LA MUESTRA

 

El polvorín

 

Belgrado, 1995. En una larga noche se entrecruzan las vidas de varios personajes. Todos tienen algo en común: la violencia como parte indisociable de su experiencia cotidiana: en este lugar inhóspito, estos ciudadanos son víctimas o verdugos; en ocasiones, una extraña mezcla de los dos.

El polvorín (Bure Baruta) es una producción en la que participan Yugoslavia, Francia, Grecia, Macedonia y Turquía, el realizador de origen serbio Goran Paskaljevic (Angel guardián, Tiempo de milagros), adapta una obra teatral del joven macedonio Dejan Dukovski, quien participa en la elaboración del guión.

En ella propone una estructura fragmentada con personajes que transitan de un episodio a otro, estableciendo vínculos inesperados, hasta volverse todos protagonistas de una misma tragicomedia, de una pieza de cabaret-teatro, el Cabaret Balkan, microcosmos de un país en guerra, como la propia película, fragmentado, dueño sin embargo de una capacidad insólita de reírse de sí mismo.

En efecto, el humor negro está presente en cada viñeta de El polvorín. El dueño de un Volkswagen, joya familiar de doce años de antigüedad, estalla en cólera cuando un joven le choca accidentalmente el auto, y casi arrasa con todo un departamento; dos amigos pasan de un ejercicio de box a un verdadero juego de masacre, primero verbal, luego físico, al ventilar, en tono de broma, las traiciones que mutuamente se asestaron durante años; uno de ellos reaparece en un tren para acosar a una joven y conducirla, en la escena más perturbadora del filme, a un desenlace trágico; otro joven somete a un largo escarnio verbal a los pasajeros de un autobús, reprochándoles su amnesia histórica y su pusilanimidad frente al poder; una pareja de enamorados padece, luego de una disputa de celos, la humillación de dos delincuentes que los secuestran y aterrorizan en una barraca.

Del odio a la intolerancia

Los episodios se encadenan con agilidad y el hilo conductor más evidente es la expresión sistemática del odio y la intolerancia. El conflicto étnico que divide al país y lo aniquila, tiene, en la vida diaria de estos habitantes, equivalencias patéticas: la arrogancia de quien se deleita con el sufrimiento ajeno, señalándole a los ancianos la urgencia de morir para dejar más lugar para las nuevas generaciones; la crueldad sexista que prefiere a la posesión carnal el placer de humillar a la mujer bajo cualquier pretexto. Esta violencia sicológica molesta a muchos espectadores, tal vez a esos mismos que temían encontrar una película yugoslava más, llena de devastaciones y escenas de bombardeos, o de mensajes humanistas, y que descubren en cambio que el señalamiento de Paskaljevic tiene un carácter más universal y más inquietante.

A la manera de Fellini, en Ensayo de orquesta, la metáfora del caos sugiere la tentación del autoritarismo en los ámbitos de la vida pública y la privada. Lo notable en el realizador yugoslavo es su recurso a un humor muy corrosivo y complejo, capaz de revelar, en situaciones de violencia extrema, la persistencia de un punto de vista a la vez crítico y generoso.

Ť Carlos Bonfil Ť