Ť Con los pedazos de concreto se podría edificar otra muralla china
La verdad de la caída del Muro está en los falsos trozos que se venden
Ť Millones de turistas acuden al mercado negro para adquirir un jirón de memoria
Ť La desaparición de la ''faja de la muerte'' revalorizó el quehacer literario en Alemania
Miryam Audiffred Ť De unir los falsos pedazos de muro de Berlín que se han vendido en los últimos diez años sería posible construir otra muralla china. Con los dólares gastados por millones de turistas para conseguir en el mercado negro un trocito de memoria, no sólo sería fácil sacar de la pobreza a muchos alemanes del Este. También sería viable dejar atrás las diferencias culturales y sociales que subsisten en las dos regiones alemanas e impiden a escritores, artistas y dramaturgos defender el sello de intelectualidad que caracterizó a las producciones del pasado.
Pareciera que, al compás de las transformaciones urbanas de Berlín, se disipa la autonomía creativa que existió durante la separación e impidió, paradójicamente, que ambas comunidades abrazaran los moldes ideológicos de la globalización.
El ruido de las grúas que trabajan sin cesar para construir la ciudad más moderna de Europa no ha logrado mantener en pie la esperanza de las personas. Y es que, dice José María Pérez Gay, ''para ser contemporáneos en Europa, los alemanes tienen que ser contemporáneos de ellos mismos".
Altos índices de desempleo, desconfianza entre hermanos y movimientos xenofóbicos son el saldo de una integración no anunciada. Por tratar de borrar de un plumazo 40 años de la vida de un país y querer alcanzar de súbito el sueño propuesto por el hombre de la mancha, se ha despertado al fantasma de Hitler que, en pleno final de siglo, camina al lado de las nuevas generaciones.
Especialistas en el arte de la alusión
Lejos de lo que pudiera pensarse, el resentimiento y el odio hacia los que son diferentes continúa con vida entre los ciudadanos de oriente. Si en 1990 se habló de un pequeño grupo de mil 500 neonazis organizados y de un total de 15 mil simpatizantes, hoy las líneas rectas de la suástica conducen el camino de 50 mil personas que añoran la pureza de la ex RDA pero que, en su mayoría, ''poco saben con respecto de lo que fue el fenómeno histórico del nazismo".
Lo más grave, ha dicho Francisco Gil Villegas, investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, es que empiezan a surgir entre el público cultivado manifestaciones ''razonadas" para efectuar la ''auténtica misión" del pueblo alemán; acciones que, por cierto, han hecho recordar a sociólogos e investigadores la frase que el economista Wilhelm Röpke pronunció al término de la Segunda Gran guerra: ''Hay que proteger a Europa contra Alemania y a Alemania contra sí misma".
Durante 38 años el contexto político de la ex RDA fue el escudo que protegió de la crítica internacional a múltiples intelectuales. ''Si alguien era disidente y escribía más o menos bien era publicado con facilidad en Occidente. Ahora que ya no existe ese significado, el interés comenzó a centrarse en el simple y puro valor de la literatura", recuerda el filósofo y director del Instituto Goethe en México, Bernd Scherer.
El secreto a voces de la existencia de múltiples espías ųse ha dicho que poco antes de caer el Muro había entre 200 y 300 mil personas trabajando para los servicios de seguridadų hizo del oficio de escribir una labor titánica reconocida en todo el mundo.
Irónicamente, fueron estos actos de espionaje los que generaron un lenguaje literario exclusivo de Alemania y al mismo tiempo obligaron a escritores como Volker Braun, Franz Fühmann y Christa Wolf a ejercer por años un cuestionamiento entre líneas del que nunca podrían liberarse.
Y es que escribir bajo un régimen totalitario implicó para muchos pensadores colocarse una etiqueta que los acompañaría por siempre debido a la incapacidad de comprender aquello que sólo conocían por televisión. La marca sería tan profunda que, cuando a unos días de la caída del Muro, Christa Wolf relató en ƑQué queda? el acoso y la vigilancia que muchos alemanes del Este padecieron en la ex RDA, muchos intelectuales la rechazaron por actuar con una doble moral.
