José Antonio Rojas Nieto
ƑPagar para crecer o crecer para pagar?
Hace cerca de 15 o un poco más de años, la actual secretaria de Relaciones Exteriores, Rosario Green, escribió un ensayo sobre la enorme carga que representaba para México una deuda externa ascendente. El título del artículo expresaba claramente la aguda problemática de un país en desarrollo como el nuestro, con un débito externo público creciendo vertiginosamente (40 por ciento del PIB en 1983), que de 1981 en adelante obligaba a un servicio con montos anuales superiores a los 4 mil millones de dólares, y que de representar acerca de 2 por ciento del PIB, a principios de los ochenta, alcanzó promedios superiores a 6 y 7 en los siguientes sexenios. En este, por cierto, ya llegó a 8 por ciento, cifra similar a la que representa todo el gasto social. ƑDebemos pagar para crecer o debemos crecer para pagar?, se preguntaba entonces nuestra canciller. El cuestionamiento sigue en pie, máxime cuando luego de 20 años de aumento sostenido de la deuda y del servicio, el asunto parece no sólo no tener límite, sino tampoco solución alguna. Por ejemplo, en 1998 el gasto destinado a servir una deuda externa pública con un monto cercano a los 100 mil millones de dólares, cuarta parte del producto nacional, alcanzó poco más de 25 mil millones de dólares. Esto, aunque no se diga, expresa una crisis financiera continua, si no en términos de la imposibilidad de transferir esos recursos al exterior, sí en cuanto que ese envío representa una sangría con efectos nocivos para la población. El asunto se agravó con el Fobaproa: un monto valuado actualmente en no menos de 70 mil millones de dólares (552 mil 300 millones de pesos en febrero de 1998, cerca de 65 mil millones de dólares en ese momento) que representa intereses anuales capitalizables por no menos de 7 mil millones de dólares, y que ha llevado el endeudamiento público total (interno y externo) de poco más de 25 por ciento del PIB (17 la externa y 8 la interna) a poco más de 40 por ciento, por el 6 por ciento del Fobaproa.
No consuela, de veras que no, saber ųcomo señalan analistas de los bancos rescatadosų que la relación no es tan grave si consideramos que en los países de la OCDE ésta es cercana a 70 por ciento, y que, además, no hay presiones a corto plazo en virtud de que su financiamiento se realiza con títulos que capitalizan intereses y que vencen a diez años. šVaya cinismo!
Si al endeudamiento externo público ųcasi 100 mil millones de dólaresų sumamos el endeudamiento interno ųcasi 110 mil millones de dólaresų, concluimos que cada mexicano debe poco más de dos mil dólares actualmente. ƑDe dónde va a salir ese dinero? El asunto no es nuevo, pero sigue siendo dramático. Hemos arribado a una situación en la que el servicio de este endeudamiento merma de manera drástica las posibilidades de cumplir con la atención a los servicios públicos y las necesidades sociales de la población. Por cierto, en esta realidad y no en otra, encontramos las razones que sustentan la tesis gubernamental respecto a la insuficiencia de los recursos públicos para financiar la expansión del sector eléctrico nacional. De aquí que, atendiendo a los criterios gubernamentales, hubiera resultado mejor y más sano comercializar los activos eléctricos nacionales y el mercado de este servicio público, para atenuar el problema Fobaproa; más de 40 mil millones de dólares recibidos por la hipotética venta de plantas de generación, subestaciones, redes y zonas de distribución hubieran hecho menos grave este problema financiero. Así de simple el trueque.
Por todo esto, es indudable que sigue pendiente el diseño de una forma alternativa de enfrentar lo que, sin duda, es la crisis financiera más grave de la historia económica reciente de México, resultado de la explosión de 1994 y del rescate bancario. Es urgente la modificación de los supuestos sobre los que descansa la forma elegida por este y anteriores gobiernos en el diseño de su plan económico de ajuste y modernización. Los candidatos, por desgracia, no han dado a conocer tesis alternativas, viables, para resolver un asunto que, indudablemente, representa el mayor lastre que los gobiernos del partido oficial han dejado al país. Por eso, la pregunta de la canciller sigue en el aire: Ƒpagamos para crecer o crecemos para pagar? Menudo problema.