MAR DE HISTORIAS

Olor del tiempo

* Cristina Pacheco *

 

Alejandra deposita cuatro tazas en el lavabo. Mientras las enjuaga observa, reflejados en el espejo, los rostros de sus compañeras. Por la forma en que se lavan los dientes o se retocan el maquillaje, adivina si alguien las espera a la salida o si volverán solas a sus casas.

Alejandra cumplirá este año 24 de trabajar en la tienda. El récord la enorgullece y la inquieta, porque la remite a la idea de la jubilación. Esto la deprime, sobre todo en tardes como la de hoy, cuando no tiene el aliciente de encontrarse con René. Se conocieron el día en que ella entró en la tienda como empleada eventual. Siempre que Alejandra recuerda la fecha exacta ų15 de noviembre de 1975ų siente la misma fascinación que experimentó al ver la cabellera castaña de René. Era jefe del departamento, ella quedó bajo sus órdenes y, como el resto de las trabajadoras, lo llamaba "señor Berger".

Quince días después de su entrada en El Arca de la Moda, René la acompañó hasta su casa. El hecho no escandalizó a nadie porque se dio en circunstancias especiales. Era el 2 de diciembre. Como todos los años y hasta el fin de la temporada, el horario se ampliaba hasta las diez de la noche.

A las nueve el señor Berger le informó a Alejandra que tenía una llamada telefónica. "Es de su madre", dijo él en voz muy alta, para justificarse ante otras vendedoras por transgredir la norma impresa en una cartulina: Se prohíbe a todo el personal hacer o recibir llamadas en horas de trabajo.

 

II

 

Sin levantar la cara, Alejandra escuchó a su madre: "Tu hermano Enrique no ha venido en todo el día y no sé si llegará a recogerte. Temo que regreses sola y te pase algo". Como otras veces, para tranquilizarla, Alejandra mintió: "Varias compañeras viven por la casa. Me iré con ellas".

René Berger se encontraba lo bastante cerca de Alejandra como para advertir su gesto de preocupación cuando colgó el teléfono. "ƑAlgún problema?" Ella fue sincera y disculpó a su madre: "Todo el tiempo le da miedo de que me pase algo malo". René no imaginó que su respuesta fortalecería la secreta fascinación de su empleada hacia él: "Su madre tiene motivos para preocuparse". Alejandra no supo qué decir y él aprovechó para ofrecerse a acompañarla: "No es ningún problema. La colonia Alamos me queda de camino. La llevaré con mucho gusto".

Alejandra aceptó. Unos minutos antes de salir corrió al baño y se retocó el peinado ante el mismo espejo donde ahora contempla a sus compañeras. Suspira cuando ve a las más jóvenes acicalarse a toda prisa. Estaría haciendo lo mismo si René no la hubiera llamado a su oficina con la excusa de entregarle los nuevos catálogos: "Ale: mi hija tuvo asamblea en su escuela y me pidió que pasara a buscarla. Me agarró de sorpresa. ƑMe perdonas, gordita?" Alejandra asintió con un guiño y levantó el índice: "Más te vale que sea cierto, porque si no..."

René soltó una carcajada y cuando se acercó para entregarle los catálogos murmuró: "ƑNos vemos mañana?" Ella mantuvo el tono coqueto y provocativo: "ƑY si te digo que no...?" El se aproximó aún más: "No seas mala: ya me urge. Hace más de dos semanas..." Ella lanzó una rápida mirada a la cabellera de René y accedió: "Está bien. Para que veas que soy buena, estrenaré bata y guantes. Hacen juego. Son transparentes. Me los compró Lucila en una tienda especial de San Antonio".

 

III

 

"Ale: Ƒte tocó doble turno?" Alejandra le responde a su compañera a través del espejo. Como ella hace veinticuatro años, Mercedes llegó en noviembre del 98 en calidad de eventual y ha recorrido todos los departamentos sin obtener la planta.

ųOye, Meche, Ƒya te dijeron cuándo te van a basificar?

