Tal como existe la UNAM, la designación de un nuevo rector tiene algo que ver con la academia, pero mucho más con el control y la distribución del poder. Y la crisis que vive esa institución es, ante todo, una crisis del poder académico, cuyas formas son ya totalmente inadecuadas para la transformación que, a buenas y a malas, el país ha vivido en los últimos 20 años. Esta situación es un subproducto de la prolongada crisis que atraviesa, en su conjunto, el poder constituido en el ámbito nacional. No será en la UNAM donde esta última se resuelva.
En el Congreso Universitario de 1990, el poder académico y el poder nacional bloquearon una oportunidad de ponerse en mejor sintonía con los cambios en la sociedad mexicana y en el entorno mundial. Los resultados negativos no han terminado aún de recogerlos.
Quiero traer aquí una memoria de esos días. En la última sesión de dicho acto, la comisión designada por el pleno del congreso para redactar la declaración de principios de la UNAM, presentó un documento de consenso para su aprobación. ``Este texto es la consecuencia del esfuerzo conjunto de todos los miembros de la comisión'', decía la carta de la comisión a la presidencia del pleno. Firmaban, por orden alfabético, los delegados Claudia Aguilar, Arturo Bonilla, Luis Javier Garrido, Adolfo Gilly, Marcos Kaplan, Pablo Pascual Moncayo, Raymundo Ramos y Rosario Uribe Pensado.
También se acordó que el documento sería presentado en sesión solemne por el doctor José Laguna, presidente de la mesa uno sobre El futuro de la UNAM, en la que se habían discutido los proyectos iniciales de declaración. El bloque de rectoría, representado en la comisión redactora, comprometía así su firma y su apoyo al documento.
Puse mi firma al pie pese a tener reservas hacia determinadas formulaciones del texto y ciertas formas de su estilo. Sin embargo, como en todo consenso, hay que optar por los acuerdos de fondo, aunque no figure allí cuanto cada uno quisiera. Supongo que lo mismo hicieron los demás miembros de esa comisión plural.
El doctor José Laguna abrió pues la sesión final leyendo la siguiente propuesta:
Declaración de principios de la UNAM
¥ La Universidad Nacional Autónoma de México es una comunidad de cultura integrada por profesores e investigadores, estudiantes y trabajadores. Tiene como tareas primordiales la enseñanza, el estudio y la investigación de las humanidades y las artes, la ciencia y la técnica, y la difusión más amplia de los beneficios de la cultura, con el propósito fundamental de servir a la sociedad mexicana y a la humanidad.
¥ La UNAM funda su existencia en la cultura universal, con sus contenidos y valores, y en el proceso histórico de la nación mexicana y de los pueblos latinoamericanos. Sus rasgos se han definido en las luchas sociales de varias generaciones.
¥ Institución pública de educación superior, autónoma frente al Estado por mandato constitucional y libre en consecuencia para organizarse de acuerdo con sus fines y naturaleza, la Universidad Nacional adopta para su vida interna formas de gobierno fundadas en la pluralidad y en la libre discusión de las ideas. En la organización interna de la UNAM, las instancias administrativas han de estar al servicio de la academia; las autoridades deberán ser representantes legítimos de la comunidad universitaria, y los órganos de gobierno, tanto a nivel central como local, han de guardar un equilibrio entre sí que impida la concentración de atribuciones.
¥ La autonomía, conquista histórica y principio ético y legal, es condición esencial de la existencia de la Universidad Nacional de México. La autonomía se entiende como el derecho de la UNAM para gobernarse a sí misma al determinar su propia organización académica y administrativa, elegir sus autoridades, ejercer su actividad creadora y docente, y definir su desarrollo conforme a procesos propios de planeación y libre administración de recursos. Para la Universidad Nacional, la autonomía no tiene más límite que el cumplimiento de los objetivos para los cuales fue creada.
¥ La universidad, definida en su proyecto histórico como institución de la sociedad, plural y democrática, es el espacio por excelencia para analizar y debatir todas las corrientes de pensamiento sin que la universidad misma se identifique con ninguna de ellas. Al mismo tiempo, como entidad pública asume el compromiso de extender los beneficios de la educación y la cultura al mayor número posible de mexicanos.
¥ La UNAM, institución fundamental en la educación mexicana que aspira a su articulación en un sistema nacional de educación superior, debe dedicarse de manera prioritaria al estudio de la realidad de México y en particular de sus grandes problemas. Será también factor determinante para preservar la identidad nacional. La universidad impulsará el desarrollo de la ciencia, la técnica, las artes y las humanidades para contribuir a la vida plena del país dentro de la universalidad del conocimiento, a la superación de rezagos acumulados y al fortalecimiento de la independencia nacional.
¥ La búsqueda de la calidad académica es una constante en las actividades de la Universidad Nacional. Para ello debe contar con mecanismos de evaluación interna, permanentes y rigurosos. La Universidad debe ser siempre evaluada por la propia sociedad, con la cual tiene un compromiso insoslayable.
¥ La Universidad Nacional, al educar a las nuevas generaciones y difundir el saber, contribuye a crear premisas para la igualdad y la democracia.
¥ Principios fundamentales del trabajo universitario son la búsqueda de la verdad; las libertades de estudio, de cátedra, de investigación, de confrontación de las ideas y de crítica, y el rechazo de toda forma de discriminación.
¥ Son condiciones de la vida universitaria la tolerancia, el respeto y la solidaridad; y sus ideales, la justicia, la paz y la libertad.
Terminó el doctor Laguna su lectura y, al pasar a votación, como movidos por un resorte se pusieron en pie, para que toda la sala los viera, los guías reconocidos del bloque de rectoría -José Narro, Jorge Madrazo y Máximo Carvajal-, y votaron en contra para sorpresa general. Una contraorden de ultimísima hora les había llegado desde arriba y desde afuera. En uno de los pasillos del Congreso encontré a Juan Ramón de la Fuente, desolado por lo que estaba pasando pero, al igual que José Narro, sin una palabra de protesta.
El bloque de los ``brigadistas'' también votó en contra, como ya lo había anunciado, pues en el texto no figuraba la ``educación gratuita''. Para sorpresa general y de ellos mismos, se encontraron votando junto con Narro, Madrazo y Carvajal. Los delegados afines a rectoría, desconcertados por la brusca voltereta de sus guías, unos votaron en contra, otros mantuvieron su voto a favor de la declaración y otros más se abstuvieron. La Declaración de principios no pasó y fueron vanos los intentos de revivirla en una nueva ``votación por aclamación''. A partir de allí, en todas las votaciones sucesivas la mayoría de los delegados comenzó a abstenerse, en protesta por la burla de aquella votación.
Muchas conclusiones pueden desprenderse de aquella experiencia. Quiero ahora anotar sólo dos. La primera, el poder conservador en la academia defenderá hasta el fin y con todos los medios sus prerrogativas, privilegios y complicidades y su subordinación en todo lo esencial al poder del Estado. La segunda, ese poder conservador y sus representantes o agentes transitorios podrá ceder para ganar tiempo, pero jamás cumplirá su palabra y sus compromisos, a menos que una fuerza democrática y plural organizada en los marcos propios de la academia así se los imponga. Es un momento propicio para recordarlo.