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México, D.F. martes 30 de noviembre de 1999
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POLITICAS INSUFICIENTES

SOL De acuerdo con las cifras proporcionadas ayer por el subsecretario de Hacienda, Santiago Levy, el gasto social propuesto para el año próximo se incrementará 23 por ciento en relación con 1994 y representará 9.4 por ciento del producto interno bruto. Al explicar los alcances de tales cifras, Levy reiteró que se trataría del mayor presupuesto social en la historia de México ų491 mil 178.3 millones de pesosų, pero admitió que, aun así, sería insuficiente para resolver los problemas en educación, salud y combate a la pobreza.

Confrontado con una realidad de evidente deterioro de las condiciones de vida de la población, graves rezagos en educación, salud y vivienda, así como un ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, con más de 40 millones de mexicanos en situación de extrema pobreza, los números de Levy parecen más bien un ejercicio para establecer o romper marcas históricas que expresión de un genuino interés gubernamental por atacar frontalmente el problema de la pobreza.

Ciertamente, las lacerantes condiciones en que viven millones de connacionales no van a superarse en un año, sea cual sea la política económica oficial. Pero resulta un tanto sorprendente que la administración, por boca de Levy, formule unas metas tan triunfalistas en el ámbito de los juegos estadísticos como de antemano derrotistas en el terreno de los efectos sociales. Cabe preguntarse con qué criterio se diseña un presupuesto social "insuficiente" para cumplir con sus objetivos; qué sectores de la población, y en qué medida, quedarán cubiertos, y cuáles están excluidos a priori del gasto social, o bien qué carencias serán subsanadas y cuáles no; cuáles padecimientos se busca erradicar y cuáles habrán de ser tolerados, qué niveles de marginación persistirán y cuáles serán aliviados.

Los interrogantes mencionados dan cuenta de una formulación económica que ha terminado por aceptar, desde sus proyecciones presupuestales, la persistencia de la pobreza y la miseria. Desde esa perspectiva, las bondades del gasto social no tienen por qué medirse con sus posibles resultados en la realidad, sino con sus propios antecedentes en esta y otras administraciones.

En esta lógica, mientras la política económica conquista triunfos históricos en los indicadores macroeconómicos, la política social se orienta a atenuar, en forma gradual y sin prisa alguna ųpara no caer en el populismoų rezagos sociales desvinculados de una y otra.

Se trata, por supuesto, de un modelo falaz y sin futuro, porque la marginación y las carencias son ahondadas y multiplicadas en forma sostenida y cotidiana por la propia política económica en vigor ųlo que se denomina "costos sociales"ų, la cual funciona como fábrica de extremos pobres y de extremos ricos.

En resumidas cuentas, en tanto se mantenga la orientación económica actual, los presupuestos sociales no van a erradicar, y ni siquiera reducir, la desigualdad y la pobreza, y ello configura un rumbo nacional inaceptable en términos sociales. En términos éticos, además, resulta cuestionable que el gobierno se plantee una política de bienestar que de antemano se describe como insuficiente.


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