Rolando Cordera Campos
Más allá del PRI
El éxito de la revolución dominguera del pasado 7 de noviembre no le resuelve aún a los mexicanos la pregunta de quién va a ganar el próximo 2 de julio. Desde la depresión por la resurrección del invencible, hasta el jolgorio por la aparición de un "nuevo" PRI, todo acaba en un humilde homenaje a Monterroso: el dino sigue con nosotros.
Con todo, y como lo hemos de constatar pronto, el país se mueve y no admite certezas como las que se han comenzado a extraer, en la derrota o el triunfalismo, de lo ocurrido hace 15 días. Es este incansable movimiento del cuerpo político nacional, propio de una revolución democrática distante y distinta de la que recordamos ayer, el que marca o debía marcar la pauta de la deliberación política futura.
Sin duda, el PRI dio un paso mayor al ganar su primera apuesta renovadora. Eso lo pone una vez más en el centro de la disputa por el poder y le da probabilidades de triunfo mayores a las que solían otorgársele hace unos pocos meses. Pero esto, por paradójico que parezca, es apenas el inicio de una historia cuyo fin no podemos atisbar y que el PRI, con su experimento aperturista, irónicamente echó a andar.
En efecto, gane quien gane, tendrá que contar con las olas de participación desatadas por el cambio democrático y aceleradas por la reconversión priísta al pluralismo dentro de sus propias y desconcertadas filas. Y es esta ola, que en realidad es toda una marejada, la que impide pensar hoy en que el PRI puede volver a poner a México en el rumbo del "más de lo mismo" que tanto ansían nuestros curiosos y un tanto agotados reformistas.
Desde esta perspectiva, el tema de la estabilidad política de México se pone sobre la mesa con más fuerza que antes. La rebelión cívica a que convoca el PAN, junto con la intransigencia airada que Cárdenas busca reeditar para no quedarse al margen, se combinarán sin remedio con el ánimo montonero resucitado por la primarias-finalistas del PRI y le impondrán a la lucha por el poder nuevas exigencias. De desbordarse, estos reclamos pueden echar por la borda la precaria institucionalidad política construida para encauzar las ondas del terremoto democrático que estalló en México entre 1985 y 1988.
Todo esto permite pensar e imaginar la situación política actual de un modo diferente al que hoy nos proponen los entusiastas exégetas del nuevo PRI. Entre otras cosas, obliga a introducir a la reflexión los temas fuertes que siempre acompañan a toda renovación política.
En primer término, hay que plantearse la cuestión del gobierno que viene, la de su composición y la necesaria inclusión formal de la pluralidad desatada. Sólo así, y a diferencia de lo que ocurría antes, podremos hablar de un nuevo gobierno capaz de hacerse cargo de la situación grave que encara México.
También, es preciso abordar el asunto de las nuevas políticas económicas y sociales, públicas y de Estado, que puedan darle a ese nuevo gobierno un curso real y no inventado de estabilidad dinámica. Esta estabilidad no puede depender más de una hegemonía que, renovada o no, emane de un partido triunfador y casi único.
Más que asegurar dicho curso, la pretensión de reeditar un formato como éste más bien lo pone en ineludible peligro. La victoria, entonces, sería pírrica y podría poner al país en su conjunto en el filo del barranco.
Por todo esto, lo que se requiere es ir, incluso desde el triunfo preliminar o anunciado, más allá del PRI (y del PAN o el PRD).