Ť Sobreviven en dos campamentos en Piedra Grande, Zenzontepec
A 58 días del sismo en Oaxaca, 38 familias chatinas esperan ayuda
Ť Ancianos y niños padecen enfermedades, pero se resisten a abandonar sus tierras
Víctor Ballinas, enviado/ I, Santa Cruz Zenzontepec, Oax., 28 de noviembre Ť Los indígenas chatinos de Piedra Grande continúan en espera de ayuda para reconstruir sus casas, que fueron destruidas por el sismo que azotó a la región el 30 de septiembre pasado. En esta comunidad aún hay dos campamentos, construidos con plásticos y láminas, en los que se refugian 38 familias desde hace 58 días.
Piedra Grande se ubica entre las montañas de la Sierra Madre del Sur, a una altura de mil 600 metros sobre el nivel del mar, y es una de las comunidades más aisladas de toda la región debido a su orografía, particularmente accidentada.
En la Sierra Madre del Sur
Durante décadas estos indígenas han estado olvidados y carecen de servicio eléctrico, agua potable, drenaje, servicio médico y telefonía. En años recientes se abrió un camino de terracería, que termina una media hora antes de llegar a Piedra Grande... y continúa una barranca, por la cual es necesario descender y después subir otra montaña para llegar a la localidad.
Sin embargo, el sismo de septiembre volvió a dejar incomunicada a la localidad. Las rocas y la tierra de los desgajamientos de los cerros impiden el paso de vehículos, y para llegar a Piedra Grande es necesario caminar durante cinco horas, "por eso no nos traen ayuda; porque no quieren caminar", dicen los indígenas Tereso López, Vicente López y Saturnino Merino.
Los chatinos explican que en los primeros días después del sismo no llegó ayuda porque nadie podía salir ni entrar. A la semana llegó un helicóptero de Marina, que regresó dos veces y se acabó la ayuda. "Somos 700 personas, y sólo nos trajeron cien despensas para 200 familias".
Como no llegaba la ayuda, fuimos a la cabecera municipal y ahí nos dijeron: "No se preocupen. No se desanimen, la ayuda va a llegarles, nada más que son muchos los afectados, por eso está tardando."
Otro helicóptero de la Marina "nos trajo los plásticos con los que hicimos el campamento. El municipio nos envió 40 cobijas. Vinieron funcionarios del gobierno y nos dijeron que ya no podíamos estar aquí, que debemos cambiar nuestra localidad, y nosotros decimos: quién nos va ayudar, porque aquí no nos quedó nada".
En efecto, las familias que viven en los albergues se salieron de sus casas con lo que traían puesto cuando ocurrió el sismo. Nada más. Y luego la tierra y las piedras, además de las lluvias los dejaron sin nada.
Como la ayuda no llega, la gente se está reubicando. Dos familias se fueron a una zona más alta en un cerro que está enfrente, y cinco optaron por levantar sus moradas con las láminas de cartón y los palos que les quedaron. Otras están en comunidades cercanas porque tienen miedo, ya que después del sismo del día 30, todos los días hay temblores.
Los indígenas que llegaron a esta comunidad desde 1930 dicen: "No sabemos cuándo va a venir la ayuda. Hace apenas 15 días que se abrió el camino para que se pueda llegar a pie, porque nosotros tuvimos que ir por la montaña, a cuatro horas de camino, por ayuda. En el hombro trajimos una poquita de ayuda, 40 despensas".
Los indígenas de la región se dedican a la agricultura de temporal: siembran maíz, frijol, jamaica y calabaza. Unas veces la cosecha es buena, pero en ocasiones los cultivos se siniestran por las condiciones climáticas.
Sin luz, sin agua potable y sin drenaje son frecuentes las enfermedades de la piel. "Desde que ocurrió el sismo adultos y niños empezaron con temperaturas altas, les salieron ronchas como giotes blancos y tienen náuseas", explican Gaspar Sánchez Torres, Guadalupe Matías Ruiz y Manuel Hernández Ríos, tres de los cuatro maestros que atienden la escuela e imparten clases a los niños indígenas.
Dicen que ya no quieren estar aquí porque "esto está muy feo. Desde que tembló el 30 de septiembre, se han sentido otros 60 temblores menores, pero tenemos miedo que ahora sí se caigan las rocas de la punta de la montaña, y entonces quién sabe qué va a pasar".
Comentan que a los 17 años hicieron un convenio con Educación Indígena de la SEP, por medio del cual fueron contratados como profesores para aulas multigrado y aceptaron estudiar la carrera magisterial sábados y domingos.
Explican que "la Secretaría de Educación Pública nos manda donde se necesitan maestros, por eso se nos envía a la sierra o a las comunidades indígenas más aisladas. Sólo damos clases tres días, de martes a jueves, para que el viernes podamos ir a nuestras ciudades, y el lunes salimos de Oaxaca en el primer camión para llegar aquí por la tarde", esa es la razón por la que no hay clases toda la semana.
Agregan que "la comunidad construyó un cuarto para que ahí vivan los maestros, y los habitantes nos otorgan la comida. Ahorita estamos durmiendo en la dirección, porque el cuarto se derrumbó con el sismo".
"Si de por sí hay mucha deserción escolar ųdicen Sánchez, Matías y Hernándezų, desde que ocurrió el temblor los niños ya no vienen a clases como antes. Les hemos dicho a los papás que manden a sus niños a la escuela, pero ellos responden: y si viene otro temblor, quién los va a cuidar. Ante eso no podemos hacer nada".
Agregan que los alumnos que sí asisten a clases "tienen miedo de que se les caigan las piedras. Ya vieron lo que pasó el 30 de septiembre, casi todo se cayó. Por eso tienen miedo. Además de que vienen enfermos y están desnutridos".
En el nivel preescolar hay 49 niños, y 162 de primero a sexto en tres aulas multigrado. Los profesores señalan que impartir educación tienen un alto grado de dificultad, pero "aquí es más difícil porque los papás se llevan a sus niños a trabajar, por eso abandonan los cursos y regresan a los tres meses; además de que padecen enfermedades de los ojos y la piel, diarreas y vómitos".
"Queríamos nuestro cambio desde antes, pero ahora clamamos porque ya nos saquen de este lugar. Eso lo deciden allá en Oaxaca, pero ya les hicimos saber que no queremos estar más tiempo aquí."
El amor por la tierra
Las mujeres casi no hablaron durante la entrevista, hasta que sus maridos les traducían al chatino. El Instituto Nacional Indigenista estima un analfabetismo de 55 por ciento en adultos, pero aquí casi todas las mujeres son analfabetas. "No queremos irnos de aquí, sino que nos ayuden a hacer nuestras casas. Si no llega la ayuda, nos vamos a tener que mudar a otro cerro y hacer casas de pasto y lodo".
ųƑEstarían dispuestos a irse a vivir a otro municipio, a otra región?
ųNo. Aquí es de nosotros.
ųƑPero están aislados, no hay caminos. Les gustaría tener luz, agua y drenaje en sus casas?
ųSí, pero que lo hagan aquí. Esta tierra es nuestra, no nos vamos a ir.
Heriberta López, Enriqueta Reyes, Rufina Matías, Delfina Morales y Marina López, dicen: "Hubo un muerto. El estaba trabajando su tierra. Las piedras lo mataron. Tenemos miedo porque la tierra se mueve mucho, casi todos los días, pero aquí nos vamos a quedar, sólo pedimos que nos ayuden, que nos manden una poquita de ayuda y nos digan quién nos va a ayudar con nuestras casas."