Guillermo Sheridan
UNAM vez más
Es natural que por las más diversas razones muchos se congratulen por la renuncia del Dr. Barnés y lean en esa renuncia la prueba de que la razón está de su lado. Para la tribu de los unameros se realizó el ritual sacrificio unamo que le sirve para congraciarse con sus dioses inescrutables; para la izquierda que se hospeda en la UNAM con todos sus gastos pagados, es una lucha popular de probeta que triunfa en su república imaginaria; para los operadores de los partidos políticos, es la constatación de que en la UNAM se siguen subastando coyunturas de ocasión. El pueblo paga.
Los señores del CGH celebran su "triunfo" activando una remota tonadilla pueril, sazonada con su rima favorita: lero lero, por culero. Infantilismo vengativo sobre un oponente inerme, actor supletorio de sus enfados sociales, útil vicario del padre que los golpeó de niños. Su algarabía les impide recordar que no hay mucho de qué vanagloriarse: nada hay más fácil que "tumbar" rectores. Autoridad sui generis de nuestra cultura política, un rector es una autoridad indefensa, asediada por fuerzas satisfechamente impunes: Que fulano y zutano tumbaran a Ignacio Chávez, o mengano y perengano a González Casanova, no es impericia de las víctimas, ni razón de los verdugos: es simple carencia de higiene social.
Más relevante sería calcular que el Dr. Barnés no renunció a la rectoría, sino que es la rectoría la que renunció al rector, del mismo modo que antes renunció a Chávez o a González Casanova. No son los rectores los que renuncian, es la UNAM la que renuncia --y el país por su conducto--, una y otra vez, a la naturaleza y a la responsabilidad académica de la universidad. Una renuncia ante la contundencia de los agravios, a lidiar con una realidad que se antoja irreparable: a su indefensión política, a su tamaño inmanejable, a su carácter del teatro de las buenas intenciones, a su índole de fallido laboratorio psicosocial, a la persistente voluntad de hacer de ella una guarida de intereses que desarman a la producción y transmisión de conocimientos que se traduzcan en beneficio social.
El líder del STUNAM ya externo sus deseos de que el próximo rector sea "un buen operador político". Una expectativa que acepta tácitamente que la UNAM produce más utilidad política que conocimiento, o que su conocimiento esencial depende de su operación política accesoria. Que acepta que su propósito no es tanto combatir los límites de la ignorancia, sino agrandar los límites de la ambición política de algunos. Las tareas académicas de la UNAM son apenas un accesorio de su valor como trampolín o escenario político.
Pero "triunfos" como el sucedido acentúan cada vez más la convicción política de que la UNAM es un "territorio liberado" de cualquier restricción legal. En ella, la política tiene la garantía de carecer de reglas que acoten su impulsividad y de que todo exceso le es propio en pos de una anarquía negociable en la legalidad formal. Lo que iba a ser un instrumento para combatir los problemas atávicos del país, se ha convertido en un problema atávico más.
Cuando el rector Ignacio Chávez fue expulsado violentamente de la rectoría en 1966, el CEU (así se llamaba desde entonces) también celebró su "triunfo". En la ebriedad característica de la ralea, declaró que le "prestaría" la rectoría a la Junta de Gobierno, pero que se "autoconcedía el derecho de vetar al nuevo rector si no es de nuestro agrado". Barros Sierra les concedió el "pase automático" con tal de recuperar el despacho. La solución de fuerza dio frutos, el método se convirtió en hábito y ahora, treinta años más tarde, se graduará a uso y costumbre.
ƑSirve de algo recordar la historia? En la UNAM parece que sólo para propiciar que se repita, ya no como comedia y ni siquiera como sainete. Como somos pueblo de rituales, cumplámoslo, sin embargo: en 1966, en su carta de renuncia, el Dr. Ignacio Chávez escribió la frase obligatoria que hoy repetimos todos sinceramente: "lo sucedido en la UNAM es una experiencia amarga, pero de ella debemos extraer algún provecho". De acuerdo.
Pero recordemos también este párrafo del mismo documento, decidamos qué tan de acuerdo estamos con él, y obremos en consecuencia:
Habrá que encontrar la fórmula para que los universitarios, siendo libres, admitan usar sólo una libertad responsable; hacer que la autonomía de la institución sirva sólo para garantizar los fines superiores de la labor educativa, no para convertirla en privilegio de impunidad, en fuero que permita atropellar los intereses de la cultura y el derecho de los hombres. Si la autonomía es un bien, no debe pagarse con la triste moneda de los actos vandálicos que hemos presenciado, entristecidos e impotentes; quien reclama el bien de gobernarse, tiene que empezar por merecerlo. La dura lección no termina ahí. Hemos presenciado el hecho de que una minoría ha decidido por la violencia el destino de la universidad. Su finalidad encubiertamente académica, ha terminado por descubrirse política... Mientras no encontremos la fórmula de que el universitario se interese por el fenómeno social de su tiempo y se prepare para una sana actividad política futura, sin caer por eso en el error de convertir a la UNAM en una arena de luchas que relegan a segundo plano la finalidad esencial de estudiar y prepararse, veremos repetirse estos desbordamientos que arrasan con logros penosamente obtenidos. Aun más, mientras las mayorías adversas a un movimiento sedicioso no se decidan a actuar o, cuando menos, a expresar claramente su repudio en el momento de la crisis, esa mayoría no existe para la defensa de sus derechos.