La Jornada domingo 7 de noviembre de 1999

Jean Meyer
Noche sobre Tíbet

Han pasado casi cuarenta años desde el levantamiento contra los chinos en Lasa, la capital de Tíbet, y la huida del Dalai Lama a India; han pasado otros diez años desde que China instauró el estado de guerra en Tíbet. Han ocurrido innumerables violaciones a los derechos humanos en este pequeño pero orgulloso país, donde, según los tibetanos, la China comunista lleva a cabo un "genocidio espiritual".

A pesar de las protestas de las ONG la situación en Tíbet sigue empeorando. Sobre esto habló hará unos días el representante del Dalai Lama en Rusia y Mongolia, Hgavan Guelek.

"Ustedes seguramente sabrán que Tíbet es un país completamente diferente de China, desde un punto de vista étnico así como por sus tradiciones culturales, por su lengua y tradiciones. La historia de Tíbet se remonta al año 1127 de antes de Cristo. Antes de la invasión china, Tíbet era un país absolutamente independiente. Una de las causas por la que el mundo conoce tan poco de Tíbet fue el aislamiento y la lejanía de nuestro país. En 1959 el ejército chino ocupó Tíbet y más de cien mil tibetanos, encabezados por el Dalai Lama se vieron obligados a emigrar a India. Desde aquel entonces, han sido asesinados más de millón y medio de tibetanos, más de tres mil monasterios han sido destruidos. Durante "la revolución cultural" se destruyeron todos los monumentos históricos de la cultura de Tíbet".

Actualmente, en las cárceles chinas permanecen más de mil prisioneros políticos, que fueron arrestados sin juicio ni instrucción, pero lo más grave es la inmigración masiva de chinos a Tíbet. En todas sus ciudades los tibetanos se están convirtiendo en minorías, y los chinos tienen el control absoluto de la vida económica y política del país.

Otro problema, que afecta a los chinos también, es la violación sistemática de los derechos de los creyentes de Tíbet. En 1997 se aplicó, en los monasterios, el programa llamado "Reeducación patriótica". Los monjes y monjas menores de 18 años fueron expulsados de los monasterios y todos los demás tuvieron que afirmar por escrito que no reconocen la autoridad del Dalai Lama como jefe espiritual sino la del Panchen Lama, elegido por China. Miles de monjes de ambos sexos debieron abandonar sus monasterios. Por lo visto, los chinos comprendieron que la religión tibetana y la cultura nacional les impiden llevar a cabo la integración de Tíbet.

Hace algún tiempo, cuando quedó claro que Tíbet había llegado a cierto límite crítico, el Dalai Lama le propuso a Pekín un plan pacífico de cinco puntos. No pedía la independencia, sino una autonomía real, refiriéndose a la propuesta hecha en 1979 por Den Xiaoping: "Estamos dispuestos a estudiar cualquier propuesta, con excepción de la independencia de Tíbet".

En vano. Se tiene la impresión que la dirigencia china busca ganar tiempo, confiando en la pronta muerte del Dalai Lama para luego quebrar totalmente la resistencia de Tíbet. La prudencia de las grandes potencias y el silencio de Naciones Unidas corresponden a un "realismo político" tan comprensible como lamentable. Lo que no se le permitió hacer en Kosovo a Milosevic, lo que finalmente no se le permitió hacer más tiempo a Indonesia en Timor Oriental, se le permite a la enorme y hoy poderosa China, como se le permite a Rusia en Chechenia.