La Jornada martes 30 de noviembre de 1999

Teresa del Conde
Ripstein: estética del miserabilismo

Coincido con Eduardo Subirats, en el capítulo de su libro Linterna mágica (Siruela), titulado ''La realidad encapsulada" cuando dice que la oscuridad y el silencio de las salas de cine ''cancelan el mundo circundante y sumergen en la misma medida al espectador en la irrealidad de la pantalla grande". Ya el simple hecho de ir al cine es un ritual de ninguna manera comparable a lo que implica ver una película en video; esta segunda posibilidad entrega la trama y, casi nada más, es posible poner pausa, atender una llamada telefónica, pegar un grito, etcétera.

Y si lo que digo es válido para cualquier tipo de cine, en el caso de El coronel no tiene quien le escriba es una necesidad, porque sólo en la pantalla grande será posible atisbar los recovecos de lo que propone Arturo Ripstein como visión estética. La lentitud del movimiento de la cámara y su detenimiento en ciertos objetos y escenas, que alcanza a causar desesperación en algunos espectadores, es ingrediente esencial, algo que quizá ni el mismo García Márquez urdiría.

Se trata de una auscultación de los momentos y de las escenas que los acompañan llevada a las últimas consecuencias, por eso la proyección es larga, no por el guión de Paz Alicia Garciadiego, que aplicado a otro modo de hacer podría haberla reducido a la mitad.

arturor Lo del miserabilismo se refiere a lo siguiente: el coronel y su mujer, Lola, viven en la miseria, pero ambos lucen apropiadísimos en cada momento; él tiene un solo traje color claro, no oscuro como en la novela, siempre que sale al abierto lo acompaña con sombrero de palma de cinta negra; igual que la única corbata, el atuendo recuerda los de Marcello Mastroiani en varias de sus caracterizaciones. Ella es incluso en camisón. La indumentaria que con más frecuencia viste es una bata de algodón discretamente estampado, con vuelo doble en las solapas; la prenda es tan favorecedora como ciertas vestimentas artificiosamente sencillas de aire campirano que únicamente las tiendas Laura Ashley venden.

Son tan bellos los dos viejos, que resultan casi implausibles.

A Lola (Marisa Paredes) es posible cotejarla con la caracterización que hace, lujosa, atormentada y apasionada en Todo sobre mi madre, de Almodóvar.

En este caso Paredes es una mujer madura y famosa que no oculta los artificios del maquillaje, pues hacen resaltar su guapura.

En el El coronel... es una anciana asmática que ostenta su donaire y distinción a pesar suyo. El coronel (Fernando Luján) es entrañable hasta cuando se sienta en el retrete. Hay un triángulo en el que los celos inciden: el gallo Tadeo de colorido vivaz es el vértice y tiene su antecedente en otro argumento, rulfiano, antes tratado por el mismo cineasta. Pero lo que más llama la atención es el modo como los escasos y deteriorados implementos domésticos, provenientes del innato buen gusto de la campiña europea, van integrando bodegones y naturalezas muertas en un rincón, en una destartalada repisa o en la precaria mesa donde la pareja ųcon suma dignidadų se apresta a ingerir caldo de coles.

Estas recreaciones son pictoricistas y parecen inspirarse en Velázquez, en Zurbarán, en Sánchez Cotán. La penumbra con tintes dorados que priva en la vivienda repercute en el juego de espejos con el que se inicia la película introduciendo el tema que se reitera en esas superficies oxidadas capaces precisamente, debido a sus condiciones precarias, de embellecer las imágenes.

La acción, o si se quiere la antiacción, tiene lugar en un pueblo del que muchos no conocíamos ni el nombre: Chacaltianguis, en las riberas del Papaloapan. En algo recuerda la villa que otrora fue modelo de ciudad ribereña, Tlacotalpan, pero ese sitio hubiese resultado desmesurado para el miserabilismo de la película, con todo y que la locación elegida muestra adecuadamente restos de antiguas grandezas. Hasta la fachada azul turquesa, ''estilo Cauduro", me digo, se encuentra descarapelada en las zonas precisas; la cámara y el encuadre la trasmutan en algo digno de ver, como digno es el embarcadero y hermosos los chubascos inclementes que en la vida real tantos desastres han causado.

Aquí quedaron convertidos en elementos constitutivos de un ambiente idílico en el que la contraposición interior-exterior arma uno más de los hilos conductores de la película. A todo esto se añade la prostituta más linda y noble posible de imaginar, Julia, protagonizada por Salma Hayek con su melena ondulada.