Como parte de los actos previos a la celebración del decimotercer Congreso Nacional de Economistas, que tendrá lugar en febrero del año 2000, en la presente semana se realizó en Culiacán el foro de análisis de la agricultura nacional. Uno de los elementos valiosos de esta discusión es que en ella participaron, además de economistas profesionales, empresarios agrícolas y funcionarios de los gobiernos federal y estatal.
Sinaloa es uno de los mejores casos representativos de la prosperidad y dinamismo de la agricultura nacional. En opinión de los empresarios, esto pertenece a la historia. En sus intervenciones en el foro señalaron que como resultado del nuevo marco en que tienen que operar, la antes próspera agricultura de la zona está enfrentando grandes y crecientes dificultades que están amenazando la viabilidad de sus empresas. Los obstáculos, que los empresarios destacaron como particularmente importantes, se derivan de las importaciones de productos libres de arancel desde Estados Unidos por sobre la cuota de importaciones establecida en el acuerdo comercial entre ambos países, y que las compras al exterior ingresan al país cuando todavía quedan grandes volúmenes de producción nacional que no se han comercializado. Ante esto, los productores solicitan al gobierno restringir las importaciones sin arancel a las cuotas establecidas en el tratado comercial, programarlas para que ingresen cuando la producción interna no esté en condiciones de satisfacer la demanda nacional y poner en práctica un programa emergente de apoyo a la comercialización, con el propósito de vender las existencias acumuladas.
Ante esto, los funcionarios de gobierno señalan que como resultado de la apertura comercial, las exportaciones mexicanas han crecido en forma muy dinámica, por lo que los empresarios deben aprovechar las ventajas que ofrece el mercado externo para sus mercancías, que no se volverá a la política de proteger a productores que no están en condiciones de competir con las importaciones y que ellos deben reconvertirse productivamente para entrar en las áreas en que son competitivos.
Creo que existe un consenso generalizado respecto a que no es posible aislarse del proceso de intensificación de las relaciones comerciales internacionales, ante lo cual los empresarios nacionales deben considerar que sus actividades seguirán estando expuestas a una creciente competencia. Sin embargo, el caso particular de los productores agrícolas de Sinaloa muestra, una vez más, que para que las empresas puedan operar dentro de los nuevos marcos se requiere de un periodo de adaptación, por lo que lo más razonable es la introducción de cambios graduales. Si para el estrato empresarial dinámico de los productores agrícolas de Sinaloa está siendo muy difícil operar en las nuevas condiciones, es fácil imaginarse que la mayor parte de los campesinos del país no estará en condiciones de hacerlo.
En segundo lugar, es sencillo afirmar que los agricultores deben dejar de producir lo que es más barato importar y dedicar sus recursos a los rubros en que son competitivos. Sin embargo, en el caso que nos preocupa, la magnitud de los recursos dedicados a la producción de bienes básicos, como maíz y frijol, es tal que no resulta fácil encontrar una ocupación alternativa para la mayor parte de ellos. Si los campesinos, en lugar de granos básicos sembraran hortalizas y legumbres, sería muy difícil encontrar rápidamente un mercado que pueda absorber esta mayor oferta. Y en conexión con esto, también es necesario discutir si es necesario que el país mantenga un nivel suficiente de autoabastecimiento en sus alimentos primordiales.
Por otra parte, en la situación específica que aquí comento se enfrentan empresarios con intereses opuestos. En un polo están los productores agrícolas, y en el otro los ganaderos e industriales, que usan como alimentos y materias primas lo producido por los campesinos. La política de importar granos baratos favorece a estos últimos, a la vez que perjudica a los primeros. Sin embargo, creo que los hechos ya han persistentemente mostrado que esta política de ayudar a unos en detrimento de otros es muy destructiva. El caso más notable lo constituye el trato privilegiado que ha recibido la banca. En definitiva, el éxito del sistema bancario depende de la prosperidad de toda la economía, al igual que no se puede edificar una industria dinámica sobre una agricultura en ruinas.