Ť El cantante se presentó por primera vez en el estadio Azteca


Juan Gabriel, la tragicomedia de la música

Mónica Mateos Ť Quien no haya visto a Juan Gabriel en concierto no conoce la facilidad con que se puede invocar al contradictorio y pachanguero duende que todo mexicano lleva dentro. A ese incorregible que se escapa tras un par de tragos de tequila (o al escuchar la canción que más le llega del buen Juanga), y que puede ser al mismo tiempo demonio y bufón, abandonado e infiel, el más macho de los machos y el más chillón de los rogones.

Ante el divo de Ciudad Juárez nadie se sonroja al aceptar: "Me gusta el buen rock, pero la neta del planeta es que 'no cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor'". Con máximas por el estilo, convertidas en melódico lamento, Juan Gabriel quita y pone a su antojo el tapón que resguarda las emociones más arraigadas.

Por eso, hasta el más rejego sucumbe a tararear "no me vuelvo a enamorar totalmente, Ƒpara qué?", o alguna otra de las 60 canciones que Juan Gabriel interpretó la noche del sábado, en lo que constituyó su primera presentación en el estadio Azteca. Para todos hay. Hasta para quienes se dicen invulnerables a los dramas del amor, y por consiguiente a acompañar a Juanga en sus bien montadas tragicomedias musicales.

gabiel-juan-concierto1-jpg Bien lo sabe el compositor: Ƒa poco nadie tiene una mamacita santa para cantarle Amor eterno?, Ƒa poco a nadie se le mueve la tripa cuando oye al mariachi y el grito de guerra "šviva México ca...!"?, Ƒa poco nadie se encomienda a la virgencita de Guadalupe? (ese será su próximo éxito, el recién compuesto tema dedicado a ''la india más santa'' del país).

Dueño absoluto de esa habilidad para contagiar arrebatos con su música y sus letras, Juanga se puede dar el lujo de fajarse al estadio Azteca, para que nadie diga que le quedó grande. Si bien es cierto que el cantante no llenó el coloso de Santa Ursula, nunca se le desmentirá cuando recuerde que ofreció ante 60 mil personas uno de los conciertos más generosos en la historia del recinto.

Fueron tres horas y media de música, sudores y mucha canela a la hora de mover el bote. Ni se sintió el frío. Ni se reparó en los muchos kilos de más que luce Juanga, aunque los quiso disimular con un sobrio traje negro y un juvenil peinado estilo rebelde sin causa, con mucha patilla y copete.

En punto de las ocho de la noche, la pachanga comenzó. El concierto debía ser transmitido en televisión restringida, así que no importaron las deficiencias de sonido. En las pantallas gigantes aparecieron, como preámbulo, comentarios por video inaudibles de Vicente Fernández, Enrique Guzmán, Angélica María, José Alfredo Jiménez, María Victoria, elogiando a Juan Gabriel, y la escena del intenso apapacho que María Félix le dio cuando se estrenó la canción en su honor.

Después, la orquesta-mariachi acompañó el baile de varias rumberas y charros, una entrada que recordó los años dorados del extinto programa de televisión Siempre en domingo. No hicieron falta las fanfarrias, el público que quería ver a Juanga aulló extasiado cuando un puntito negro apareció sobre el escenario. En realidad era una pelotita coquetona que brincaba de aquí para allá. Fueron muy pocos los que pudieron ver a Juanga, en vivo y a todo color en tamaño natural, sólo quienes pagaron 800 pesos por obtener un lugar en las primeras filas.

Las personas en tribuna (que únicamente desembolsaron cincuenta varitos) se resignaron a mirar a su ídolo en las cuatro pantallas gigantes. Fue como estar todos en una casota viendo la tele. Ya en confianza, quien no se echó su sopita de camarón o su minipizza para aguantar la larga verbena, se aventó una zapateada tratando de emular al ballet folclórico que acompañó en algunas piezas a Juanga, con chela en mano para no desentonar.

Los menos imaginativos izaron sus encendedores para acompañar "las calmaditas" y unirse al coro que a todo pulmón entonó el cuasi-himno-juangabrielesco que reza: "queeeridaaa, no ha me sanado bien la heridaaa".

Con 28 años de trayectoria y una obra musical de más de 500 canciones que son ya patrimonio popular, a Juan Gabriel su público le tolera todo. Desde no saberse las letras de los temas de su reciente disco titulado Todo está bien, hasta los rebotes sonoros de la pésima acústica del estadio, así como escucharle cantar que no es de este planeta sino de uno que fue destruido hace siglos y cuyos fragmentos giran alrededor de Saturno (Ƒotro Clark Kent?) y cuyo estribillo dice: "no apaguen la luz, vengan a Xel-Ha, vengan a Cancún" (sic).

Pero lo que el público no perdonaría jamás sería lo que constituye la médula del show: los sexys pavoneos de Juanga, algo así como ver a Winnie Pooh caminar como la Pantera Rosa, y luego subirse las enaguas, bajarse el saco como rebozo, dar pujitos, brincar la cuerda, cantar adolorido, cantar gozoso. Sin perder la sonrisa, sin agotarse la voz, sin rendirse ante el tiempo. Ni quién lo dude, hay Juan Gabriel para rato.