Lunes 8 de noviembre de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

Tal como todo mundo lo sabía, el sistema impuso a Francisco Labastida Ochoa como candidato oficial del Partido Revolucionario Institucional. Nada de nuevo PRI: por el contrario, las más viejas mañas del tricolor fueron puestas en juego para fabricar el resultado que desde Los Pinos se había decidido meses atrás, antes inclusive de que se anunciara la presunta elección interna.

Un dedazo... con el pulgar

El cambio, el único cambio, es el que el presidente Zedillo mostró ayer con desparpajo antes de votar: en lugar del uso premoderno e instantáneo del dedo índice ahora se dio el manejo remozado y a plazos del dedo pulgar. El resultado fue el mismo (la postulación del candidato siempre deseado, en este caso Labastida) aunque, para efectos de mercadotecnia, se buscaron mecanismos de legitimación sustentados en el suspenso de una presunta competencia libre. Antes, el dedo índice en el destape tradicional; ahora, el pulgar entintado del votante de la elección previamente arreglada.

La jornada electoral tricolor produjo, sin embargo, dos hechos sobre los que conviene reflexionar: uno, que a pesar de todas las pretensiones modernistas y tecnocráticas del grupo que hoy tiene el poder en el gobierno y en el PRI, el catálogo de maniobras de defraudación del voto son las de siempre, es decir, compra de votos, acarreo, cambio de domicilio de las casillas, corrupción de funcionarios, presión oficial sobre los sufragantes... y, segundo hecho importante: la baja afluencia de votantes demostró que, a pesar de los millones de dólares gastados en propaganda (sobre todo en televisión) y del espectáculo de lucha libre protagonizado por Francisco Labastida Ochoa y Roberto Madrazo Pintado, el grueso de la población no creyó en absoluto el cuento de la renovación priísta y de su súbita conversión a la democracia.

Los dos elementos antes apuntados tienen especial trascendencia rumbo al 2000, pues nada hace aparecer ahora al Partido Revolucionario Institucional como el elemento arrasador que sus panegiristas creían haber logrado para vencer a los partidos opositores en la próxima elección presidencial. Labastida Ochoa ha quedado como lo que es: el candidato del sistema, electo por una menguada base electoral movida a base de viejas mañas y recursos públicos, y el PRI ha demostrado a propios y extraños que, haga lo que haga, le es imposible remontar su historia de décadas y su condición de partido sujeto a los designios gubernamentales, ajeno a cualesquier intento serio de democratización.

Madrazo, con el silencio, convalidó

En los resultados concretos, hasta la hora en la que era necesario cerrar esta columna, no se conocía la postura que asumiría Roberto Madrazo. De todo el país llegaban a las oficinas centrales del PRI denuncias de los comités del tabasqueño en las que asentaban irregularidades y trampas, pero oficialmente no se había dejado sentir una actitud firme de protesta y acaso ruptura de parte del principal precandidato perdedor. De hecho, con su silencio, la cúpula madracista, Roberto mismo, estaban dejándole el camino libre a Labastida para su consolidación. De haber protestas tardías, por más enérgicas que fuesen ya no tendrían la fuerza que pudieron haber tenido ayer mismo, a media tarde o iniciada la noche. Quienes quieran abonar la tesis de un arreglo previo, pueden apoyarse en el hecho político cierto de que Madrazo no impugnó de manera oportuna y enérgica el proceso, dejando el escenario listo para que tomara carta de hecho consumado el palo recibido.

Quien tuviese duda de que el guión original fue cumplido a plenitud, debió desecharla por la noche al escuchar el mensaje ofrecido por el presidente Zedillo en Los Pinos. La máxima palabra priísta validó el proceso dominical, de tal manera que la verdad política oficial dio por cerrada la contienda y consolidó la victoria labastidista. (Por cierto, la salida presidencial a su promesa de revelar por quién habría votado en el proceso interno, resultó obvia y poco creativa: dijo que había sufragado por todos los precandidatos, a sabiendas de que su voto sería anulado pero seguro de que así demostraría que no tenía candidato preferido) Un dato importante, que subraya el oficialismo del proceso, y la conducción presidencial del tramo final, el más delicado, el de las posibles rupturas, es que Ernesto Zedillo hubiese intervenido anoche para establecer la verdad oficial, desde un salón oficial de Los Pinos, con difusión nacional en vivo.

Los riesgos de las candidaturas débiles

Confirmado, pues, como el candidato oficial de siempre, Labastida desplegará ahora una campaña publicitaria con la que pretenderá beneficiarse de su presunto origen democrático. La plataforma endeble desde la que despega no augura cosas buenas para un país que está a punto de cumplir un sexenio de graves problemas derivados de la falta de oficio y experiencia política de quien fue instalado con debilidad y sin proyecto en el máximo cargo nacional.

Madrazo, por su parte, ha sido avasallado por la fuerza del sistema del que él ha sido cómplice y verdugo. No le quedan ahora más que dos caminos: la negociación vergonzante, que le quitará toda la fuerza política ganada a partir de su exitosa combinación de cinismo, oficio y dinero oscuro, o la ruptura, para buscar caminos impredecibles con partidos menores (el de Manuel Camacho Solís o el de Dante Delgado Rannauro).

De los otros dos competidores poco serio hay qué decir. Alguno tenía que sacar más votos que el otro. Esas diferencias no dejan de ser decorativas. Tan malo el uno como el otro, Bartlett y Roque quedaron totalmente alejados de la pelea estelar que escenificaron el sinaloense y el tabasqueño.

El otro candidato oficial

En el Distrito Federal, también ganó el candidato oficial, Jesús Silva Herzog. Nadie dudó de que el sistema le instalaría como candidato, desde aquella ocasión en la que apareció en el balcón de la casa de campaña de Francisco Labastida Ochoa, para después anunciar que dejaba de lado sus coqueteos con la oposición para buscar la candidatura priísta al gobierno de la capital del país.

Roberto Campa Cifrián podría tener un buen premio por haber manejado con exquisita maestría los mecanismos del chantaje interno: denunció, apretó, arremetió, pero siempre lo hizo con el cuidado de no convertirse en adversario real, acaso enemigo, como Madrazo Pintado respecto a Labastida Ochoa. Por ello, el sistema le premiará, como hijo bien portado. Un nuevo cargo en su futuro será el premio de consolación por el que siempre luchó el ex procurador del consumidor.

Silvestre Fernández Barajas, por su parte, mucho ganó con que en su partido se acordaran de que existe. Una chamba futura también será el premio por su esforzada participación.

Astillas: La lección del Periférico es clara: sí es posible negociar y llegar a acuerdos. Aun tensando al máximo sus fuerzas, las partes de un conflicto pueden encontrar vías de solución. El viernes pasado, el riesgo mayor era que grupos infiltrados provocaran actos violentos y, a partir del probable derramamiento de sangre, se iniciara una escalada contra el Partido de la Revolución Democrática que mitigara los eventuales problemas de la elección interna del PRI. Hoy, el peligro es que, triunfadora en esos comicios del tricolor, el ala dura del gobierno, el sector de los halcones, decida, ahora sí, entrarle al asunto de la Universidad Nacional Autónoma de México y pretender resolverlo a trompicones, ya sin la presión de sacar adelante la candidatura labastidista...

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