La Jornada martes 9 de noviembre de 1999

Luis Hernández Navarro
Los nuevos muros

HOY, 9 DE NOVIEMBRE, se cumplen 10 años de la caída del Muro de Berlín y del colapso del socialismo real. Los sueños de libertad que propiciaron el derrumbe de los regímenes autoritarios de Europa del Este han engendrado el renacimiento de viejas pesadillas. Las sociedades que han emergido de las cenizas de la economía planificada están muy lejos de parecerse a las fantasías de fraternidad y bienestar que animaron a quienes guiaron la demolición del comunismo.

El fin de la guerra fría no implicó la terminación de las guerras. Por el contrario, durante estos últimos 10 años se han intensificado las intervenciones militares en gran escala y la fractura de las fronteras nacionales. La ONU, el organismo multinacional que debía frenarlas, ha terminado por legitimarlas. Sin la amenaza del comunismo, la nueva escalada armamentista se ha justificado fabricando nuevos enemigos: la irrupción étnica, el fundamentalismo islámico, la expansión del narcotráfico y los pequeños tiranos que desafían de cuando en cuando al imperio. La lista de las nuevas guerras es larga y crece aceleradamente: dos conflictos en los Balcanes, el Cáucaso, el Golfo Pérsico, Timor Oriental; sólo en Ruanda fueron asesinadas 800 mil personas durante 1994. En ellas se disputan mercados sin dueño y se conquistan territorios, al tiempo que se dirimen asuntos de política interna de las metrópolis.

La caída del comunismo no trajo más estabilidad a las finanzas mundiales ni ayudó a paliar las desigualdades entre naciones. Desde 1989 se han sucedido distintas crisis económicas: el Sistema Monetario Europeo en 1992, el efecto tequila en 1995, la gripe asiática en 1997, Rusia en 1998, el efecto samba durante 1999. La brecha entre países ricos y pobres se ha ensanchado: la relación entre la renta per cápita de Suiza y de Mozambique es de 400 a uno.

Los ciudadanos de los países centroeuropeos tienen hoy libertades básicas a las que no tenían acceso cuando el poder estaba en manos de la burocracia comunista. Sus gobiernos son democráticos. Pero el costo que han debido pagar ha sido alto. Han conquistado derechos, pero enfrentan grandes dificultades para ejercerlos. Los obreros polacos, que propiciaron la gran transformación del sistema luchando durante años por sindicatos libres, tienen hoy muy bajas tasas de sindicalizados. Sobre ellos pende la amenaza permanente del desempleo y los bajos salarios (entre 30 y 50 dólares semanales). Los empresarios prefieren negociar las condiciones laborales con los trabajadores de manera individual.

Donde hace 10 años había optimismo y esperanza hoy hay desilusión. Las antiguas fronteras nacionales se han desdibujado y roto. La solidaridad se ha perdido y los lazos amistosos se han deteriorado. La fuerza de la sociedad civil fue capaz de destruir un sistema político, pero no de generar nuevas alternativas de participación ciudadana en el gobierno. La resistencia civil pacífica, la presión sobre el poder, la reivindicación de la ética en la política y el rechazo a la cooptación de sus dirigentes permitieron generar fuertes movimientos antiautoritarios, pero ante el triunfo no pudieron gestar opciones de acción que fueran más allá del sistema de partidos tradicional. La antipolítica reivindicada por el dramaturgo checo Václav Havel existe sólo como un buen propósito avasallado por la politiquería.

En la mayoría de los países poscomunistas se introdujeron drásticas reformas económicas, sin gradualidad ni infraestructura, careciendo de un marco legal adecuado y sin políticas compensatorias. La fe ciega en el mercado y la convicción de que los nuevos empresarios modernizarían a sus naciones llevaron a muchas de ellas a la bancarrota y la polarización social. Rusia es el emblema viviente del fracaso de esas medidas, un ejemplo destacado de la vía rápida para entrar al Tercer Mundo. Su riqueza ha disminuido de manera sostenida. La corrupción de sus gobernantes se ha convertido en un desafío al sistema financiero internacional. Los resultados del modelo pueden medirse por tres hechos: el crecimiento de un nacionalismo xenófobo, el abandono en asilos de cerca de 700 mil niños con padres y el éxito en la expansión internacional de la mafia rusa.

Sobre los restos del Muro de Berlín se han levantado nuevos muros que el avance en el respeto a las libertades individuales no puede ocultar: el crecimiento de la desigualdad, la marginación y la exclusión social. En lugar de derrumbarse, el muro de las guerras y el armamentismo ha crecido hasta cubrir el firmamento finisecular. En el nuevo orden mundial, nacido de las cenizas del campo socialista, reina el caos. *