* Cuatro poemas *

 

* José Emilio Pacheco *

En exclusiva para nuestros lectores y merced a la generosidad de Ediciones Era, presentamos algunos de los poemas del nuevo libro de José Emilio Pacheco, La arena errante, que estará en librerías a partir de este viernes 26 de noviembre. Mientras tanto esta noche, a las 19:30 horas, el autor leerá fragmentos de este volumen en la sede de la Fundación Octavio Paz (Francisco Sosa 383, Coyoacán), en el comienzo del ciclo de lecturas titulado ''Poesía en proceso", en el que diferentes generaciones de poetas compartirán con el público sus actuales proyectos de escritura por medio de la lectura y el diálogo. En el arranque de esta serie, organizada por la Fundación Octavio Paz, José Emilio Pacheco estará acompañado por el poeta Julio Trujillo. En las subsiguientes sesiones participarán Homero Aridjis y Víctor Manuel Mendiola (2 de diciembre), Elsa Cross y Coral Bracho (9 de diciembre).

La arena errante

(Otro poema de Veracruz)

 

 

Los misteriosos médanos cambiaban

de forma con el viento.

Me parecían las nubes que al

derrumbarse por tierra

se transformaban en arena errante.

De mañana jugaba en esas dunas sin

forma.

Al regresar por la tarde

ya eran diferentes y no me hablaban.

 

Cuando soplaba el Norte hacían

estragos en casa.

Lluvia de arena como el mar del tiempo.

Lluvia de tiempo como el mar de arena.

Cristal de sal la tierra entera inasible.

Viento que se filtraba entre los dedos.

Horas en fuga, vida sin retorno.

Médanos nómadas.

 

Al fin plantaron

las casuarinas para anclar la arena.

Ahora dicen: ''Es un mal árbol.

Destruye todo".

Talan las casuarinas.

Borran los médanos.

 

Y a la orilla del mar que es mi memoria

sigue creciendo el insaciable desierto.

 

 

 

 

El fornicador

 

 

En plena sala ante la familia reunida

-padres, abuelos, tíos y otros parientes-

abro el periódico

para leer la cartelera.

Me llama la atención una película

de Gary Cooper en el cine Palacio,

o en el Palacio Chino, ya no recuerdo.

 

Lo que no olvido es el título.

Pregunto con la voz del niño de

entonces:

''ƑQué es El fornicador?".

 

Silencio, rubores,

dura mirada de mi padre.

Me interrogo en silencio:

"ƑQué habré dicho?".

 

La tía Socorro me salva:

''Hay unas cajas de vidrio

en que puedes meter hormigas

para observar sus túneles y sus nidos.

Se llaman formicarios.

Formicador

es el hombre que estudia las hormigas".

Fruto de piedra

 

 

Mudez de la ostra

en el silencio subacuático.

Arena y sal

por la boca que filtra todo.

Cerrazón a la luz, empecinamiento.

La ostra quiere ser ostra y quedarse

pegada

a su congregación casi de piedra.

 

Pétrea se ve la grisura,

la consistencia calcárea

que la envuelve y le da sentido

-pero también la aprisiona.

 

La ostra vive entre sueños de agua

y cosas invisibles al ojo humano.

Medita a ciegas en el absurdo que

encuentra

en nacer, vivir, secretar

durante muchos años su casa-tumba.

 

Y luego ser arrancada

para durar un instante

entre las fauces del infierno,

es decir, las nuestras.

 

 

 

Edades

 

 

Llega un triste momento de la edad

en que somos tan viejos como los

padres.

Y entonces se descubre en un cajón

olvidado

la foto de la abuela a los catorce años.

 

ƑEn dónde queda el tiempo, en dónde

estamos?

Esa niña

que habita en el recuerdo como una

anciana,

muerta hace medio siglo,

es en la foto nieta de su nieto,

la vida no vivida, el futuro total,

la juventud que siempre se renueva

en los otros.

La historia no ha pasado por ese

instante.

Aún no existen las guerras ni las

catástrofes

y la palabra muerte es impensable.

 

Nada se vive antes ni después.

No hay conjugación en la existencia

más que el tiempo presente.

En él yo soy el viejo

y mi abuela es la niña.

n Foto: Rogelio CuŽllar