MAR DE HISTORIAS
Escena de un matrimonio
* Cristina Pacheco *
El hombre entra sigiloso en la habitación. Cierra la puerta y permanece inmóvil hasta que se habitúa a la penumbra. Sonríe cuando distingue a su mujer tendida en la cama:
--Belinda, šqué bueno encontrarte! Tuve miedo de que te hubieras ido a casa de tu madre, como siempre que discutimos y acabo refugiándome en el silencio. Sé que detestas mi maldita costumbre de quedarme callado, pero es que nunca sé responder cuando dices: "ƑPor qué no duermes? ƑPor qué no buscas otro trabajo? ƑPor qué siempre estás de mal humor?".
Se quita el saco y lo lanza al vacío: --Hoy no necesitarás preguntarme para que te diga todo lo que estuve haciendo desde ayer. (Sonríe en la oscuridad). Pasaron sólo veinticuatro horas y parece que nos despedimos hace un siglo. Digo, si a eso puede llamársele despedida.
Camina por el cuarto oscuro y tropieza con una silla: --Conste que no te recrimino nada. En todo caso, si mis palabras suenan a reproche, te aseguro que, como siempre, me lo hago a mí mismo.
Se apoya en el respaldo de la silla, como un orador en la palestra:
--ƑTe imaginas lo que significa pasarme la vida recriminándome por lo que hago o dejo de hacer? (Escucha un murmullo. Lo interpreta como el principio de una frase). Cállate, por favor. No es necesario que repitas lo que has dicho durante dos mil quinientos cincuenta y cinco días, es decir, en los últimos seis años de nuestro matrimonio.
Da un rodeo y con delicadeza toma asiento en la silla. Gesticula mientras afloja el nudo de la corbata y después levanta la mano en dirección a un personaje imaginario:
--Señor juez: Ƒme concede la palabra? (Riendo, sacude la cabeza). No te asustes, Belinda, no estoy loco. Sé perfectamente que no me encuentro en el juzgado sino aquí en nuestra recámara... que a veces, preciosa, has convertido en una sala de interrogatorios. (Se levanta abruptamente). Tampoco llegué borracho. (Apoya el empeine derecho en su corva izquierda). Aunque no puedas mirarlo, estoy haciendo un cuatro perfecto.
Se tambalea. Cuando siente que va a perder el equilibrio se desploma otra vez en la silla y aplaude:
--Esta ovación, Belinda, es para mí. La merezco. (Se acoda en las rodillas y echa el cuerpo hacia delante). Me conoces mejor que nadie: además de un cuatro, Ƒhay alguna otra cosa que haga a la perfección? "šEl amor!" Si es lo que ibas a responderme prefiero que sigas callada. Si de veras me amas no contribuyas a acrecentar, con una mentira piadosa, el costal de fracasos y mierda que soy.
Estira las piernas, une las manos a la altura de la nuca y se echa sobre el respaldo:
--Estoy seguro de que la frase te chocó, pero si vieras lo bien que me siento por haberme atrevido a pronunciarla... Saber quién es uno en realidad es el mejor punto de partida. Lo malo es que no sé adónde carajos voy. Lo entendí en algún momento de mi escapatoria de veinticuatro horas. Corta Ƒno? (Se endereza y mira hacia la cama). Pudo prolongarse tanto como la huida de mi padre. La última vez que lo vi tenía doce años, y ya voy para los cuarenta y tres. šTodo este tiempo sin verlo! Hoy entendí por qué se fue: no tuvo respuestas.
Espera alguna reacción de su mujer. Al no obtenerla levanta los hombros y sigue hablando:
--Te compadezco, sobre todo por los dos mil quinientos cincuenta y cinco días que has vivido con este costal de fracasos y mierda. (Chasquea los dedos en el aire). Antes de que se me olvide: quiero que descuelgues mi título. Cada mañana al salir a trabajar me avergüenza mirarlo. (Cruza los brazos sobre el pecho). Lo que más me jode es ver mi foto. Me la tomé cuando cumplí veinticinco años. Entonces creía que yo --Joel Ponce Dávalos, licenciado en Derecho-- iba a conquistar el mundo. šAsí de fácil!
