José Agustín Ortiz Pinchetti
Los escenarios volátiles
El presidente Ernesto Zedillo cumplió la primera etapa de su propia sucesión con un acto de reconciliación entre su candidato oficial, Francisco Labastida, y su áspero retador, Roberto Madrazo. Logró un acuerdo entre los grandes grupos ocultos que fueron los verdaderos contendientes en las elecciones primarias del PRI. Es posible que aquel segmento que representó tan eficazmente Madrazo haya obtenido espacios económicos, posiciones de poder e impunidades o al menos una digna rendición condicional.
El Presidente, que actuó como líder de uno de esos grupos o como árbitro, puede sentirse satisfecho. El es un economista clásico que se encumbró por un azar trágico. No tuvo la dimensión de un estadista, pero ha aprendido a hacer maniobras inteligentes o ha sabido escoger a sus asesores. El resultado neto es que el proceso neotapadico mantiene la unidad del PRI y le da una posición inicial de ventaja frente a las elecciones del 2000, consolida las expectativas de la nomenklatura de seguir gobernando y usufructuando al país como si fuera una propiedad "gastable".
En contra de la sensación generalizada de que se ha cumplido un nuevo ciclo sexenal y de que se abre otro, con una puntualidad astronómica, la realidad política y social del país hacen que el desenlace de las elecciones del año 2000 sea todavía hoy difícil de prever. Lo insólito es cotidiano.
Por ejemplo, Manuel Camacho ha tomado una decisión riesgosa al promover su candidatura a la Presidencia de la República. Es una jugada cuyos efectos podrán ser juzgados en breve tiempo. Camacho fue principal impulsor, aunque no el "inventor" de la gran alianza opositora. Esta hubiera cristalizado de no ser por la mezquindad de una de sus alas. Camacho, junto con otros políticos, animó después una alianza del centro izquierda más modesta y construida en torno de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Ahora parece que el ex regente del Distrito Federal ha ajustado sus cálculos: Un acuerdo cupular (aunque fuera generoso) diluiría su presencia política. Como candidato presidencial tendrá recursos y espacios para romper el cerco de censura que Zedillo y los priístas vengativos le impusieron desde 1995. Ganará presencia política y sus ambiciones serán más viables en los próximos ciclos políticos.
En realidad no se ha eliminado la posibilidad de una alianza opositora tan amplia como la visión y el sano oportunismo de los dirigentes de los partidos puedan o quieren construir. La posibilidad de una coalición está en el futuro y no vencida y olvidada en el pasado. Hay medios para esquivar las trabas legales y llegar al objetivo histórico de convertir a la oposición en un alternante real del PRI.
Mientras tanto, en la cruda realidad: la situación social y económica del país continúa su deterioro. El ruido de la pugna por el poder a veces oculta los grandes problemas que no hemos resuelto. Gane quien gane, los tres primeros años en el poder serán muy difíciles, porque la inconformidad social no va a detenerse y porque la estructura financiera va a quebrantarse de modo progresivo e inevitable. El que gane tendrá que aliarse a los demás para evitar la fragmentación política. Gane o pierda el PRI será un factor decisivo. Pero los opositores de hoy no podrán ni gobernar ni imponer el final de la transición si no se alían primero entre sí. *