Alberto J. Olvera Rivera
Elecciones en el PRI: euforia precipitada

México retrocedió el pasado 7 de noviembre a julio de 1988. Volvieron por sus fueros las urnas embarazadas, el ratón loco, la compra de votos, la retención de credenciales electorales, las casillas zapatos, los viejos mapaches, una autoridad electoral absolutamente parcial, el gasto excesivo y descontrolado y la inflación absurda de votos. México retrocedió también a agosto de 1994 en tanto hubo un financiamiento oculto de la campaña de parte de la oligarquía financiera salinista. El PRI recurrió a todo su enorme y viejo arsenal de trucos y mañas para exorcizar a su enemigo interno, Roberto Madrazo, y para legitimar el previo nombramiento de su candidato presidencial.

El 7 de noviembre se confirmó que la maquinaria electoral del PRI sigue funcionando con eficacia y que los recursos con que cuenta el partido oficial no tienen límite ni medida. La elite financiera surgida al amparo de las privatizaciones y del IPAB necesita la permanencia del PRI en el poder: La jornada electoral resultó sumamente exitosa para el PRI, pero altamente dañina para la democracia en ciernes en nuestro país. El mensaje principal que emana del proceso no es una supuesta democratización del PRI, sino la amenazadora persistencia del gigantesco aparato electoral oficial.

El PRI ha vuelto a demostrar que puede operar sin que la sociedad le exija transparencia en el ejercicio de sus gastos; que las impugnaciones a la violación flagrante de sus propias reglas no son penadas; que nadie exige una contabilización rigurosa de los votos; que se pueden fabricar candidatos con frases y promesas vanas; que los medios siguen estando bajo su control y reaccionan dócilmente a sus indicaciones. Ni siquiera las elites intelectuales parecen ser capaces de hacer valer los principios por encima de las necesidades de ocasión.

El éxito del PRI puede sin embargo resultar pírrico. De los nueve millones de votos que el PRI alega haber obtenido deben descontarse (razonablemente) por lo menos un 15 por ciento atribuible a la inflación de votos y el relleno de urnas, puesto que en todo el país se observó un marcado ausentismo en las casillas; y otro tanto de votantes declaradamente no priístas que participaron de buena fe en el proceso con la expectativa de detener la amenaza de Madrazo, unos, o bien de apoyar a quien parecía tener la capacidad de romper la estructura interna del PRI, otro. Esto deja un rango de seis millones de votos, que al parecer constituyen el verdadero núcleo duro del PRI, y que significan alrededor de 11 por ciento del padrón nacional. El hecho de que hayan sido unas elecciones internas no explica una supuesta baja afluencia de votantes, puesto que el PRI puso en juego en este proceso toda su capacidad organizativa y de atracción de votantes. Se trató claramente de una operación de estado en la que estaba en juego la hegemonía del presidencialismo dentro del propio partido oficial. Eso explica el tamaño del operativo del domingo 7, cuyo costo y complejidad es sólo comparable con las elecciones federales. Por ello mismo la votación obtenida refleja el piso electoral real del PRI, seis millones de votos son 25 por ciento en una votación con abstención de 50 por ciento de los ciudadanos. A mayor participación, menor porcentaje. Ese piso es insuficiente para asegurar el triunfo, por más que es la gran ventaja del PRI de cara al 2000.

Los dos millones de votos reales de Madrazo son, en este contexto, esenciales para el PRI. Aun no está claro el precio que pedirá el tabasqueño por su lealtad y si Labastida estará dispuesto a pagarlo. Todo indica que habrá un prolongado estira y afloja en las próximas semanas cuyo desenlace no es aún predecible. Pero Madrazo, en caso de permanecer en PRI, será una piedra en el zapato que jugará a ser candidato sustituto en el caso de que las cosas pinten mal el año próximo. Es por ello que protegerá su corriente y buscará ampliar su influencia. Hasta qué punto el PRI podrá soportar una estructura paralela en plena campaña presidencial está por verse.

Ni votos de sobra ni unidad interna ha sacado el PRI de sus elecciones. Ha engañado a la opinión pública y ha demostrado voluntad de sobrevivencia. Pero, al igual que la mayoría de las ilusiones, ésta se ha de desvanecer más temprano que tarde.