ųNo, pero ya no me importa. Voy a ir a la feria del empleo ųMercedes comienza a cepillarse el peloų. Algo tiene que salirme, porque yo aquí no me quedo. Estoy harta de que no la reconozcan a una. Luego te cuento. Me voy, porque viene mi galán. Ojalá no se le ocurra llevarme a caminar, porque traigo los pies hechos pinole.

Las palabras de Mercedes remiten a Alejandra a aquel 2 de diciembre de 1975. Su madre la obligó a meter los pies hinchados en una palangana llena de agua tibia y salada: "Pobrecita. Estoy pidiéndole a Dios que te ayude a encontrar un trabajo menos pesado. Mira nada más cómo vienes".

En vez de alimentar como otras veces las expectativas de su madre, Alejandra habló con entusiasmo de su actividad de vendedora: "Conoces a mucha gente y no es tan cansado. Lo que sucede es que mis zapatos tienen el tacón muy alto. Mañana me llevaré los bajitos, porque dice el señor Berger que de aquí hasta el 5 de enero hay muchísima clientela". No era verdad que su jefe le hubiera hecho semejante advertencia. Alejandra la inventó sólo para repetir el apellido que la fascinaba.

No fue la única mentira de aquella noche. Prometió renunciar a las zapatillas altas a sabiendas de que no lo haría jamás, y menos después de su primer encuentro íntimo con René en un motel de la calzada de Tlalpan. Allí bebieron la botella de champaña con que René quiso celebrar el momento; después se abrazaron, bailaron al ritmo de un blues imaginario y al fin rodaron por la cama.

Al final de la sesión amorosa él le besó desde la punta del pelo hasta los pies: "Son preciosos. Me encantaron desde aquella noche en que te llamó tu mamá. Te los veía mientras hablabas por teléfono y si te digo que estuvo a punto de sucederme algo..." Alejandra retribuyó la confesión: "ƑQuieres saber cuándo me enamoré? Desde que te vi. Me encantó tu espalda pero sobre todo tu pelo. Sentí unas ganas terribles de acariciarlo".

El no la dejó terminar: volvió a hacerle el amor mientras ella realizaba el sueño de hundirse en la mata de cabello sedoso y abundante, inspirador de los únicos versos que escribió en su vida: "Tu pelo es sol y sombra,/ cascada y remolino./ Me enloquece y me asombra,/ pero no es mi destino".

Ese arranque era parte de un texto larguísimo, cargado de reflexiones y errores ortográficos, que Alejandra redactó un viernes ųya muy avanzadas sus relaciones-, después de ver a René saliendo de la tienda con su esposa. Alejandra sabía de su existencia pero al verla de carne y hueso comprendió que su amor era "como el agua temprana/ que no tiene mañana".

 

IV

 

Aquel incidente puso en peligro sus relaciones. A los amantes les gusta recordar cómo superaron el escollo. Reconstruir su épica reconciliación es uno de los temas que René aborda las noches en que Alejandra, desnuda bajo la bata floreada, le tiñe las canas con maestría inigualable.

Antes de empezar la sesión René exige que Alejandra le permita ver la caja del tinte. No quiere que se repita lo sucedido hace años: Alejandra sospechó que René favorecía a otra vendedora; en venganza le aplicó, en vez del castaño habitual, un tono rojizo que le daba aspecto equívoco. Para evitar consecuencias desastrosas, René permaneció dos días en casa de Alejandra. Su madre había muerto cinco años atrás y su hermano nunca regresó. Fueron una renovada luna de miel con intervalos dedicados a la aplicación de tratamientos. Le devolvieron al cabello de René el color que tuvo en sus mejores años.

Cuando Alejandra le recuerda ese capítulo René la llama "miserable", deja la silla donde permanecía en actitud de niño aplicado, y la persigue por el departamento hasta que los dos se desploman en la cama. Alejandra acaricia la cabellera de René durante el tiempo, cada vez más breve, en que él le hace el amor. Ella finge ignorar la brevedad. Se conforma con sentir junto al suyo el cuerpo de René y respirar el olor a tintura que se desprende de su pelo; es el incienso de su intimidad y lo único que sobrevive a la erosión de los años.