Como se sabe, en 1994 el voto del miedo ayudó mucho al triunfo del régimen priísta; un régimen reciclable si se quiere, pero ya francamente apestoso. ¿Hierba mala nunca muere? Por si las moscas, mucho indica que, para el 2000, también se echará mano del voto cacerolero: el voto a favor de una mano dura, acaso fascista, pues ``ya es hora de que alguien ponga a México en orden''. Por cierto que nunca faltará algún vecino interesado en la tarea.
La fórmula es sin duda eficiente. El mismo a perder lo que se tiene, y que cada vez es menos gracias a esa fábrica de pobres también llamada neoliberalismo; aunado a la desesperación consiguiente, luego reforzada por un panorama obviamente conflictivo y por un creciente sentimiento de impotencia para cambiar las cosas, tarde o temprano desemboca en el reclamo de mano dura. Pero, también sin duda, la fórmula es harto tramposa. Primero, porque sus impulsores son los mismos que propician todo lo que alimenta al clamor fascistoide: pobreza, conflictos, ingobernabilidad, impotencia, desesperación. Y segundo, porque el orden-mano dura siempre termina en un desorden mayúsculo. Así lo enseñan un buen número de historias dictatoriales en todo el mundo, sin falta México. ¿Cuanto duró el orden porfirista y, sobre todo, a qué precio?
Si el grueso de la sociedad mexicana tuviera menos agravios y más conciencia, ni siquiera tendrían sentido estas reflexiones. Pero, por desgracia, no es el caso. Y para más desgracia, los albañiles del viejo régimen lo saben bien y parecen dispuestos a aprovecharlo. Aparte de las triquiñuelas de siempre, ¿qué hay detrás de los ``10 millones de votos'' logrados en las elecciones internas del PRI el domingo pasado? Un mensaje y varias consecuencias nada favorables a la transición democrática del país.
El mensaje, faltaba menos, es versátil, ``Hay PRI para rato largo'', concluyen los más modestos. Conclusión suficiente para el mensaje de los menos atrabancados: ``Que nadie se queje ni se sorprenda con el regreso del carro completo en el 2000''. Y para el mensaje de los menos soberbios: ``Máxime ante la inmadurez de la oposición, queda claro que los priístas son los únicos que conocen a México y que saben gobernarlo''. Y para los menos filósofos: ``El PRI es la idiosincrasia eterna de los mexicanos''. Y así, hasta llegar al mensaje de fondo: ``Si se trata de instaurar un orden durísimo, nadie como el candidato del PRI sabrá hacerlo''. Y si no se trata de eso. ``pronto veremos que sí''.
Sólo así puede explicarse la nueva vuelta de tuerca en la cerrazón del grupo gobernante, y que quizá constituye el mejor indicador de su decadencia (con todo y sus ``10 millones'' de votos). Ya entre los precandidatos priístas de 1994, mucho más tras el asesinato de Colosio y la exclusión de Camacho, pudo observarse un severo achicamiento de la oferta ideológica del priísmo. Para ser suspirante presidencial había que ser tan neoliberal como salinista. Ahora, a estas dos precondiciones se suma otra: ser durísimo, saber capitalizar el voto ya no sólo del miedo sino del cacerolismo (por aquello de las cacerolas blanditas por mujeres chilenas a fin de remplazar a Salvador Allende con Pinochet).
El primer examen se llama Chiapas, y el segundo UNAM. ¿Quién los aprobó mejor, quién ganó? Precisamente quien ha demostrado, desde la mismísima Secretaría de Gobernación, su disposición a una guerra sin cuartel, de exterminio contra los zapatistas. Y ganó quien, ya como precandidato, hizo las declaraciones más propicias para reprimir a los estudiantes de la UNAM. Tal vez en busca de la mención honorífica para el precandidato triunfador, ahí siguen, muy orondos, dos de sus grandes apoyadores: el seudogobernador Albores y el minirector Barnés. Aunque si alguno de estos cayera, su legado fascistoide ya agarró vuelo. En Chiapas se acrecienta el cerco militar todos los días, al tiempo que en la UNAM -para vergüenza de la Santa Inquisición misma- ya se resucitó al Tribunal Universitario, por lo pronto.
Si todo ello es así, urge desmontar el cacerolismo. Si el PRI insiste en ganar el 2000, que lo haga bien: sin fraudes de ningún tipo y sin lucrar más con la pobreza, la ignorancia y la desesperación de la gente. Ahí se verá su patriotismo, si aún le queda algo, y que es lo mínimo requerido para aspirar al gobierno de México. n