MAR DE HISTORIAS
El ánima del deseo
* Cristina Pacheco *
Una ráfaga de aire helado agita las cortinas. Remedios se apresura a abotonarse el suéter:
-Se me hace que hoy está más frío que anoche.
Enedina, atareada en retirar los vestigios de la ofrenda mortuoria, sólo responde con un movimiento de hombros. Remedios se acerca a la ventana, mira con expresión añorante hacia la calle e interroga a su prima:
-ƑPor dónde irán?
-ƑQuiénes?
-Los difuntos, Ƒquiénes van a ser?
-No tengo la menor idea -Enedina mete en una bolsa los restos del pan de muerto-. ƑPor qué te interesa tanto saberlo?
-Por Diego. Ya parece que lo veo a medio camino, esperando el regreso de sus abuelos y sus padres. ƑCrees que ellos le hayan dicho que las puertas de tu casa siguen cerradas para él por culpa de su maldito hermano?
-Oyeme, no hables así de Eugenio: es mi marido -Enedina toma un retrato de su madre, lo besa y lo pone en la caja donde permanecerá guardado con los demás hasta el próximo noviembre.
-Pero ni por eso creo que estés de acuerdo en que Eugenio nos prohíba colocar en la ofrenda el retrato de su hermano. Con este ya van dos años en que se queda sola en el camino la pobrecita ánima de Diego. Deberías decírselo a Eugenio.
-ƑCrees que no lo he hecho? -Enedina ata con un lazo blanco la caja de retratos.
Remedios hace un gesto resignado y se acerca a la mesa. Mientras ordena en una charola los vasos y las botellas, murmura:
-De veras que se necesita ser un desalmado para negarle el retorno a un muerto, y más cuando en vida la persona fue tan buena como Diego. Acuérdate la de veces que tu cuñado te defendió cuando Eugenio se te ponía difícil.
Enedina arroja contra el sillón la caja de retratos:
-šYa cállate! No quiero que sigas hablando de Diego, Ƒentiendes?
Desconcertada ante la reacción de su prima, Remedios se lleva las manos al pecho:
-Virgen santísima, Ƒqué tienes?
-Nada, no tengo nada. Déjame sola, yo termino de arreglar.
-šCómo crees! -Remedios se aproxima cautelosa-. Te ves muy mal, estás temblando. ƑQué te pasa?
Enedina se frota las manos antes de responder:
-Yo tengo la culpa de todo y por eso Dios me castigará. šEstoy condenada!
Remedios toma del brazo a Enedina y la conduce hasta el sillón:
-No digas eso. Tú no eres responsable de las locuras de Eugenio. Lo conozco muy bien y cuando se le mete una idea en la cabeza... Peor cuando está borracho... o sea, casi siempre. En serio que para aguantar a ese hombre hay que ser una santa como tú.
-Remedios, no soy ninguna santa -Enedina se aferra al suéter de su prima-. Hace tres años le hice una cosa horrible a Diego. Fue sin querer, por miedo.
-Contrólate y no digas tonterías -Remedios enjuga la mejilla de Enedina-. Diego murió en el 96. ƑCómo es que...?
-ƑCrees que me estoy volviendo loca?
-No. Sólo quiero saber por qué estás así. šDímelo!
-Si te digo lo que hice ya no querrás hablar conmigo.
Remedios no contiene una carcajada:
-Por Dios, Enedina, ni que hubieras matado a alguien... Ƒo sí?
-No estoy segura, no sé si lo que hice fue como si matara a Diego otra vez -Enedina advierte la expresión extrañada de Remedios-. Sigues pensando que estoy loca.
-Ya ni sé lo que pienso. No comprendo y creo que tú tampoco.
-Tienes razón. No entiendo cómo pasaron las cosas y menos por qué me sucedieron a mí -Enedina se levanta y va al sitio en que están los restos de la ofrenda-. Desde que rompimos, un año antes de que me casara con Eugenio, te juro que no había vuelto a pensar en Artemio. Pero aquella noche nos encontramos de casualidad cuando salí a buscar a mi marido.
-ƑEso cuándo fue?
