OMC: DIVISIONES Y POLEMICA
Mañana comenzará en Seattle, Estados Unidos, la tercera Cumbre Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), ente que en 1995 sustituyó al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y que, de entonces a la fecha, ha impulsado el abatimiento de barreras comerciales y ha logrado notables avances en la conformación de un mercado planetario único.
Al encuentro de mañana, conocido como "ronda del milenio", los socios de la OMC llegarán con marcadas diferencias entre ellos. La primera se refiere al tema de los subsidios a la agricultura, que Estados Unidos, Brasil, Argentina y otras naciones exportadoras de productos agrícolas desean proscribir o reducir en forma significativa, y que la Unión Europea, Japón, Suiza y Noruega, entre otros, se niegan a abandonar. A juzgar por la experiencia de México, los segundos tienen razón: la apertura indiscriminada de los mercados de productos agrícolas a raíz del Tratado de Libre Comercio (TLC), firmado por nuestro país con Estados Unidos y Canadá en 1993, ha dejado, en el campo mexicano, un saldo trágico y devastador en lo social, lo económico y lo político.
Separados por el asunto de los subsidios, Japón y Brasil hacen frente común, en cambio, en lo referente a los mecanismos antidumping establecidos por el GATT y heredados por la OMC, toda vez que Estados Unidos ha abusado en forma persistente de tales instrumentos para realizar acciones de proteccionismo encubierto en los rubros en los que su industria no es competitiva. Al acusar de prácticas desleales (o dumping) a la siderurgia de las naciones referidas, por ejemplo, Washington mantiene sus mercados cerrados a las importaciones. El asunto guarda similitudes con el embargo atunero padecido por México durante años, el cual fue impuesto con base en justificaciones supuestamente ecológicas (protección a los delfines) que se han revelado insostenibles.
En función de los mismos intereses proteccionistas, Estados Unidos demanda que se incluyan en los términos de la negociación los temas ecológicos y laborales como condicionantes para permitir o impedir la libre circulación de mercancías. Tal inclusión ųa la que México se oponeų sería un arma de dos filos; por una parte, podría ser usada arbitrariamente para cerrar las fronteras estadunidenses ųy de otras naciones industrializadasų a las exportaciones de las naciones pobres; por la otra, es claro que daría instrumentos de defensa a los movimientos laborales y a los ambientalistas de las segundas ante sus respectivos gobiernos y ante las empresas trasnacionales.
Otro de los puntos en los que existe discrepancia es el comercio electrónico, oficialmente ausente de la agenda de Seattle. En este asunto hacen causa común el gobierno de Estados Unidos y el monopolio Microsoft, enfrentados en lo judicial por otras razones. Uno y otro aducen la necesidad de prorrogar la exención de impuestos provisional acordada por la OMC en mayo de 1998 a las trasmisiones electrónicas de programas, libros y música por medio de Internet. Tal pretensión sería ciertamente desastrosa para los países pobres, los cuales carecen tanto de una producción significativa de bienes susceptibles de ser trasmitidos por Internet como de las costosas infraestructuras necesarias para ingresar en forma competitiva al ámbito del comercio electrónico.
Tales son, en apretada síntesis, los aspectos más polémicos de la reunión que comienza mañana en Seattle en medio de protestas masivas de sindicalistas, ambientalistas y organizaciones no gubernamentales, para los cuales el comercio globalizado no sólo debe juzgarse por sus perspectivas auspiciosas, sino también por sus saldos presentes de miseria y desigualdad crecientes.
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