Néstor de Buen
"Al clima de impunidad que... ha prevalecido"
Comprendo que los paristas, o como se les quiera llamar, hayan festejado la renuncia del rector Barnés. En un movimiento tan poco justificado, tan sin criterios positivos, el acto de Paco Barnés ha sido tomado como bandera de un triunfo que en modo alguno tiene ese carácter. En realidad, es la confirmación del desastre, de la falta de razones que ha hecho imposible el diálogo, de la imposición de una fuerza que no pudo abatirse con argumentos y que operó en la certeza de su absoluta impunidad. Por algo sería.
"Ante la amenaza de recortes al presupuesto... y al clima de impunidad que a lo largo de estos meses ha prevalecido, he decidido presentar mi renuncia ante la Junta de Gobierno", diría Barnés el viernes de la semana pasada, apretando en esa sola frase la gran verdad de su renuncia. Que envuelve sin la menor duda, la protesta encendida en contra de la indiferencia de las autoridades que dejaron de cumplir con su deber pretendiendo derivar hacia la universidad la responsabilidad de la solución del problema, cuando era evidente que ni el diálogo ni la razón, únicas armas de la UNAM ųlo dijo también Barnésų podían superar la violencia de los grupos radicales, dueños del movimiento.
Me duele la renuncia de Paco Barnés. No sólo por el afecto perso-nal que le tengo sino porque, en mi concepto, hizo una larga y penosa lucha por enderezar el camino de la UNAM, poniendo lo mejor de sí mismo, en un ambiente de intolerancia que no explicaba sino por su propia fuerza e impunidad, el movimiento de huelga. Y me ha dolido también la reacción de algunos maestros e investigadores, que han sostenido sin pruebas de ninguna especie la tesis de que Barnés ha sido el culpable de todo lo ocurrido.
El camino que eligió Barnés fue, sin la menor duda, el de la revita-lización de la universidad, consiguiendo un primer logro espectacular: acabar con la vergüenza del pase automático. Y ante los hechos de violencia recurrió a las soluciones legales, lamentablemente no respaldadas por los que debieron acogerlas y actuar en consecuencia.
No es idea mía: lo he leído aquí en La Jornada, que los grandes rectores de la UNAM han sido los que han sufrido el rechazo de los estu-diantes (lo sean o no), y basta recordar los nombres de Zubirán, Chávez y González Casanova, sin que la lista excluya la dignidad y el buen gobierno con que otros muy distinguidos universitarios ejercieron la rectoría. Mencionaría también a Pepe Sarukhán y a Jorge Carpizo, a quienes tampoco les fue muy bien.
La estafeta la tiene ahora un universitario de origen, Juan Ramón de la Fuente. Tuve una impresión negativa ante su elección: me pareció que tenía un fuerte sabor a decisión presidencial, pero los informes que he recibido, totalmente confiables, son en el sentido de que la comunidad universitaria se inclinó masivamente por el doctor De la Fuente, antiguo director de la Facultad de Medicina. No hubo fuerzas extrañas y se trató, por lo visto, de una decisión ampliamente democrática y universitaria. Confieso que me sorprendió.
Pensé en entendimientos subterráneos, en compromisos impublicables, pero todo parece indicar que no ha sido así.
No es fácil ocupar una rectoría por relevo. Al doctor Soberón no le costó poco resolver un problema que, a diferencia del actual, era estrictamente laboral. Yo me opuse a su pretensión de introducir un apartado C en el artículo 123 constitucional y de hecho no se produjo el cambio, aunque tiempo después mediante soluciones un tanto maquiavélicas (la incorporación de la autonomía universitaria al 3o. constitucional) se inventaron obstáculos para los trabajadores universitarios de manera que no pudieran ejercer cabalmente derechos sindicales, y en particular, la formación de sindicatos de industria. Una chistosa interpretación de la autonomía de la UNAM, que siendo frente al Estado se transformó en autonomía frente a los trabajadores.
Me alegraría mucho que Juan Ramón de la Fuente logre superar el bache. Quizá sean más propicios para él los apoyos de sus antiguos colegas de gabinete. Sin embargo me quedo en un mar de dudas. Y que de todo esto no deriven ni privatizaciones ni divisiones internas si ello es en perjuicio de la función social de la UNAM.
Y como nota para recordar, el bello artículo de Germán Dehesa "La renuncia", en el que rinde un merecido ho-menaje a su amigo Paco Barnés.