La gratuita aseveración difundida por los círculos dominantes del CGH, en el sentido de que el rector Juan Ramón de la Fuente es un agente gubernamental, porque fue trasladado de la Secretaría de Salud a la UNAM, es una mentira grosera y alevosa. Exactamente lo contrario refleja la verdad. Ante todo y sobre todo, De la Fuente ha sido en su vida un probado y distinguido académico, llamado hace poco tiempo a los quehaceres oficiales precisamente por su larga y reconocida carrera universitaria. Hoy reanuda su vida académica en el alto encargo que le fue encomendado por la Junta de Gobierno, elegido entre otros profesores de méritos indiscutibles. Los verdaderos universitarios sabemos ejercer el juicio crítico que nos cultivó la universidad, dentro o fuera del gobierno y de las empresas.
El verdadero universitario está comprometido con una conjugación de verdad y bien, en la cual el conocimiento objetivo de las cosas se pone al servicio de los ideales del hombre. Ni el poder ni el dinero desatan el compromiso del ser universitario, grabado en la conciencia como una irremisible categoría de la conducta. En esta situación se encuentra De la Fuente desde el momento en que juró acatar la potestad rectoral. Hacer a priori una condena del rector connota un totalitarismo inadmisible dentro de la libertad de cátedra universitaria, donde la certeza absoluta es incompatible con los requerimientos sine qua non de la razón y la moral. Es censurable que el CGH haya pretendido negar al rector como rector para convertirlo en mero interlocutor, aduciendo la señalada falacia. No, De la Fuente es el rector de la UNAM que como rector busca ya una solución al paro que abochorna tanto a la comunidad docente cuanto al pueblo que espera de la universidad una reflexión redentora.
La UNAM es una joya institucional del Estado mexicano, creada por una ley constitutiva que el Congreso sancionó, y destinada a enseñar, investigar y difundir la cultura en el marco de la libertad, no sólo analizando la naturaleza para aprovecharla, sino muy principalmente inquiriendo en el mundo de los valores y hallando así formas de extender y profundizar el bien entre los hombres. La universidad enhebra ciencia y humanidades para iluminar en la historia la posibilidad del acto salvador del Homo sapiens.
El rector De la Fuente está siendo escuchado por los miembros de la comunidad desde el mismo día de su toma de posesión, y esperamos que esto suceda igual en el encuentro del lunes próximo con los delegados del CGH, en el Palacio de Minería. Ningún prejuicio debe infiltrar las propuestas que el rector haga, y nada debe ir más allá ni más acá de lo que es la grandeza universitaria, y ante esta presencia de la rectoría, ¿cómo será la de los huelguistas?
No quedará más remedio que hacer a un lado los fantasmas que los acompañan. Los estudiantes no son un pueblo y sí parte de la comunidad universitaria; los estudiantes no son titulares de ninguna soberanía para proponer un congreso constituyente, a la manera de los que organizan políticamente a los países, aunque sí son parte esencial del pueblo mexicano, pero no el pueblo mismo, y en la universidad son parte esencial de la comunidad universitaria, no la comunidad misma; y en esta tesitura de vigilia y no onírica, allegarán al diálogo sus peticiones en términos asequibles dentro de las circunstancias políticas y jurídicas del Estado mexicano. La Ley Orgánica de la UNAM es obra del Poder Legislativo; los reglamentos, normas del Consejo; condicionamientos estos que no les impiden estudiar cualesquiera propuestas de reforma que formule la comunidad universitaria, cuya naturaleza ni suple al Congreso federal ni el mandamiento que el derecho otorga al Consejo Universitario, mientras otras leyes o reglamentos que se estimen más democráticos que los prevalecientes no deroguen la vigencia de los actuales.
La conclusión es muy sugestiva. Una autoridad sin obstinaciones y un CGH ajeno a disturbantes fantasías serán el punto de partida esperanzador de una solución creadora y positiva del atormentado conflicto que agobia a los universitarios, sin excepción alguna.