Eduardo Galeano
El poeta que busca y espera
En mayo de 1999, un poeta derribó a un general. Desde hace algunos miles de años, como se sabe, son los generales quienes normalmente derriban a los poetas. Esta inversión de la regla, que se ha dado pocas veces o nunca, ocurrió en la Argentina, cuando el poeta Juan Gelman logró que el general Eduardo Cabanillas fuera destituido de la alta jefatura que ocupaba en el ejército.
El poeta demostró que el general mentía: Cabanillas lo negaba, pero había sido uno de los jefes de un campo de concentración, en Buenos Aires, en los años de la dictadura militar.
En ese centro de tortura y exterminio, que funcionaba en un taller de automotores llamado Orletti, habían estado presos el hijo y la nuera del poeta. El cadáver del hijo, Marcelo, apareció años después, metido en un tonel con cemento. De la nuera, que estaba embarazada, nunca más se supo.
En Orletti trabajaban juntos oficiales argentinos, uruguayos y chilenos. Eran los tiempos del mercado común del horror: no había fronteras para el ejercicio de la tortura, el asesinato, la desaparición de las víctimas, la violación de mujeres y el robo de bebés.
Mientras el general Cabanillas caía en Buenos Aires, Juan Gelman dejaba, en Montevideo, una carta dirigida al presidente uruguayo Julio María Sanguinetti: le pedía ayuda para encontrar a su nieto, o nieta, nacido, o nacida, en el Hospital Militar de Uruguay. Acompañados por algunos militantes de los derechos humanos, Juan y su mujer, Mara La Madrid, habían llevado adelante una investigación digna de las mejores novelas policiales inglesas. Había pruebas de que la nuera y su hijo o hija recién nacido habían desaparecido en la margen uruguaya del río de la Plata.
Según las costumbres de esos años, era muy probable que la nuera, María Claudia García Irureta Goyena, hubiera sido asesinada después de parir, pero era también muy probable que su bebé hubiera sido entregado, quién sabe a quién, como botín de guerra.
A principios de junio de 1999, el presidente prometió ocuparse personalmente del caso. Pasaron los meses y nada. Cuando el poeta pidió públicamente una contestación, se desató una tormenta universal de solidaridad. Llovieron sobre Montevideo dos mil pedidos de respuesta, individuales o colectivos, firmados por escritores, artistas y científicos de 20 países. El presidente uruguayo ya no podía seguir callado. Su respuesta puede resumirse en la palabra Archívese. El presidente dijo que la averiguación solicitada requería ``un milagro'', como si Juan Gelman hubiera acudido a la Virgen de Lourdes en vez de acudir, como acudió, al presidente de una república democrática, donde los militares deben obediencia al poder civil.
La verdad y la justicia, ¿son un milagro en la democracia? ¿No tendrían que ser, más bien, una costumbre? Ya el año anterior el ministro de Cultura, sí, de Cultura, había regresado muy contento desde París, según declaró a la prensa, porque había logrado que la expresión verdad y justicia fuera suprimida de una resolución oficial de la Unesco.
En Uruguay rige una ley, confirmada por plebiscito, que impide castigar los crímenes de la dictadura (que el presidente, en su respuesta a Gelman, insiste en llamar ``régimen de facto''), pero esa misma ley mandaba investigar tales crímenes, cosa que jamás se hizo. En lugar de exigirles que digan lo que saben, como sería su obligación legal, la autoridad rinde homenaje a los autores de esas hazañas contra la condición humana. Pocos días antes de que el presidente enviara, por fin, una respuesta que nada responde, el comandante en jefe del ejército uruguayo ofreció un almuerzo de desagravio a los militares violadores de todos los derechos. Allí estaban los matarifes uruguayos de Orletti: el coronel Jorge Silveira, actual brazo derecho del comandante en jefe, los coroneles José Nino Gavazzo y Manuel Cordero, y otros oficiales, jubilados o en actividad, que ya llevan 20 años creyendo que hay tintorerías capaces de limpiarles el uniforme para siempre manchado.
Por fatalidad profesional, los poetas crean símbolos y generan metáforas, aunque no lo quieran ni lo sepan. La búsqueda de Juan Gelman, que persigue el rastro de su nieto, o nieta, perdido o perdida en la niebla del terror militar y de la amnesia civil, simboliza muchas preguntas de mucha gente mal herida por las dictaduras, y por la bochornosa herencia de éstas, en los países latinoamericanos. Y el silencio del presidente uruguayo, que calla cuando calla y cuando habla también, es la metáfora que mejor define la impotencia de un sistema político que ya no tiene nada que decir y que no tiene para ofrecer nada más que la mentira y el miedo.
En los años de las dictaduras militares que asolaron al sur, Juan Gelman publicó un poema sobre Fernando Pessoa. El imaginaba que el gran poeta portugués escribía cartas a Uruguay, desde Lisboa: qué están haciendo del sur/ decía/ de mi Uruguay/ decía. Y Juan también imaginaba que mañana van a llegar las cartas del portugués y barrerán la tristeza/ mañana va a llegar el barco del portugués al puerto de Montevideo/ siempre supo que entraba a ese puerto y se volvía más hermoso.
Ahora es Juan, el gran poeta argentino, quien escribe cartas a Uruguay. Pero éstas no son cartas imaginarias. Como todos los que buscan a sus perdidos, él sigue esperando respuesta.