Néstor de Buen
Esa novela que llaman historia
Cuando el pasado lunes llegamos al aeropuerto para volar a Mazatlán, Nona me pidió que la acompañara a comprar algún libro. Eligió, con dudas de mi parte, el libro Memorias de una geisha.
Yo creía que llevaba suficiente material de lectura. Pero al revisar mi venerable portafolio, compañero de mil viajes y hoy casi una mochila de vagabundo, me di cuenta de que los libros se habían quedado en casa.
No suelo comprar libros o, al menos, no muchos. Recibo a la semana cinco o seis, a veces más, por regla general de Derecho del Trabajo, sin faltar la política, la economía y temas sociológicos. Y nunca tendré tiempo para leer todo lo que tenemos en casa. Pero al darme cuenta del olvido, ya en las salas de abordar, me tropecé con La presidencia imperial, de Enrique Krauze. No dudé en comprarla, aunque no resultó nada barata y a la vista de sus más de 500 páginas llegué a la conclusión de que tendría lectura para toda la semana.
šCraso error! Pese a mis actividades no culturales, que no han sido pocas, me metí en nuestra historia que es exactamente la historia de mi vida en México (1940-1996) y hace un rato (jueves en la noche) que cerré el libro con el breve relato que tiene a Ernesto Zedillo como protagonista final, salvo que se piense que los personajes presidenciales que dibuja Krauze con mano maestra son simples actores y que el protagonista es, finalmente, México.
Desde pequeñajo me ha fascinado la historia. Cuando don Demófilo, mi ilustre padre, me preguntó preocupado qué carrera elegiría, le dije que me gustaba mucho la historia. Su respuesta fue rotunda: "vas a ser abogado". "Lo que tú digas, papá", le contesté. Me conocía mejor que yo mismo. Pero la historia me sigue apasionando.
He leído el libro con interés creciente y, lo confieso, con parcialidad. Me ha servido para reconstruir mi propia evolución política. En los años iniciales del exilio, a mediados de los 40, me dominaba la preocupación por España. Los jóvenes exiliados hacíamos una intensa labor política de cara al regreso de la democracia a España. Pero al pasar los años, y yo diría que cuando España entró a la democracia, mi preocupación ya eran México y la contradicción notable y lamentable que Krauze explica entre la forma democrática y la realidad autocrática.
Dice Enrique que Salinas de Gortari debió acompañar a su éxito económico (o su aparente éxito económico) la apertura política. No lo hizo y le costó todo.
El presidente Zedillo ha logrado avances importantes. Pero habrá que ver lo que pasa el 2 de julio del 2000. Me dio envidia la facilidad de Krauze para decir cosas difíciles. A veces, conocer más de cerca los hechos te agobia. La información es abrumadora, quizá con alguna leve discrepancia sobre temas corporativos.
No es un libro nuevo. Es la cuarta edición. Pero no lo había leído. En mi caso es normal: tardé más de 20 años en encontrarme con Kafka, cuando mi generación culta lo había convertido en un personaje desde muchos años antes. Así que no debe extrañarse Enrique Krauze, de quien he leído algunas cosas antes, de que no conociera esta obra.
Lo que es evidente es que lo voy a seguir leyendo.