Inclina la cabeza y mira la punta de sus zapatos:
--ƑPor qué no fue así? (Se vuelve hacia la cama). No contestes, no cargues con la desagradable responsabilidad de abrirme los ojos: el tiempo se me vino encima sin que me diera cuenta de que, al correr de las horas, pesa menos un título profesional que un calendario. (Su voz se convierte en murmullo). Por algo los regalan en las carnicerías. Es una advertencia de lo que nos espera más allá de los treinta años. Lástima que sólo la comprendamos cuando tenemos la cabeza bajo el cuchillo del carnicero.
Se incorpora y saca un bolígrafo:
--Mañana mismo escribiré a la Unión de Matanceros y Tablajeros. Les recomendaré que en los calendarios del años 2000 pongan, aunque sea en letra muy pequeña, la advertencia. (Vuelve a acodarse en las rodillas). Te molesta que hable del tema porque sabes que me refiero siempre a mi gran fracaso. (Sonríe con ternura). Pobrecita: enseguida, sin darte cuenta, eres tú quien me lo recuerda al detalle. (Apresurado, se endereza y se vuelve en dirección a Belinda). No digo que lo hayas hecho con premeditación ni para vengarte por los malos ratos que te he dado, como ayer por ejemplo.
Se muerde los labios y regresa a la silla:
--Me salí a las nueve y media de la noche. Puedo jurar que desde ese momento has estado preguntándote por qué me enojé tanto contigo. (Sonríe desganado). Seguro que aún no encuentras la respuesta. No fue fácil, ni siquiera para mí. Tuve que caminar horas y horas para descubrirla. ƑQuieres que te la diga?
Hace un gesto resignado y mira al techo:
--Me contrarió que me dijeras: "si te dan aguinaldo, promete que me repones el refrigerador que vendimos". (Mueve la cabeza en sentido negativo). No es cierto. Lo que me enfureció fue que añadieras con toda inocencia: "Ya sé que no podrá ser un refrigerador nuevo, pero no te preocupes: me conformo con uno viejito".
Estira las piernas y cruza las manos sobre el vientre:
--Conste que en ese momento no dije nada. Ni siquiera respondí cuando me perseguiste hasta la puerta gritándome que te explicara por qué me había quedado mirándote de ese modo. Tampoco aclaré la situación cuando te asomaste a la ventana y dijiste: "Estoy harta de ti, de que nunca me respondas. Un día te voy a hacer lo mismo para que veas lo que se siente". (Mira hacia la cama con el rabillo del ojo). Lo estoy sintiendo: en este momento me gustaría que hablaras, aunque sólo fuera para hacerme preguntas.
Se masajea la frente: --Han sido miles. En los últimos tiempos repites una en particular: "Estuviste con otra mujer, Ƒpor eso no quieres acostarte conmigo". Cuando la oigo siento el alivio de un ahogado al que le dan respiración de boca a boca. Tus celos, tontita, me alentaban.
Se detiene junto a la cabecera de la cama:
--Todo iba bien, hasta ayer, cuando dijiste: "Sé que no podrás comprarme un refrigerador nuevo, lo bueno es que ya me conformo con uno viejito". (Cierra los puños). No necesitaste decir más para demostrar que me ves como un total fracasado y, mucho peor, que perdiste toda esperanza. (Sonríe). Ay, si al menos no hubieras dicho: "Lo bueno es que ya me conformo con uno viejito". (Levanta los hombros). El caso es que lo dijiste y sentí pánico. Por eso me fui decidido a no regresar. Temía volver y que repitieras la frase. Al darme cuenta entendí que mi padre no volvió a la casa por miedo a oír algo como lo que me dijiste ayer.
Se apoya en la cabecera y murmura:
--Cuando nos vemos acorralados todos deseamos escapar. (Se inclina y adopta un tono íntimo). ƑTú nunca lo has sentido? (Con un movimiento enérgico aparta la sábana. El cuerpo rígido de Belinda responde a su pregunta.)