CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez

Ť Ganaron las fuerzas oscuras del PRI

Ť Los votantes, casi igual que en 1994

La farsa democrática terminó. No hubo sorpresa: el candidato electo desde hace más de 90 días en Los Pinos triunfó, y la mascarada dejó al fin al descubierto el verdadero rostro, la cara vieja, cicatrizada de un PRI igual a sí mismo, sin cambios, sin novedad.

En la capital ganó Jesús Silva Herzog, y las fuerzas más oscuras de ese partido, los líderes de pepenadores y antorchistas, usaron una vez más el chantaje y la presión para llevar en tropel a sus huestes a las urnas y así elegir al candidato de sus jefes, como siempre, como antaño, como sólo lo hace, por decir lo menos, el envejecido PRI.

Sí, el nuevo PRI abortó, no nació, lo mataron los de siempre, y así se abre un nuevo capítulo. Se inicia hoy, se diga lo que se diga, el proceso para la formación del sueño dorado del salinismo, un nuevo partido que, por el momento será una corriente al interior del PRI para luego transformarse en el gran devorador.

Pero vámonos por partes. Las votaciones, cuando menos en el Distrito Federal, fueron menores o casi iguales a las obtenidas por el PRI durante la contienda por el DF en 1997. Si las tendencias del voto dadas a conocer ayer siguen el mismo camino, obtendría apenas 800 mil votos de dos millones de boletas preparadas para la votación. La cifra es parecida a ésa, la de su derrota frente a Cuauhtémoc Cárdenas.

Entonces perdieron, y mañana si medimos el interés de los propios priístas y la gente por esta elección, perderán.

Por eso al oír al presidente Zedillo hablar de la contienda como si ésta fuera de importancia trascendental para el país, aquello de la ``sana distancia'' resulta parte de la farsa.Su ambigüedad al ejercer el voto pone de manifiesto lo que todo el mundo conoce.

Pero espanta saber que el Presidente parece ignorar cómo fue la elección, cómo se indujo al voto y cómo se trató de engañar a una población que al contrario del señor Presidente no cayó en la trampa.Cuando menos en la Capital

En todos los ámbitos de la ciudad la gente sabía a ciencia y conciencia quién era el candidato del Presidente.

Nadie, desde hace más de tres meses, ignoró que Francisco Labastida y Jesús Silva eran los elegidos por el señor Zedillo, y ésos a fin de cuentas ganaron.

Claro, Ernesto Zedillo podía y debería tener no sólo opinión sobre los sucesos de su partido, claro, para Ernesto Zedillo la ambigüedad en el voto podría haber engañado a los priístas, pero el señor Presidente, el de los mexicanos, de todos los mexicanos, no debería haber usado su investidura para hacer clara su militancia y la importancia que él le da a esta elección.

En el Distrito Federal la elección no es importante, porque según las cifras recogidas, a la gente no le interesó.

Por eso la visión de los vencidos no dejará que cicatrice la herida. Nadie podrá olvidar que Jesús Silva Herzog empezó a preparar su festejo a las 14:00, hora en el que nadie podría apostar al triunfo. Nadie, solamente quien estaba seguro, con o sin votación, de ser el ganador.

El PRI inició una apuesta en contra del propio PRI y perdió. El dedo se levantó triunfante. Tal vez había quien esperaba otra cosa. Por eso tal vez, en los medios de comunicación se establecieron estrategias de cobertura más allá de las normales, pero en síntesis no pasó nada. El PRI sigue siendo el PRI, sin más ni menos.

Ahora queda la seguridad del futuro priísta, no podrá ganar la elección del 2000 a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y terminará una etapa del país que debió haber concluido antes.

Los gremlins atacan de nuevo

Comandados por su jefe rayito, algunos de los miembros del CGH universitario trataron de provocar un incidente de consecuencias desmedidas el taponear el Anillo Periférico Sur.

Pero en el CGH no todos son gremlins. La noche anterior a la marcha, 16 escuelas votaron por no ir a la provocación y disolverla si existía el peligro de algún enfrentamiento.

La idea no triunfó, pero obligó a establecer un acuerdo: marchar por la lateral de la vialidad mencionada si había la posibilidad de enfrentamiento.

Y así fue, pero eso no obligó a los gremlins a limitar sus insultos hacia la prensa o hacia los funcionarios del gobierno, ni a provocar la ira de los uniformados con agresiones constantes, totalmente innecesarias.

Dentro y fuera del conflicto, todos, menos los servidores del rector, saben que Barnés debe dejar su puesto, y esos actos de violencia lo único que logran es endurecer las posturas de aquellos que no permiten una sana solución al añejo problema de la UNAM.