En vísperas del nuevo milenio la palabra ``democracia'' se ha convertido en un lugar común. La escuchamos invariablemente relacionada con la caída del Muro de Berlín, la apertura de Europa Oriental y la transición política continental en América Latina (aunque uno de los países del Cono Sur, Perú, esté sujeto a un régimen autoritario permanente y otro, Venezuela, se tambalee en medio de una borrachera democrática entre la dictadura militar y un populismo de factura demagógica). Las múltiples definiciones de la palabra no atrapan su verdadera naturaleza. Aristóteles, conciso, decía que es ``un sistema en el cual los ciudadanos son a la vez gobernantes y gobernados''; Abraham Lincoln la definió como ``el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo'', y para Winston Churchill, con su ironía característica, ``la democracia era el peor de los sistemas, a excepción de todos los demás''. La han invocado, ¡oh blasfemia!, Adolfo Hitler, Benito Mussolini y Augusto Pinochet, y los gobiernos de la cortina de hierro tuvieron la osadía de definirse con el pleonasmo ``democracias populares''. (Por lo menos un prestigiado diccionario político contribuye a la confusión proporcionando 11 definiciones de democracia: cristiana, directa, económica, social, liberal, marxista, mediatizada, popular, representativa, semi-directa y semi-representativa). En el momento actual, sin embargo, todo aquello que se relaciona con la libertad, la justicia, los derechos humanos y el bienestar es automáticamente identificado con la democracia. Y los gobiernos suben y bajan en la estima de las naciones de acuerdo con la percepción popular sobre su nivel de identificación democrática.
En México, por razones históricas, identificamos a la democracia con el reducido concepto de elecciones limpias (aunque exista una alarmante desigualdad social y el mismo proceso electoral continúe sujeto a irregularidades y manipulaciones). Y, por razones similares, el limitado concepto mexicano es compartido por otros países de América Latina sumidos en la desigualdad. En Argentina, donde la Alianza Opositora de Fernando de la Rúa doblegó recientemente al peronismo en las urnas, y alentó el entusiasmo popular con los buenos augurios de la alternancia en el poder, el país ``vacila entre la esquizofrenia y la indiferencia acosado por jóvenes sin porvenir, jubilados desamparados, trabajadores cada día más pobres y una clase media en descomposición por la marginalización, la inseguridad, la corrupción y la desnacionalización'' (las palabras son del periodista Carlos Gabetta en Le Monde Diplomatique de octubre de 1999: ``Le lent naufrage de l'Argentine'').
Contagiado por la euforia democrática de fin de siglo, Mario Vargas Llosa citó recientemente (El País 14/11/99) a Amartya Sen, el premio Nobel de economía de 1998, quien sostiene la existencia de una estrecha simbiosis entre la democracia y la paz (``no ha habido guerra en-tre países demo-cráticos: sólo entre dictaduras o entre éstas y países democráticos''), así como entre la democracia y la abundancia (``jamás ha habido hambruna en una democracia funcional''). Vargas Llosa, comprometido desde hace muchos años con el liberalismo, a partir de sus primeras incursiones en la doctrina de F. A. Hayek, se regocija de que Sen, ``genuino liberal, subordine metódicamente la libertad económica a la idea de democracia''. Pero es un hecho que el neoliberalismo y la economía de mercado, las fuerzas que han impulsado la actual euforia democrática como producto del consenso globalizador, muestran síntomas de promover un concepto de democracia que soslaya la desigualdad social; una democracia excluyente que le da la espalda a la concentración económica y política y es insensible a la destrucción del entorno ecológico.
En la novena Cumbre Iberoamericana de Cuba, la palabra en boca de todos fue, obviamente, ``democracia'', aunque en el caso de algunos jefes de Estado el llamado haya caído en oídos sordos. Fidel Castro, por ejemplo, inusualmente parsimonioso, comentó a los medios de comunicación que, durante la reunión, había tolerado las innumerables sugerencias e invitaciones para abandonar el comunismo y democratizar la isla ``con la sonrisa enigmática de la Gioconda y la paciencia del Santo Job''.