La Jornada domingo 7 de noviembre de 1999

Bárbara Jacobs
Hombres necios

Leía un libro tan bueno que salí a caminar. No me animaba a compartirlo, quería memorizar línea tras línea. Un par de kilómetros y medio, bajo perales en una tarde de otoño en la ciudad. De ida, al lado de una especie de loma de cemento agrietado, vi un aguacate. No me fijé si se sostenía sobre su base más ancha, verticalmente, o sobre un costado, pero no rodaba. Grandes clásicos contra la educación de la mujer. Debí haber tomado notas, aunque los nombres de la antigüedad me eran familiares. Increíble, me parecía. ƑSeguiría admirándolos? Que las mujeres no aprendan a leer, porque la instrucción en ellas resultaría peligrosa o cuando menos innecesaria, afirmaciones que no tenían nada de particular, aun cuando mi cultura feminista fuera escasa. ƑEntenderían las feministas que sea mi esposo quien me anime a ampliarla? ƑO creerían que se trata de una estrategia masculina para liberarse sin culpa de una, de otra mujer?

De regreso, una ardilla pelaba el aguacate sentada sobre sus patas traseras, su cola, rematada en un mango de largo bastón gris de pelambre, paralela a sus espaldas. A su alrededor inmediato, trocitos de cáscara negra. Con las patas delanteras a cada lado del aguacate vertical, la punta redonda, verde y lisa, de carne, la ardilla daba los primeros mordiscos. Roe. ƑCómo lo habría arrastrado o acarreado hasta ahí, con tal de no compartirlo? El árbol de aguacate más cercano estaba a la vuelta. Por su tronco ascendía otro mamífero roedor gimiendo o lanzando un grito de batalla confundible con el que un águila, un chirrido estridente y desagradable, como de rueda girando con poco aceite. Si supiera algo de física entendería la razón de que las peras cayeran contra el camino justo cuando yo acababa de pasar y nunca sobre mi nariz ni mi cabeza ni mis talones; los aguacates no quedaban a mi paso. Pero šcómo había surgido un gato de entre unos arbustos y volado, pelos de punta, al estrellarse un aguacate contra una baldosa de piedra! La advertencia de las hojas que se agitaron a la vez que el aguacate se desprendía de su rama había sido demasiado veloz y demasiado sutil.

"Una educación avanzada convierte a las mujeres en chismosas, perezosas y pendencieras", dijo uno de mis sabios favoritos. ƑDebió dejar de admirarlo? ƑPendencieras, qué significa? Hay un mamífero desdentado de movimientos muy lentos que se llama perezoso. Pendenciero, aficionado a pendencias; Pendencia, riña, contienda. Ya desde los primeros años del año mil una escritora de éxito azuzaba a otra que le pisaba los talones como pera en Japón. Lo cuenta Manguel, Alberto Manguel. A Murasaki Shikibu, suficientemente verdadera feminista para sostener que la narrativa femenina tenía que existir de tú a tú con la masculina o borrarse, incitó a pleito a su rival Sei Shonagon por imperfecta y frívola. La rivalidad, la competencia. Sin conocer directamente ninguna de las dos obras de estas autoras, a mil años de distancia me inclino más por la de Shonagon, un diario en el que, en sus palabras, el incluyó todo lo que le pasaba por la cabeza, "por extraño o desagradable que fuera". Según los ejemplo que da Manguel, sin embargo, bella y brillantemente. El libro de la almohada de Sei Shonagon "se escribió en el dormitorio de la autora, y probablemente se guardaba en los cajones de su almohada de madera", en una habitación de paredes de papel. Nubes cargadas de tormentas de cuchicheos.

Nuevamente de ida, una más de las treinta y tantas vueltas que completan media hora de caminata, de modo automático paso las cuentas de mi masbaha, una bolita cada 115 pasos o aproximadamente 80 metros o un minuto; nuevamente de ida, decía, el montoncito de cáscaras abandonado y, más abajo, la semilla completamente desnuda, despojada de la carne en su totalidad. Vi a la ardilla ascendiendo por el tronco de un pino sin preferir sonido ninguno, sin "dar rienda suelta a sus emociones", como hace Sei Shonagon según Murasaki Shikub que la critica, pues, se pregunta, "ƀƑCómo pueden salirle bien las cosas a una mujer así?". Ya tendrían seguidoras ambas; y ya llegaría siglos después George Eliot.

Al opinar sobre la literatura escrita por mujeres de su época, la escritora inglesa del siglo XIX fue osada. "Novelas tontas de señoras ųdijoų, determinadas por la particular clase de tontería que predomine en ellas"; o: "La disculpa habitual para las mujeres que se convierten en escritoras sin contar con ningún talento especial es que la sociedad las aparta de otras esferas laborales"; o: "De todo trabajo se deriva algún provecho; pero las tontas novelas de estas señoras son el resultado de la pereza más que del esfuerzo intelectual". ƑEstarías tú en desacuerdo con ella, cuando ella, de forma natural, se educó al grado de no poder estar para nada en desacuerdo con los grandes clásicos de la Antigüedad que sabían que una mujer culta era un peligro? A mayor educación, mayor amenaza.

Por cierto, mientras san Pablo no dijo que sólo Jesucristo era "la sabiduría de Dios", el atributo del saber pertenecía a la deidad femenina. De modo que, de vuelta, con un ligero puntapié puse en movimiento la semilla del aguacate y me detuve, viéndola rondar desnuda hasta el fondo del camino, pensando en estos temas.