Nuevamente hay protestas en diversas partes del planeta contra la energía atómica. Luego del accidente en la planta de Tokaimura, en Japón, por una manipulación errónea de los materiales nucleares por tres trabajadores, el temor de que pueda ocurrir una tragedia en otra parte del mundo ha llevado el asunto a los más altos niveles de varios gobiernos.
Por ejemplo, el canciller alemán Gerard Schroeder anunció su apoyo a las iniciativas para cerrar las 19 centrales nucleares que hay en Alemania y que surten 30 por ciento de sus necesidades energéticas.
El canciller venía frenando las iniciativas del ministro del Ambiente, Jurge Trittin, que pertenece al Partido Verde, organización que apoya el cese de la carrera nuclear en el corto plazo, y no dentro de 35 años, como proponía el gobierno, y desea resolver de inmediato el problema de los desechos. La industria alega que funciona con todos los márgenes de seguridad, a lo que se suma la defensa que de ella hacen más de 500 científicos vinculados con dicha energía. Agrega que antes de cerrar sus plantas deben establecerse indemnizaciones por las pérdidas que sufrirán los dueños de las 19 centrales y las empresas que dependen de ellas como las que les proporcionan insumos energéticos o que reciclan sus desechos.
Hay también protestas en Francia, Inglaterra y Suecia, naciones que igualmente cuentan con plantas nucleares, por lo que recientemente pasó en Corea del Sur y Rusia. Desde tiempo atrás grupos ambientalistas y políticos exigen la generación de energía limpia, que no sea un peligro para la población y la vida del planeta. En ese contexto, el candidato socialista a la presidencia del gobierno de España, Joaquín Almunia, ofrecio que, en caso de ganar las elecciones, cerrará las centrales nucleares de Zorita y Garoña, y que durante la primera Legislatura de su gobierno aprobará un plan para clausurar antes del 2015 las restantes siete que funcionan en España. A cambio, habría programas de energía limpia que compensen la pérdida de empleos por el cierre de las centrales.
Pero un peligro mayor y del que poco se habla está en otro lado. Me refiero al arsenal nuclear que dejó como herencia el mundo socialista, y en especial la ex Unión Soviética.
Aunque Rusia y Estados Unidos acaban de firmar un acuerdo de cooperación para el control y la seguridad de materiales nucleares y para luchar contra el robo de ellos, ninguno de los 70 reactores que hay en siete de las 16 repúblicas que conformaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, responde a los criterios de seguridad obligatorios en estos casos.
Es tal el peligro que existe, que toma fuerza la creación de un frente común para desactivar una bomba que, de estallar, causaría una catástrofe de dimensiones incalculables. La tragedia de Chernobil, por la que han muerto más de 10 mil personas, parecía olvidada por tantos problemas que enfrenta buena parte del ex mundo socialista, pero el accidente en Japón trajo el asunto nuevamente a la agenda internacional.
Al respecto, precisamente hace seis años, Japón y Estados Unidos se opusieron a crear un fondo de 700 millones de dólares para las tareas de limpieza nuclear en la ex Unión Soviética. Se les hizo mucho dinero. En el fondo, lo que había era desacuerdo sobre cómo repartirse el pastel que significa desmantelar el gigantesco aparato nuclear que allí existe. Ahora las cosas no pueden esperar más, so pena de que ocurra lo peor. Por ejemplo en Ucrania, y cuando menos se piense.
Y en cuanto a México, todo está bajo control en Laguna Verde si nos atenemos a lo que dicen los funcionarios y sus ``avales'' internacionales. En paralelo, el país sufre un enorme dispendio por la explotación acelerada de hidrocarburos y por la falta de una estrategia para impulsar otro tipo de fuentes energéticas, limpias, renovables. En ese campo seguimos en pañales apostando todo a la explotación y exportación irracional del petróleo, un recurso no renovable que debía servir para lograr una nación más justa. No como lo es ahora.