José Blanco
El consenso
El nombramiento del nuevo rector abrió una coyuntura de posibilidades distinta. Entre las primeras declaraciones del rector Juan Ramón de la Fuente está su convicción de que la crisis universitaria rebasa el conflicto entre las autoridades de la UNAM y el CGH: lo que está en riesgo es el concepto mismo de universidad pública.
Ese planteamiento permite pensar en abrir un cauce que acaso conduzca a la raíz de los problemas. Sin embargo, no está en la voluntad del rector determinar que ello ocurra, aunque en todo caso su posición sea naturalmente un factor significativamente caodyuvante u obstaculizante del curso de las cosas.
En este momento resulta crucial y urgente una actitud de todos los universitarios ųespecialmente de sus grupos organizados de académicos y estudiantesų, inclinada a la tolerancia y al acuerdo. Crucial, porque si no es en el marco del consenso universitario, no existe salida posible para nadie; urgente, porque si en un plazo breve las nuevas autoridades no logran franquear en lo fundamental la puerta de salida del conflicto, la situación esta vez puede pudrirse con rapidez inusitada.
En este caso, nadie gana, todos en la universidad pierden, aunque el gran, absurdo perdedor sería el país. La universidad podría subsistir vegetando, pero su papel como equilibrador social y como principal centro formador de los cuadros dirigentes de la sociedad, habría finiquitado. No más cuadros en todos los sectores con visión y compromiso social y nacional. No más capilaridad social por la educación superior pública. El reino de la universidad privada habría llegado, con sus altísimos riesgos de una mayor elitización de la sociedad.
Para salvar a la UNAM y a la universidad pública, es indefectible el consenso. Todo intento de cualquier grupo por prevalecer por encima de los demás, actuará contra la institución, es decir, contra todos. Ojalá haya sido el de ayer lunes un día clave en el futuro inmediato de todos.
La universidad requiere institucionalizar un nuevo consenso general, sin el cual no podrá subsistir; y ello se relaciona con la reforma de su organización y de sus instrumentos de dirección y de gobierno. Pero como la universidad no es ni puede ser para los universitarios sino para la sociedad, es inexcusable un consenso sobre lo académico, sus contenidos, sus normas de calidad, sus objetivos, sus formas de planear y evaluar el trabajo sustantivo. La sociedad debe tener garantías de que el trabajo académico se traduce en beneficios tangibles para ella misma. Nada de eso es posible sin crear un espacio racional y eficiente para que los universitarios diriman sus diferencias.
La palabra consagrada para ese espacio es congreso. Sin embargo, aún llegando a un acuerdo venturoso sobre el mismo, no hay garantías de alcanzar las soluciones que podrían hacer emerger la universidad pública que requiere este país al abrirse el nuevo siglo. El Congreso de la Unión, en ese caso, tendría la palabra.
Para avanzar en la gradual superación de los complejísimos problemas que han de ser resueltos, la universidad debe volver ya a sus actividades. El primer consenso, por tanto, no puede ser sino acerca de la vía y los términos para levantar el paro.
El CGH ha insistido una y otra vez que este heterogéneo agrupamiento es el único interlocutor de las autoridades universitarias. Nadie puede dudar que el acuerdo final sobre el conflicto que ha mantenido clausurada la universidad sólo pueden ser negociado con el CGH. Pero tampoco nadie debería dudar que los términos y especificaciones respecto al congreso, regularización de los alumnos, infracciones cometidas, reformas de 1997, reglamento de pagos, deben contar ųen grado distintoų, con el consenso general universitario, especialmente del Consejo Universitario, por cuanto afectan o pueden afectar la vida académica de todos.
La gran dificultad del rector estriba, por tanto, en tejer ese consenso general. Ayer se puso a prueba por vez primera, pero nada podrá hacerse sin la flexibilidad de todos los universitarios.
La nueva autoridad universitaria requiere ser apoyada, sin lo cual no podremos volver al campus a dirimir el futuro. El CGH, en especial, debe aceptar que al lado de sus convicciones están las de muchos otros universitarios: sin su consenso, los paristas, aún en posesión de la UNAM, caerían definitivamente en el pantano.