La Jornada domingo 28 de noviembre de 1999

Angeles González Gamio
Colonia Hipódromo

Esta encantadora colonia con su vecina la Condesa, han tenido en los últimos años un vigoroso renacimiento, que se refleja, entre otros, en la enorme cantidad de pequeños restaurantes que han proliferado en la zona, muchos con mesitas en la calle, situación que no a todos satisface, pero que como cliente hay que confesar que es muy agradable. Este uso de la vía pública es muy común en otros países, aunque la mayoría de ellos, sólo pueden disfrutarlo en ciertos meses del año, pues sus otoños e inviernos y a veces hasta su supuesta primavera suelen ser helados. Los habitantes de la ciudad de México, no obstante nuestros múltiples problemas, debemos reconocer que tenemos uno de los mejores climas del mundo, que permite estar al aire libre todo el año.

Esta encantadora colonia tiene una interesante historia que remontándonos al siglo pasado se inicia con la creación del Jokey Club en 1881, integrado por miembros de la aristocracia porfirista, con el objeto de establecer un hipódromo y practicar el hipismo, deporte considerado de prosapia y con la idea de disminuir la afición por las corridas de toros, consideradas por muchos, salvajes y poco elegantes.

Establecieron su sede en la Casa de los Azulejos, coordinando desde allí la construcción del Hipódromo de Peralvillo, que se torno en sitio de encuentro de la "familia" porfirista. Al paso del tiempo se consideró que el acceso era difícil, por lo que se acordó construir uno nuevo, en terrenos de la hacienda de la Condesa, mucho más accesible y con mejor clima, inaugurándose en 1910, con lujo y pompa.

Quince años funcionó exitosamente, al término de los cuales, vencida la concesión y desgastado el negocio, los empresarios José de la Lama y Raúl Basurto, iniciaron en el predio la construcción de un fraccionamiento que habría de ser uno de los más modernos de la ciudad. El arquitecto José Luis Cuevas, encargado del proyecto, decidió aprovechar la traza del antiguo hipódromo, diseñando un original espacio que rompía con el tradicional de emparrillado, que había caracterizado todos los desarrollos urbanísticos capitalinos.

Otro atractivo fue la construcción de dos parques, uno de ellos con un teatro al aire libre. También construyó amplios camellones arbolados, dos agradables glorietas y una plaza. Esto se completaba con un audaz mobiliario urbano, que incluía lindas bancas de concreto, adornadas con azulejos y su farol integrado, rodeadas de verdor.

Todos estos atractivos, aunados a las facilidades de pago, atrajeron desde sus inicios a una amplia clientela, que adquirió lotes de alrededor de 400 metros, dando 10% del costo al contado y el saldo en 60 mensualidades de 125 pesos cada una. En la época en que se inició el desarrollo del fraccionamiento, estaba de moda en México el estilo art-deco, lo que llevó a que muchas de las construcciones sean en ese estilo, šclaro! en su versión nacional, ya que frecuentemente se le incluían azulejos, ladrillos y motivos prehispánicos en la decoración. Pocos años después, "prende" en nuestro país el funcionalismo. Esta forma radical de hacer arquitectura, pone el énfasis en el juego de volúmenes, escasos elementos ornamentales en las fachadas, ligereza estructural, empleo de nuevos materiales como el concreto armado y recubrimientos durables. Aquí es quizás donde mejor se puede apreciar el talento de un arquitecto, que diferencie su obra de una "caja de zapatos con agujeros", como se dio en llamar a las edificaciones de ese estilo. La nueva colonia fue campo fértil para esta moda constructiva.

No se quedó atrás el colonial californiano, ese injerto arquitectónico que copiamos a los Estados Unidos, que a su vez se había inspirado en la arquitectura colonial mexicana: cantera grotescamente labrada, herrería garigoleada y tejas rojas por doquier, la Hipódromo no se salvó y aún muestra muchas casas en ese estilo.

Sin embargo, al guardar todas esas construcciones similar altura y volumetría, lograban la armonía, enriquecida por la traza del fraccionamiento, los amplios camellones, parques y vasto follaje, dando como resultado una colonia hermosa, de enorme interés por sus múltiples casas y edificios valiosos, en los estilos mencionados.

Esto desafortunadamente se ha roto con la edificación de altos edificios que no respetan el entorno y causan múltiples problemas. De todo ello y mucho más, nos habla extensamente el arquitecto Edgar Tavares en su libro Colonia Hipódromo, que se presentó hace unos días en la Casa de la Cultura del rumbo. Sólo queda ir al restaurante La Gloria, en Vicente Suárez 41-d, para degustar una rica comida mexicana y ver la obra de los mejores artistas contemporáneos, entre otros los dueños del lugar: Boris Viskin y Ernesto Zeivy; si tiene suerte, alguno de ellos lo atenderá en la mesa.

 

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