Los conflictos sociales y políticos en el país son evidentes. Muchos de ellos tienden a llegar al límite e incluso a la violencia. Tan sólo en los días recientes hemos visto protestas contra el fisco en Chihuahua, más abusos del poder en Chiapas, represión en las calles en Jalisco, que son sólo algunas manifestaciones recientes de eventos que pueden verse de manera aislada o como parte de un proceso de deterioro en curso.
La marcha del Consejo General de Huelga del pasado viernes 5 de noviembre es parte de ese proceso. Puso a la ciudad de México en una situación complicada y de riesgo, y dejó entrever lo que puede ser un creciente dilema para los gobiernos locales. La decisión de marchar a las dos de la tarde de un viernes por los carriles centrales del Periférico, tenía el claro objetivo de ejercer el derecho legítimo de manifestarse, y la intención de ser vistos y sentidos por una parte importante de la población de la ciudad (y del resto del país por los medios de comunicación), pero también de poner a prueba al Gobierno de la ciudad, con el que se ha generado un creciente enfrentamiento.
Hay varias cuestiones que resaltan de esta marcha, y cuya consideración va más allá de las preferencias partidistas y de las simpatías que puedan tenerse por los grupos antagónicos existentes en la UNAM, o de la postura que se tenga frente a la incapacidad de los diversos sectores involucrados para destrabar el paro que rebasa ya los 200 días.
Estos asuntos quedaron bastante claramente expuestos por la cobertura de la marcha que durante muchas horas hicieron las dos cadenas comerciales de televisión. La policía bloqueó el Periférico a la altura en que se concentraron los marchistas. Para empezar, uno de los conductores, en un profundo ejercicio de lógica se quejó que había sido el propio Gobierno el que había cerrado el Periférico. En ese lugar se inició ahí una larga negociación de los manifestantes con diversas autoridades de la ciudad, entre los que había funcionarios de la secretaría de Gobierno y delegados políticos. El objetivo era conciliar los derechos de los ciudadanos: de unos para manifestarse y de otros para circular y realizar sus actividades. En ese lapso era clara la tensión que se creaba entre el creciente grupo de marchistas y el sólido bloque de policías a pie, e motocicletas y a caballo. La escena era, sin duda, impresionante, sobre todo por la posibilidad real de que surgiera un enfrentamiento cuyas dimensiones no se podía prever.
Dos horas después se acordó que la manifestación iría por la lateral del Periférico y que se abriría paulatinamente la circulación por los carriles centrales. Otro conductor, en un claro desliz democrático televisivo, señaló que el Gobierno de la ciudad no había tenido los recursos políticos para evitar la manifestación. La única alternativa, desde esa perspectiva, era que los manifestantes se retiraran y dejaran al resto de los ciudadanos en paz. Entonces se habría puesto en claro la efectividad de un gobierno que, para esos mismos informadores no ha cumplido con su deber de gobernar. A estas alturas se empezaba a fraguar un nuevo capítulo de la vergonzosa muestra de periodismo que ya habían dado las televisoras cuando el asesinato de Stanley. Ahora fueron un poco menos burdos, y no pudieron ser tan efectivos. Otra vez, la información, que es una parte básica de esta frágil democracia, estuvo como rehén de estos medios.
A medida que la marcha tomaba su nuevo curso con destino a Los Pinos, fue decreciendo el interés de las televisoras por la protesta de estos universitarios. A medida que el tráfico lograba restablecerse se acabó la cobertura. Era como si esos conductores que editorializan todo el tiempo la información, pero no de modo abierto, sino con los gestos y con las inflexiones de la voz y con la sujeción que aún tienen -ya sea impuesta o autoimpuesta- al gobierno federal, hubieran preferido que la confrontación terminara en golpes. Las críticas al Gobierno por negociar la ruta de la marcha y evitar la violencia en las calles de la ciudad contrasta con la parquedad con la que se informa sobre la golpiza que la policía de Guadalajara le dio al diputado Barbosa en la manifestación de El Barzón. Hay muchas formas de gobernar y el viernes libramos el choque.
Los marchistas llegaron cerca de Los Pinos, destino que ellos mismos fijaron, pero ahí la manifestación se disolvió y no hubo un llamado político, no se dirigieron al representante del Presidente. No queda claro para qué fue esta marcha, que puede confundirse con una provocación que en nada fortalece al propio movimiento de huelga. Después de tal movilización, el conflicto de la UNAM volvió a la situación en que ha estado todo este tiempo, es decir, sigue parada.