En los últimos diez años, y sólo para tomar como referencia el reciente aniversario de la caída del Muro de Berlín, ocurren procesos de transición social en diversos países. En Rusia la reforma iniciada por Gorbachov ha ido tomando un curso cada vez más complicado e incierto que indica que no puede haber posturas simplistas con respecto a lo que fue el régimen soviético y, tampoco, frente a las grandes contradicciones generadas por siete décadas de su existencia. Así, ha sido imposible ordenar el sistema económico y detener la crisis política, al igual que contener las continuas presiones que surgen en muchas de las repúblicas que en que se expresan distintas posiciones nacionales. La decadencia social de Rusia es evidente, pero sigue manteniendo un poder de represión cuyas expresiones no son conocidas con claridad. Ese país mantiene una capacidad de acción internacional que se manifiesta en las diferencias con las que la política militar occidental trata los casos de la ex Yugoslavia y de Chechenia.
China surge cada vez más como una fuerza que en ocasiones parece incontenible y que tiende a ubicarse como una parte central en la conformación de las condiciones mundiales de las próximas décadas. Los líderes chinos han emprendido una serie de reformas económicas que coexisten con un fuerte poder político. Según las evidencias, ha podido aumentar el nivel de bienestar de esa enorme nación, enorme por su tamaño, por su abundante población y su posición geopolítica y su poder militar. La economía china se ha ido transformando en su funcionamiento y ha logrado altas tasas de crecimiento con mayores espacios de acción para los individuos. China es, sin duda, un apetecible mercado para las empresas de los países de la OCDE, sólo basta pensar que la mitad de las familias chinas tuvieran acceso a una computadora, a un automóvil, televisión, etcétera, para ver que la mayor apertura de esa nación podría convertirse en una especie de orgía de demanda, de ganancias para muchas empresas y de crecimiento. No es que me desborde el entusiasmo, lo ubico únicamente en la posibilidad de crear de nuevas vetas de acumulación y rentabilidad que redefinirían las corrientes de las inversiones y del comercio en el mundo. La entrada de China a la Organización Mundial de Comercio es un paso en esa dirección, ya que hará que ese país se acople a las reglas de ese organismo en cuanto a los mecanismos de protección, a las formas de intervención estatal en la producción y las pautas de la liberalización de los mercados. Esa es la apuesta en la que están comprometidos China y especialmente Estados Unidos, que opera como el arquitecto de las grandes reformas económicas mundiales.
Los enemigos políticos e ideológicos ya no se definen del mismo modo que hace apenas una década cuando todavía funcionaban los criterios del mundo de la guerra fría. Las posiciones políticas cambian y uno de los objetivos declarados de las nuevas estrategias diplomáticas es el de ampliar las condiciones de bienestar y abrir al mismo tiempo los espacios de la participación democrática. En este terreno los líderes chinos no indican tener ninguna motivación para aflojar el amplio poder que mantienen. Esta época parece más próxima a la expansión económica que no necesariamente se extiende en la sociedad, que a la ampliación de las libertades.
En México hay un proceso de transición que abarca ya casi dos décadas y en el que ha habido cambios relevantes en la conducción de la economía y avances en la apertura democrática. La concepción de la política económica es bastante clara y se asimila a las corrientes de pensamiento predominantes que consideran que la creación de mayores espacios de operación del mercado llevarán eventualmente a una mayor participación de la población en las actividades económicas a partir del empleo y de la obtención de ingresos. Esta visión de la sociedad ha significado ya profundos replanteamientos en las relaciones entre la sociedad y el Estado, la definición de campos de operación del sector privado y la creación de formas institucionales de atención a los problemas sociales. Este proceso de transición ha creado también sus propias contradicciones y son debatibles los resultados obtenidos y la dirección que se sigue. Después de todo son ya casi 20 años de aplicación consistente de este ``modelo'' y siguen habiendo debilidades estructurales, financieras y sociales muy evidentes.
En el terreno político la transición democrática no puede ser considerada plenamente satisfactoria como se pretende desde el gobierno. Eso se pone de manifiesto en muchas de las formas de acción del Estado que siguen conteniendo de manera efectiva el surgimiento de una nueva ciudadanía capaz de expresarse de modo más pleno. La transición social en México ha modificado ya muchas formas de hacer las cosas pero muestra, también, que puede estar entrando en una fase en que será cada vez más controlada por la resistentes estructuras del poder político y económico que no se han modificado esencialmente.