Se trate de oportunismo o libertad, lo cierto es que la desparición de la llamada ''faja de muerte" impulsó una revaloración del quehacer literario y convirtió a Alemania en terreno fértil para la experimentación.
Suprimida la censura oficial, los viejos y jóvenes escritores han tenido que buscar lenguajes claros y directos que les permitan ejercer su oficio en un país en el que todo puede ser dicho y refutado y en un mundo donde los críticos y pensadores han dejado de ser complacientes por situaciones políticas y económicas.
Lo que resta es buscar fórmulas que permitan superar las dificultades de aumentar la lista de ''vigías insomnes" que encabezan Günter Grass, Nobel de Literatura 1999, y Hans Magnus Enzensberger, que han pasado por los lujos del ''milagro alemán" y los cambios de la geografía política diciendo verdades que sólo pueden ser señaladas por la literatura.
ƑAcaso es el primer paso hacia una nueva Ilustración alemana? Nadie puede saberlo. Lo único que hay de cierto es que la caída del gigante de concreto ha hecho surgir poco a poco una literatura que, por su frescura, comienza a reflejar el mosaico quebrado y rico de la sociedad mientras aprende, como Tomas Brussig, a burlarse de sus propias desgracias.
Buscar paisajes florecientes
Así como el personaje infantil de El tambor de hojalata creó un mundo a partir de lo que ocurría por debajo de las rodillas de los adultos, los habitantes del Este imaginaron un Occidente basados en lo que decían la radio y la televisión.
Al caer el Muro, los ''paisajes florecientes" que por años habitaron los sueños de Oriente impulsaron una migración que nadie pudo controlar. El deseo de escapar del totalitarismo hizo que cada mes se movilizaran casi 200 mil personas. Si el gobierno alemán hubiera tenido la intención de hacer de la unificación un proceso gradual a concluir en una década ųcomo lo planeó Helmut Kohlų habría sido necesario levantar otro muro, pues de un momento a otro los habitantes tomaron su decisión y ejercieron el voto con los pies.
La aparentemente fácil anexión económica llevada a cabo, de acuerdo con el escritor Juan Villoro, ''como la absorción de una filial por su casa matriz" contrastó con la dificultad de crear proyectos culturales que permitieran empatar los tiempos vividos por ambos territorios.
En el ámbito teatral las últimas dos décadas fueron determinantes para la fusión de los lenguajes de Oriente y Occidente. Según el actor de la Compañía Berliner Ensamble, Martin Wuttke, la caída del Muro acarreó una intensa y fructífera mezcla de elementos estéticos y políticos que han comenzado a desintegrar el Estado de bienestar alemán.
''Esto no significa que el gobierno haya quedado totalmente eximido del compromiso de subsidiar el teatro pero, al tener una estructura cultural privada es posible que la ayuda económica se vaya restringiendo poco a poco."
Resurge el oscurantismo
Han surgido épocas de oscurantismo. Sobre todo en el área de las artes plásticas donde la fusión de técnicas y experiencias de Oriente y Occidente eliminó el toque de intelectualidad y sobriedad que a lo largo de la historia del arte caracterizó a las creaciones alemanas.
La grandeza del pasado se esfumó tan dramáticamente que, asevera el pintor e instalador Carlos Aguirre, ''hoy es imposible diferenciar sus producciones alemanas de las de cualquier otro país".
En el juego del capitalismo, la mayoría de los pintores y escultores jóvenes van perdiendo la batalla. Es más, su rápida derrota ha dado vida a comentarios en los que se sentencia con dureza que las grandes aportaciones plásticas del pueblo germano fueron hechas por quienes nacieron durante o poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial y no tuvieron, como los creados de hoy, la necesidad de encontrar su identidad en un mundo globalizado. Si la historia es propiedad de todos, basta decir que la interpretación final no está en los filmes de Volker Schlöndorff y Wim Wenders, en los ambientes creados por Ismael Rodríguez en El niño y el muro o en La cortina rasgada ideada por Alfred Hitchcock.
La única verdad está guardada en los falsos trozos de concreto que siguen vendiéndose en las calles de Berlín y que nadie ha querido utilizar para levantar un nuevo muro.