Ť LA MUESTRA

Tres estaciones

Un ex marine estadunidense, James Hager (Harvey Keitel), regresa a Vietnam para encontrarse con la hija que procreó durante la guerra; un niño, vendedor ambulante, recorre las calles de Saigón (Ho Chi Minh City) intentando recobrar la caja de mercancías que le fue robada; una joven despierta la inspiración apagada de un poeta leproso, toma dictado, canta para él, y le hace recuperar la esperanza, mientras en otra parte de la ciudad un joven chofer en bicicleta se enamora de una prostituta de lujo a la que afanosamente intentará conquistar y redimir.

Tres estaciones (Three seasons), primer largometraje de Tony Bui, realizador vietnamita radicado en Estados Unidos desde los dos años de edad, no ofrece mayores sorpresas en su acercamiento sentimental a la realidad de un Vietnam radicalmente transformado desde el fin de la guerra. Las tres estaciones a las que se refiere el título son, por un lado, pretextos para explorar la belleza del paisaje (la faena de recolección de flores de loto, una lluvia otoñal de flores rojas, y otras linduras fotogénicas a las que se abandona la cámara de Lisa Rinzler), y las diversas estaciones generacionales de los personajes, del niño vendedor de baratijas al hombre lacerado por la lepra, prematuramente envejecido.

Filmación vigilada

A diferencia de la coproducción franco-vietnamita, El olor de la papaya verde (1993), de Hung Tran Anh, donde la recreación histórica de los años cincuenta permitía un cuestionamiento oblicuo de la realidad política del momento, y un grado no desdeñable de sensualidad visual, la cinta de Tony Bui se sitúa en nuestra época, con descripciones costumbristas de la vida urbana, pero sin ninguna referencia directa a la situación política actual.

Tres estaciones es una película cuya filmación fue severamente vigilada por las autoridades locales, y tal vez por ello su crítica, extremadamente modesta, se relaciona de modo muy general con la pérdida de valores y con la brutal modernización del país, simbolizado todo esto en el hecho de que hoy en día circulan en el mercado flores de loto artificiales en lugar de las flores auténticas.

Es inegable la belleza de las imágenes, pero es inegable también el nivel superficial de la propuesta temática, el esquematismo de estas vidas cruzadas que, de modo convencional, concluye en una suerte de himno a la esperanza. No hay mayor sustancia narrativa en la viñeta sentimental del antiguo soldado, hoy escéptico y cansado, que encuentra a su hija, aunque la idea es sugerente y rica en posibilidades.

Una escena muy lograda ųla relación íntima del chofer y la prostitutaų se diluye en las imágenes idílicas de una redención poco plausible. La cinta melancólica que prometen algunas de sus mejores escenas ųcomo la de los niños frente a la serie de televisores que proyectan caricaturas hollywoodenses, o el rostro desesperanzado de la prostituta presa de la infatuación y el autoengañoų, esta posible exploración artística, se transforma en una película esteticista e inofensiva, en un acuerdo tácito de autocensura para filmar problemas de ningún tipo la primera producción estadunidense en Vietnam.

Ť Carlos Bonfil Ť