuestro, guerrilla. Unos dicen, como Solzhenitsyn, que Rusia debe abandonar a los chechenos a su destino y retirarse sobre la frontera histórica cosaca del río Terek; dicen que si Rusia quiere guardar ese país, el cual, en el fondo, sería su última colonia, debe hacer lo de siempre: cañonear y entonces hacerlo de la más profesional manera que sea. Lo que está haciendo. Pero se preguntan: ¿Ese capítulo histórico no habrá terminado? La historia colonial imperial puede redituar en política interior, pero no es el camino más corto hacia la modernidad y la democracia.

Otros se preguntan: ¿Y qué quieren los chechenos? Difícil saberlo. Nos equivocamos cuando creemos que un pueblo unánime quiere la independencia y odia a los rusos. Los ingushetos, hermanos de los chechenos, unidos en la misma república hasta 1991, optaron por Rusia cuando unos chechenos proclamaron entonces la independencia; hoy en día la máxima autoridad espiritual, el mufti Kadírov, viaja a Moscú para entrevistarse con el primer ministro y negocia la rendición de la segunda ciudad chechena, Gudermes. En Rusia vive una diáspora de 600 mil chechenos que no quieren renunciar a la ciudadanía rusa, la población ruso-chechena que vive al norte del río Terek nunca fue muy entusiasta por la causa independentista. ¿Se podría soñar con un referéndum en Chechenia para saber lo que quiere la gente pacífica, atrapada entre la violencia de los señores de la guerra chechenos y de los generales vengadores rusos?

No sé lo que pensaba el soldado ruso en la sierra caucásica, hace 150 años; quizá la idea que el zar ortodoxo lo mandaba a pelear contra el mahometano lo sostenía; en 1994-1996, el soldado ruso no quería pelear, no sabía lo que estaba haciendo en ese lugar. Nadie lo sabía en toda Rusia; ni en el Kremlin sabían. Ahora, parece que el soldado sabe que se encuentra, adentro de las fronteras de la Federación Rusa, para ``erradicar el cáncer del terrorismo y del bandolerismo''; sabe que cuenta con el apoyo de toda la nación y de todas las fuerzas políticas unidas detrás del gobierno y del ejército.

Por cierto esa ``unión sagrada'', frente a un mundo que quiere lo peor para Rusia (eso creen muchos rusos), ha hecho olvidar que, normalmente, estaría inmersa en una agitadísima campaña electoral: las legislativas tendrán lugar dentro de 15 díasÉ