Ť El escritor lusitano inauguró en Guadalajara el Pabellón Literario


Por el efecto Saramago, el silencio se oyó

Ť El analfabeta funcional afecta a la democracia, porque sufraga por lavado de cerebro, comentó

César Güemes, enviado, Guadalajara, Jal., 28 de noviembre Ť El silencio en el auditorio del Juan Rulfo, con un aforo de mil personas, se puede oír. Se oye el silencio, que es absoluto, como en el interior de una gruta.

La explicación a un fenómeno acústico como ese es la presencia de José Saramago, que imparte una conferencia que se convierte en plática y con ella inaugura el Pabellón Literario.

El efecto Saramago, esto es, la atención inmediata a cuanto dice, obedece a que el escritor le habla a mil personas como si fueran una sola y además como si ese interlocutor que lo escucha fuese su conocido de siempre. Saramago sabe que lo escuchan y está consciente de que no todos los presentes lo conocen o se han acercado a su obra. Entonces, cabe preguntarse: ƑPor qué habla como frente a un espejo de sus inquietudes más interiores? Quizá porque se sabe querido y cercano. Sobre todo cercano, tanto como sólo un amigo puede serlo.

En cierto momento de la ponencia, recordó el escritor las condiciones de su formación: "Para muchos de vosotros, sobre todo los mayores, vivir en condiciones difíciles, el no saber qué es lo que el día de mañana traerá de bueno es algo cotidiano; en principio lo que va a traer será algo malo. Y no es que yo piense que mi vida es extraordinaria. Un amigo me ha dicho: tú no crees en el destino porque tu vida es como un cuento de hadas. Es cierto que yo no creo en el destino, pero lo del cuento de hadas es algo matizable. Lo que ocurrió es que tuve algunas cuantas hadas malas hasta un cierto tiempo. Y después, no sé por qué, tuve otras buenas. No he podido, lo que podéis hacer ahora muchísimos de los jóvenes que están aquí: frecuentar la universidad. Quien no ha asistido nunca a la universidad padece la tendencia a mitificarla. Quien está en una sabe que no hay ningún motivo para ello. Pero permítanme a mí, que ya no estuve nunca en una, que la mitifique en el sentido de que la universidad es, o podría ser, el lugar por necesidad de la formación humanística y técnica. El no haber estado nunca en una universidad me dejó una especie si no de melancolía, sí de un poco de pena. Pero las cosas son lo que son y no vamos ahora a llorar por la leche derramada porque eso no soluciona nada. En ese tiempo entre la primaria y la universidad, nosotros teníamos el liceo. Entonces, terminada la primaria, entré a al secundaria y no pude continuar porque nosotros no teníamos dinero, sencillamente. Entonces me fui a realizar un curso técnico industrial y trabajé luego de mecánico".

Hasta ahí la vida, luego la relación con las letras: "Hice varias cosas pero por ahora sólo quiero destacar una: sabemos que hoy en todo el mundo se escribe mal; que la gente tiene problemas a la hora de expresar por escrito lo que quiere decir. En Portugal tenemos nada menos que cinco millones de analfabetos funcionales, y somos un país de diez millones de habitantes. Comenté esto hace poco en Burdeos y un profesor francés me ha dicho: en Francia somos 25 millones de analfabetos funcionales.

"A lo cual respondí: me parece que eso nos plantea un problema muy serio para la democracia. Y es que nosotros nos cansamos de hablar de ella todo el día y a toda hora, y resulta que hay tan poca. Si la gente debe votar tiene que saber por qué y para qué, pero si no entiende ni el programa electoral de su candidato ni el de los otros candidatos, el grado de conciencia que está por detrás del voto no tenemos más remedio que aceptar que es mínimo. Se vota por sentimientos o por lavado de cerebro".

Imposible no tocar todo lo que está alrededor de la literatura. Pero el maestro es disciplinado y continúa por el camino original: "Retomo la idea: la gente escribe mal, no sabe escribir, los errores ortográficos son enormes, incluso en la universidad. Decía alguna vez García Márquez que esos errores no tienen ninguna importancia, que mejor sigamos adelante. Pero yo pienso que sí tienen importancia. Y eso lo sé por mi experiencia como obrero. El artesano tiene sus utensilios, sus herramientas; debe mantenerlas en buen estado, limpias y ordenadas. Debe contar con sus herramientas en condiciones de poder trabajar, porque si no es así su labor será mala. Entonces, la herramienta nuestra es la lengua, el idioma, la palabra. Con eso es con lo que nos comunicamos. Si ya tenemos tantos problemas para comunicarnos incluso cuando estamos callados, Ƒqué no ocurrirá cuando tenemos que hablar? Todos hemos tenido esa experiencia y no lo entiendo. ƑCómo es que maestros, pedagogos y estudiantes se enfrentan a este problema que nos lleva a la ignorancia total? ƑCómo es que no nos enfrentamos a ese problema? No se trata de ser un genio, ni de llegar al Premio Nobel sin serlo, se trata de darnos cuenta de que la incomunicación es un problema muy serio. Nuestra posibilidad de comunicarnos se está reduciendo cada vez más".

No podía faltar la improvisación. Alguien le manda un mensaje al moderador a fin de que le haga saber a Saramago que el tiempo se agota. Pero la nota llega a manos del Nobel de Literatura que la lee y explica:

"En primer lugar yo no soy el moderador. E incluso se podría decir que soy el inmoderado. Claro que si se cumplieran las reglas el moderador me diría bajito: 'mire que en este salón habrá otra cosa y es mejor que nos demos prisa'. Pero como recibí el mensaje directamente, se me solicita que sea puntual en la finalización de estos comentarios. Resumiré todo en unos minutos".

Protesta general.

Continúa Saramago: "Ese adolescente no tenía libros. Ese hombre que fue adolescente compró sus primeros libros cuando tenía 19 años. Su biblioteca personal comenzó a esa edad. Había leído antes en la biblioteca pública, y ahí aprendí todo lo que pude, sin orientación, sin nadie que me dijera por dónde ir. Entré a la literatura como si fuera un continente desconocido. Me adentré en ella sólo con mis recursos. Pero afortunadamente todavía me quedaba vida para aprender. Fue entonces cuando hice un libro, por ahí de los 25 años.

''Afortunadamente para mí y para los lectores me di cuenta entonces que no tenía nada que decir, y me quedé sin escribir 20 años. No me pregunten si yo me estaba preparando para dos décadas adelante porque nadie se toma ese lapso para preparar nada. En primer lugar, porque no tenemos la seguridad de que estaremos vivos todo ese tiempo. Sencillamente pensé que no tenía nada qué decir que valiera la pena. A lo largo de ese tiempo hice muchos trabajos, hasta el año del 66 con un libro de poemas del que no voy a hablar ahora, lo haré cuando vuelva a Guadalajara si a alguien le interesa".

Era Cuauhtémoc Cárdenas quien seguiría en el turno dentro del auditorio. A don José le avisan que Cárdenas está todavía en las instalaciones de la feria, recorriendo los estantes de filosofía. Esto le da pie y tiempo, jocosamente asumido, para continuar con su charla y ofrecer varios finales a la misma.

Uno de ellos es: "En 20 años he hecho todo lo que no había escrito en mi vida anterior. Si digo que no nací necesariamente para esto, es porque cada día no he realizado más que lo preciso. Y esto se debe a que no he tenido en toda la existencia ninguna ambición material, ninguna, jamás puse en práctica una estrategia para conseguir esto o aquello. No he hecho más que vivir y desempeñarme en el momento lo mejor que podía".

Un aplauso muy largo despide al novelista.