La Jornada martes 9 de noviembre de 1999

José Blanco
La polarización

UNA NOTORIA PECULIARIDAD del devastador conflicto universitario es la virtual ausencia de sus actores principales: los alumnos y los académicos de a pie. La numéricamente pequeña clase política universitaria, tanto en el sector estudiantil como en el de los académicos, ha ocupado prácticamente todo el espacio del hasta ahora estéril enfrentamiento.

Esa clase política se halla altamente diferenciada, y seguramente representa en buena medida los diversos proyectos educativos que continúan confrontándose de modo infructuoso y paralizante. Esos proyectos se diferenciaron agudamente por los mismos motivos que diversificaban en todos los ámbitos al conjunto de la sociedad mientras la estructura del Estado corporativo se derruía.

Una sociedad no controlada corporativamente tiende naturalmente a diferenciarse según la gran diversidad representada por la familia humana, en todos los planos. Proyectos de vida, proyectos de sociedad, distintos, buscan plasmarse en el espacio de las instituciones políticas, económicas y sociales, y ello incluye, por supuesto, al espacio educativo. Nada extraño tiene que de formas enrevesadas, indirectas, ambiguas y modos de ver el mundo distintos se hayan expresado y se expresen en la UNAM, extraordinaria institución que ha sido siempre un espacio de libertad mayor.

El problema con esa diversidad es su ardua dificultad de hoy para convivir, concertar y plasmar en instituciones inteligentes un proyecto satisfactorio para todos. Esa dificultad es un punzante problema real de unos y otros, y no un mero capricho espurio. Una universidad de investigación, una universidad académica en todo el amplio sentido de esa palabra o, en otros términos, una universidad propiamente dicha, es incompatible con la "universidad popular" o "universidad pueblo" o "universidad populista". Esta es, realmente, una antiuniversidad.

Defiendo y refiero el proyecto de una universidad académica, pero estoy absolutamente convencido que su supervivencia también depende de que seamos capaces de librar todo escollo conservador. De otra parte, quienes impugnan a la universidad académica y la acusan de "elitista" o "neoliberal", expresan sentimientos sociales legítimos, si bien su acusación está equivocada.

En el caso de nuestro país, la diversidad social que recientemente empezamos a conformar tiene, a todas luces, un perverso ingrediente de origen que, si no lo remontamos con programas específicos, se mantendrá en una línea de creciente explosividad, que hará la vida imposible a todos. Me refiero, obviamente, a la gravísima desigualdad socioeconómica, vergonzoso estigma de nuestro desarrollo.

Esa desigualdad social profunda habita también en la UNAM, entre académicos y estudiantes, y por supuesto se expresa en demandas y proyectos pródigamente heterogéneos y aún resueltamente incompatibles.

Tales desigualdades y polarizaciones explican también, en parte, el exiguo poder de convocatoria que en general ha mostrado la clase política universitaria, tanto en el sector estudiantil como en el académico.

A ese turbulento mar de fondo agregue usted la vasta desorganización de los dos actores principales: ni la gran masa estudiantil ni la masa de los académicos pueden ser interlocutores de los varios segmentos de la clase política ni de las diversas instancias de autoridad universitaria, debido a que no cuentan con una forma de agrupamiento y representación genuina y eficaz. La debilidad de la convocatoria, en esas condiciones, es la norma.

No puede lograrse una salida racional al conflicto universitario, compatible con las necesidades del desarrollo nacional, a menos que se dé espacio a todos los intereses legítimos. Un sistema de educación superior metropolitano, que abarque a los 20 o 25 mil egresados de bachillerato que anualmente pueden estar quedando fuera de toda institución de educación superior en la zona metropolitana, apoyado en un proyecto de desarrollo que tienda a atenuar las desigualdades referidas, es la obvia puerta de salida no sólo al conflicto, sino al comienzo de un nuevo sistema de educación superior que hace años el país reclama. *