Olga Harmony
Opción múltiple

Antes de entrar en la materia de esta nota, quisiera referirme a la escenificación de La mujer que cayó del cielo, de Víctor Hugo Rascón Banda, presentada en México en brevísima temporada por Si Productores Ltd de Costa Rica, bajo la dirección de María Bonilla. Con anterioridad la conocimos en una versión dirigida por Bruno Bert, que el autor descalifica por varias razones. Una, que se suprimió el mundo mágico rarámuri en los monólogos interiores de Rita y, otra, el tono que el director avecindado en México impuso a su montaje -y que por cierto a muchos no nos gustó-. Sin entrar en las aborrecibles comparaciones (en las que sin duda la actriz mexicana Luisa Huertas sería destacada sobre la costarricense María Bonilla), hay que dejar asentado que es este montaje el aceptado por el autor, lo que nos lleva a la reflexión de que la disputa dramaturgo-director todavía es sostenible y, yo añadiría, la falta de comunicación entre ambos, totalmente inexplicable si el autor, como es el feliz caso, está entre nosotros y en plena actividad. Por fortuna, la generación siguiente a la de Rascón Banda y Bert ya tiende puentes de entendimiento entre los creadores para llevar a cabo el hecho escénico.

Un caso muy opuesto es el del Grupo Opción, conformado por cinco egresadas del Departamento de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras, alumnas de Héctor Mendoza, que armaron desde abajo -tan abajo como puede ser un examen de graduación- este proyecto para enfrentarse al público de manera profesional. Lo primero que hay que destacar, muy aparte de lo agradecible que resulte que de la UNAM, en su por años no tan productivo departamento de la Facultad de Filosofía y Letras puedan egresar por lo menos cinco muy buenos prospectos actorales, es la actitud de estas muchachas ante el mercado laboral. En lugar de quejarse por la falta de oportunidades en un mundillo muy competido, con envidiable y juvenil audacia se lanzaron de una vez al profesionalismo, contando con los apoyos inmediatos de una también joven, aunque menos, maestra de su departamento y destacada directora como es Iona Weissberg y el también joven, aunque no tanto, coordinador del departamento, el reconocido teatrista Luis Mario Moncada. Y si hago hincapié en lo juvenil es porque el contacto con estos maestros sin duda les resultó más fácil. Tuvieron también acogida en la persona de Hernán Mendoza, que no desdeñó actuar con ellas; en Saúl Villa como escenógrafo, Edyta Rzawuska como vestuarista, Angel Ascona como iluminador y Rodrigo Mendoza, quien escribió la música original.

Luis Mario Moncada escribió para ellas una regocijante comedia de enredos acerca de un caso de desorden de identidad disociada producido por un trauma infantil, con lo que se arma una doble intriga. Por un lado, la necesidad de descubrir ese trauma y por el otro el conflicto de que las múltiples personalidades de la protagonista le impiden sostener una relación amorosa normal. El tema, muy explotado por el cine -y que da lugar a actuaciones a veces muy buenas en los cambios de personalidad- es tratado a contrapelo por Moncada, quien prefiere dotar a cinco actrices de las personalidades múltiples. Así, se acude a estereotipos femeninos, que no se agotan. Está la protagonista Diana (Avelina Correa); Diana-Petra (Viviana Aguirre) es su personalidad erótica, Diana-Olga (Itzia Zarón) es infantiloide y depresiva; Diana-Sabueso (Perla Villa) es el lado masculino, un tanto ñero y Diana-Julia es su personalidad organizada y conciliadora. El rejuego entre ellas lleva a momentos muy chispeantes.

Iona Weissberg las dirige con un trazo muy ágil y muy certero. Su dirección se antoja tanto más brillante en cuanto a que debe ceñirse a un espacio escénico diseñado para otra obra. En efecto, tanto la directora como su escenógrafo dan también una lección de lo que se puede hacer con una escenificación a ser representada un día a la semana en un teatro que ocupa un montaje anterior y de mayor producción, convirtiendo la escenografía de La naturaleza de los espíritus en el contrastado mundo Barbie -seguido también por la vestuarista- de colores luminosos de que habla la directora. Hernán Mendoza está, como siempre muy bien, en sus tres contrastados papeles, el del psiquiatra Ricardo, el ingenuo vidriero Gerardo y el desagradable por suficiente Medardo, y es en este último personaje en donde hace gala de una enorme vis cómica. En cuanto a la música de Rodrigo Mendoza es muy grato que esta vez la escucháramos al principio a manera de partitura.

El esfuerzo de las cinco actrices culmina en un excelente y divertidísimo momento teatral que, por fortuna, está encontrando respuesta en un público no ya generacional, sino conformado por espectadores de todas las edades que ya valida escenificaciones en que no aparecen los muy consagrados actores de telenovelas y que resultan simple (¡simple!) buen teatro.