Ť Qué lejos estoy, concierto en el escenario del Metropólitan
Cinco voces solistas y testimonios directos en la noche que culminó la Semana del Migrante
Ť Pepe Elorza y Betsy Pecanins contribuyeron con su cuota para una velada inolvidable
Ť ''Nos hace falta una feria con el general Zapata; Marcos la está organizando'', enunció Chávez
César Güemes Ť Como un tren a lo lejos, por la noche, la luz de Eugenia León se veía venir.
Mientras, en la estación de ferrocarriles Metropólitan, el pasado jueves, aparece entre humo con aroma a limón Pepe Elorza. Se trata del concierto Qué lejos estoy, organizado a manera de cierre de la Semana del Migrante, que tuvo lugar en esta ciudad.
Elorza, el primero en escena, ha pasado por el Suchiate y de allá se trajo una suave pieza del mismo nombre, escrita con pluma fina y rodeada de melancolía. Y también pasó por el Istmo, a bordo de un camión y con el mismo vehículo por única compañía.
Rara ave este Elorza, cuyas composiciones no niegan sus lecturas ni su oficio que es muy similar al del carpintero: la garlopa, la lija, el barniz sobre cada una de sus cuidadas letras. Y su canto, verá usted, discreto, con una voz a medias raposa, como si se la hubiera mandado hacer ex profeso para interpretar su propio trabajo. Sólido este Elorza que se va como llegó, en el silencio interrumpido por los aplausos.
La sorpresa del programa está en manos de los varios testimonios de migrantes que se irán desgranando en propia voz entre un cantante y otro.
Domeciano López Santiago, por ejemplo, habla de la tierra mixteca que tuvo que abandonar. De su viaje a Chiapas niño aún, de sus varios trabajos y de la casa de cartón que se fabricó para vivir. Serio don Domeciano. Firme. Sin exagerar el rigor que ha marcado su vida.
Toca el turno a Susana Harp, que es una gladiola rubia con el tallo y el talle cuajado de verdes, naranjas y amarillos. De dos maneras ilumina la escena: una con su piel reflejante, otra con su canto en zapoteco. Si decimos que de alguna manera se entiende lo que dice en ese idioma, Ƒse creería? Pues como se cuenta. Y de la educada tristeza, pasa la Harp a un movido son compuesto por el jefe Chuy Rasgado. Cierra la mujer con El caracol, de Gustavo López, una de las más arremolinadas canciones de este siglo mexicano:
''Mi corazón es viento norte que me arrastra por la vida, es una bomba de deseos, es un sol. Es una máquina del tiempo el corazón."
De EU a México
Luego, es muy claro que Betsy Pecanins alcanzó una voz madurada acertadamente. Voz de blues pero ni triste, ni azul, sino vibrante. Ella emigró, como lo apunta, en sentido contrario, de Estados Unidos a México, donde afirma y reconfirma que se quedará para siempre.
De Rafael Mendoza canta la Pecanins Sol y arena, una pieza que habla de lejanías, de recorridos. Es una canción que se dice al paso, con toda la calma:
''Aquí tan sólo hay sol y arena, todo lo que hay, dicen que ansina se ve la tierra cerca del mar".
Enseguida ocurre lo inesperado, porque sólo Betsy Pecanins es capaz de cantar La chancla con una viola de gamba entre los instrumentos que la acompañan, y sólo ella puede convertir más tarde la pieza en un blues rocanroleado que prende instantáneamente al respetable: ''Una sota y un caballo, burlarse querían de mí. Malhaya quien dijo miedo, si para morir nací".
De negro vestido, como desde los años sesenta, Oscar Chávez ríe cantando La Llorona. Con él, como con muy pocos, sucede el peculiar fenómeno de que en vivo y en directo se escucha tal como en sus discos. Dorian Gray de la voz este Chávez. El lavaplatos, canción de los años treinta, es su segunda propuesta: la historia de un migrante hacia Estados Unidos que bien pudo suceder ayer mismo y que habrá de ocurrir, casi con entera seguridad, mañana y pasado mañana.
Sigue Oscar Chávez con Siempre me alcanza la danza, una pieza que aún no graba y que versa sobre la problemática de Chiapas: ''Nos hace falta una feria con el general Zapata; Marcos la está organizando..."
Voz, pura voz
Y la luz del principio, Eugenia León, aparece por fin. Señora de voz privilegiada, electriza de inmediato al respetable con Piensa en mí. El misterio de un largo chal negro la envuelve, la oculta, y el efecto es quizá el esperado: toda la atención se centra en su voz y en la tersura de sus hombros al descubierto.
A lo largo de 15 minutos más la voz de la León inundará al recinto, lo llenará hasta la última estatua y el último rincón. Porque Eugenia León es voz, pura voz. Y si las voces tuvieran color visible, la suya se apreciaría, seguro, como amarillo nilo, un tono denso y ancho y largo.
Con ella se cierra, pues, el concierto. Y, es cierto, verá usted, como se ha dicho a lo largo del espectáculo, que México es un país de migrantes.
Y quizá no sólo sea el económico el mero motivo de este movimiento, sino que algún asunto genético es el que nos hace ir y venir e ir de nuevo.
Parafraseando el lema del California: el que diga que no es migrante, no conoce México.