-Te dije que hace tres años. Yo ni siquiera sabía que Artemio andaba por acá. Me enteré al entrar en casa de los Navarro para preguntarles si habían visto a Eugenio. Yo estaba preocupadísima de que no volviera a tiempo para despedir a las ánimas.
-Fue la primera vez que pusimos en la ofrenda el retrato de Diego. Luego ya no se pudo.
-Eugenio me prohibió que volviera a ponerlo y hasta me ordenó romper todas las fotos de su hermano. No le hice caso. Las tengo bien escondidas, para cuando se le pasen los celos.
Remedios se levanta pero no se atreve a caminar:
-ƑCelos de Diego? šEstá loco! Es su hermano y está muerto.
-Yo tengo la culpa -Enedina esquiva la mirada de Remedios y habla de prisa-. Esa noche en casa de los Navarro, Artemio corrió a darme el pésame por la muerte de Diego. Sé que realmente lo sentía. Después se puso a contarme de sus aventuras en California.
-Si Diego se hubiera ido con Artemio a Sacramento, a lo mejor a estas horas seguiría con vida.
-Por eso empezó a tomar Eugenio. Como él le prohibió irse, ahora piensa que por su culpa lo mató el camión -Enedina suspira-. Acuérdate de que lo adoraba.
-Entonces Ƒpor qué ahora se niega a que pongamos su retrato en la ofrenda?
-Ya te lo dije: por mi culpa -La voz y la expresión de Enedina se suavizan-. Cuando me despedí de los Navarro para seguir buscando a Eugenio, Artemio se ofreció a acompañarme: "Es peligroso que vayas sola al canal grande". No me dio tiempo de contestarle, nomás se puso a caminar junto a mí.
-ƑCuánto tiempo habían sido novios?
-Dos años. Artemio me lo recordó cuando íbamos por la acequia. Allá paseábamos los domingos y en ese sitio nos despedimos antes de que se fuera al otro lado. Creí que nunca volvería y me dio tanta rabia que me propuse dejar de quererlo. Se lo confesé y le dio risa. Eso me cayó mal y sentí urgencia de volver a la casa. El lo notó: "ƑPor qué correr?" Le mentí: "šA lo mejor Eugenio ya regresó". Yo ya sabía que si mi marido toma se pierde. Para que no volviera a pasar, salí a buscarlo. Pero ya viste, igualito que este año: no se apareció para despedir a las ánimas ni a la hora de la cena.
-La del 97 fue muy triste, con todo y que el chilmole nos salió bien sabroso. Fue la última vez en que lo probó el ánima de Diego. Ojalá vuelva a darse el gusto.
-Diego, tan lindo: Ƒcómo pude hacerle tanto daño?
-ƑPero en qué forma?
-Aquella noche, después de que ustedes se fueron, iba a levantar la mesa cuando oí ladrar al Dandy. Salí a la calle, pensando que vería a Eugenio pero me encontré con Artemio. Me dijo: "Quiero que nos despidamos bien". Debí meterme a la casa, impedir que entrara conmigo. No lo hice. Estaba muy aturdida. Cuando Artemio me abrazó y me llevó a la cama sentí como si fuera mi marido. Fue tan bonito... -Enedina baja la cabeza-. Estábamos muy contentos cuando volvió a ladrar el Dandy. El corazón me dijo que era Eugenio. Artemio me dio un beso y salió por el corral.
-ƑY tú qué hiciste?
-Me quedé quieta. Eugenio se acostó a mi lado. Con todo y que venía muy borracho sintió un olor en la cama. Rápido, se dio el levantón y me agarró de la trenza: "Grandísima puta, Ƒcon quién estuviste?" Respondí lo único que se me ocurrió: "Con el ánima de tu hermano Diego. Se fue a las 12, con los demás difuntos, pero a medio camino se regresó con la esperanza de encontrarte. Como no llegabas me pidió permiso de acostarse conmigo para descansar. Se lo permití pensando que el viaje de regreso al más allá sería muy largo".
-ƑY Eugenio te creyó?
-Sí, pero a su modo: "Diego lo hizo para vengarse porque no lo dejé irse a Estados Unidos. No volverá a humillarme: sin su retrato en la ofrenda nunca encontrará esta casa".