La Jornada miércoles 17 de noviembre de 1999

José Steinsleger
Comparaciones

Hace poco más de 10 años, en mayo de 1989, me encontraba en La Habana realizando una serie de reportajes sobre el impacto del derrumbe de Europa oriental en la economía cubana. Pocas semanas después, me trasladé a Buenos Aires con motivo de la llegada del presidente Carlos Menem al poder.

Ahí, un atribulado y ojeroso Raúl Alfonsín hizo entrega del bastón de mando a quien pasaría a la historia como el rey de los fantoches constitucionales de América Latina. Echado a patadas por los grupos financieros, Alfonsín se fue en medio del caos, la hiperinflación y los asaltos de la gente a los supermercados, bodegas y vehículos de transporte de alimentos.

Aproveché la visita para reunirme con antiguos colegas, algunos de los cuales habían sido admirados maestros del periodismo y que en otros tiempos habían gozado de un nivel de vida más holgado del que ahora observaba sin dar crédito a lo que veía y me contaban.

Para no hablar de la propia frustración, creí que podía consolarlos comentándoles de las dificultades de la libreta de racionamiento en Cuba. Pero mientras la conversación avanzaba advertí que el flaco Casinelli, redactor de planta en una revista semanal y comentarista de temas deportivos en una radiodifusora (11 horas en total por jornada), tomaba nota de lo que decía y con una calculadora de bolsillo apuntaba números en un papelito.

"ƑQué más dijiste que incluye la libreta en Cuba?". Y el flaco seguía haciendo cuentas y más cuentas. "Lo que está racionado en la libreta ųexpliquéų aguanta para 10 días. Después hay que recurrir al mercado libre, donde los productos, cuando los hay, son más caros que los racionados".

Casinelli dobló el papelito con prolijidad y preguntó: "Che, y cómo se hace para conseguir esa libreta? Aunque sea para ocho días. ƑNo se podría hablar con Fidel? Porque si vos decís que en Cuba la libreta apenas alcanza, con este "apenas" mi familia tiene asegurada una semana de 'morfi' (comida)".

La provincia de Buenos Aires triplica la superficie de Cuba y sólo esta región, la ubérrima y pródiga "pampa húmeda", podría alimentar con creces a toda América Latina, cuya población total representa la tercera parte de la existente en China. Los economistas saben que el dato no es producto de la proverbial exageración argentina.

Cuba, país pobre, subdesarrollado y bloqueado, ha logrado alimentar y brindar salud y educación a toda la sociedad. Pero la noción de pobreza no es allí la misma que existe en sociedades como la argentina, donde Menem decidió ingresar al primer mundo por decreto y en 10 años de "modernización" consiguió un auténtico milagro: 14 millones de pobres y 18 por ciento de desempleo.

En Cuba, la pobreza se llama esperanza y voluntad política de existir.

Por eso, para las mil 500 millones de personas que en el mundo viven con un dólar diario, y para dos mil 500 millones más que se debaten en la pobreza sin mucho que esperar del porvenir, Cuba representa una superpotencia.

El resto de la población mundial, o sea poco más de 25 por ciento que considera normal llevarse una cuchara llena a la boca, diferirá, necesariamente, de estas comparaciones. En fin. Panza llena corazón contento. Y mente rápida para cantar loas a la democracia teórica y para predicar la tolerancia sin el fastidio de que los otros, los auténticos condenados, puedan tener razón.