Víctor M. Quintana S.
Cabalgata: la tozudez de la dignidad

El mismo día que el país entraba al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, estallaba la rebelión zapatista. El mismo día que el gobierno federal anuncia el acuerdo comercial con la Unión Europea, la Cabalgata por la Dignificación del Campo llega desde Ciudad Juárez a los límites de la Ciudad de México. Parecería que el pasado telúrico quiere anclar la fuga hacia el futuro globalizado de este país. Pero no por llegar a caballo representan el pretérito los tercos campesinos; lo que traen consigo es el presente excluido, el presente rural sobre el que pesan mil sentencias de muerte.

Los trasijados jinetes del Apocalipsis neoliberal probablemente no portan el aliento épico del Ejército Libertador del Sur y la División del Norte en pleno triunfo revolucionario. Tampoco han generado todavía algo comparable a la entrega de millones de capitalinos a los enviados zapatistas apenas hace dos septiembres. Desfilan con sus alforjas llenas, no de negros presagios para el porvenir, sino de sólidos testimonios de los daños de la política delamadridista-salinista-zedillista contra el campo: los lecheros acribillados por los altos réditos y las importaciones de leche en polvo; los ganaderos desplazados por las ingentes importaciones de carne; los algodoneros, convencidos por la Sagar para que siembren la fibra y saboteados por Secofi que la introduce, dumping, de Estados Unidos.

En cansados tordillos, los maiceros y frijoleros con el grano pudriéndose en las bodegas desde que cerró Conasupo. A lomo de prieto, los tequileros extorsionados por acaparadores y banqueros. Montan alazanes los manzaneros barridos por el alud de fruta importada y contrabandeada.

Lo que ahora recorre la capital es la expresión de gallardas resistencias que recorrieron ya todos los rincones donde el campo aún respira.

Vienen los que llevan años tomando bodegas exigiendo precios justos; los que han bloqueado carreteras demandando salida a sus productos; quienes han evitado miles de embargos y desalojos; los que raparon a inescrupulosos abogados de banqueros (sin alusiones a dependencias del Ejecutivo o algún grupo parlamentario).

Sin elucubraciones disparan un manifiesto esencial. En una cuartilla resumen sus agravios; en cuatro puntos condensan sus demandas: comercialización, financiamiento, producción, asuntos agrarios.

Exigen que se reformen los tratados internacionales ya existentes para que en este país se consuma primero la producción agropecuaria nacional. Demandan una solución real a la cartera vencida mediante figuras jurídicas que posibiliten la consolidación de adeudos con plazos y tasas preferenciales, de acuerdo al índice de rentabilidad de las actividades agropecuarias, todo esto enmarcado en una nueva Ley de Crédito Rural. Demandan se legisle sobre una Ley de Desarrollo Rural, que contemple la libre asociación de productores; la obligatoriedad de la planeación de la producción y el control de los recursos naturales; socializar el programa Alianza para el Campo para beneficio de los pequeños productores; subsidios al diesel y a la energía eléctrica para pozos de riego; solución inmediata al rezago agrario y regularización de los automotores utilizados en el sector. Convergen con el cúmulo de voces que exigen cambios en el Presupuesto de Egresos de la Federación y que se vaya de 29 mil a 51 mil millones de pesos lo destinado al sector agropecuario.

Son exigencias sentidas cotidianamente, surgidas al calor de los enojos y de las frustraciones compartidas. No hay declaraciones ampulosas. Y aquí están las caras requemadas y las ancas magulladas y los 2 mil kilómetros sufridos y disfrutados para reforzar tan escuetos argumentos.

Los solitarios días de los interminables llanos se fueron quedando atrás. La cabalgata fue cosechando, y al puñado de chihuahuenses se les han unido zacatecanos, jaliscienses, michoacanos, guanajuatenses, hidrocálidos y tlaxcaltecas, sólo por mencionar algunos. A la voz que, literalmente clamaba en el desierto, se han abierto ya las fotos de primera plana y los titulares de noticieros del radio y de la televisión.

Por eso, los barzonistas y udecistas ya triunfaron. El razonamiento contundente de su cabalgata echa por tierra los análisis de los expertos y consejeros neoliberales. Estos pensaron que, destrozadas las bases materiales de la producción agropecuaria nacional, se debilitarían hasta asfixiarse los actores sociales en el campo. Pero ante el decreto de su propia muerte los actores han revivido y recorren dos tercios de país en su rebelión. Tal vez ya no tengan hatos, ni tierras, ni tractores, ni graneros, pero de algo están muy seguros y lo compartirán con esta ciudad a marcha de caballo los siguientes días: nadie podrá despojarlos del motor indiscutible de su lucha: su firme capacidad de indignarse.