La Jornada domingo 7 de noviembre de 1999

Antonio Gershenson
El candidato priísta

TANTO EN EL PAN como en el PRD se ha hecho pública, en diferentes momentos, una preocupación: a la hora de la selección del candidato presidencial, Ƒcómo llevar adelante el procedimiento de selección, del partido en cuestión o de la alianza en su momento, sin que el gobierno o el partido gobernante intervenga, movilice votantes y finalmente escoja al candidato opositor en cuestión? Hoy, que un proceso en el que vota, por el candidato del PRI, el que quiera con la condición de tener credencial de elector, surge una pregunta muy relacionada con la anterior: Ƒcómo es que la dirección del gobierno y del PRI no teme que otros partidos hagan algo similar, e induzcan la elección del candidato que consideren más débil?

La respuesta parece clara: no temen eso, porque el proceso está firmemente bajo control. No se trata sólo de lo más inmediato, por ejemplo, de quién o quiénes vigilan la elección. Se trata, sobre todo, de la tremenda desigualdad en los medios de difusión que cada candidato tiene a su disposición. Esta desigualdad ha permitido revertir los resultados de las encuestas, que inicialmente favorecían a Madrazo y hoy a Labastida. Los tres candidatos perdedores lo han señalado así, mientras que el candidato ganador ha manifestado su confianza en el proceso.

Esto se ve más claro si consideramos el proceso que antecede a este día y a este proceso de votación. No se trata sólo de ganar votos para la elección real, la de julio del 2000, donde se elige al próximo presidente y a muchos otros representantes y funcionarios. Esto es parte importante del asunto, pero no es todo.

El antiguo sistema de la convención había durado mucho tiempo porque funcionaba. No sólo permitía que el ganador ganara, sino que se articularan consensos en torno al mismo. Pero llegó el momento en que la convención se desbordó, puso los candados para evitar que los tecnócratas siguieran gobernando y se opuso a la venta de las plantas petroquímicas de Pemex. Dejó de funcionar para el objeto que había estado cumpliendo.

El nuevo sistema no permite el diálogo entre los convencionistas. Da su papel a medios modernos como la televisión. Es más difícil que se produzcan molestas sorpresas. Las encuestas permiten medir la efectividad, la suficiencia o insuficiencia, de lo que se ha llamado la cargada. Las experiencias en las recientes elecciones de varios estados han mostrado la efectividad del mismo.

Claro que nada es perfecto y este nuevo sistema tiene, ya en su aplicación nacional y en el año 2000, sus problemas. De hecho, todo esto es ya parte de la campaña presidencial, y el desgaste acumulado hasta la fecha será el punto de partida del desgaste de los próximos ocho meses. Lo que ya le empieza a suceder a Fox ųque comienza a repetirse demasiado y lo que dice deja de ser novedoso para los medios de difusión y que entonces sale con ocurrencias llamativas pero que no siempre son afortunadasų se irá manifestando.

La división, que se hizo expresa en las formas virulentas de los ataques mutuos, no va a desaparecer así nada más. La victoria del ganador no borrará eso. No se trata tanto de los adjetivos intercambiados, sino de lo que hay de cierto en los cargos formulados. La posición de los perdedores inmediatamente después de la elección sólo determinará los ritmos de salida de priístas, lo que está claro es que no habrá lugar para todos en el nuevo PRI. En todo caso, no el lugar al que aspira, por ejemplo, quien fungió como jefe de campaña de un perdedor en su estado y que ahora se puede quedar sin nada.

Lo que sí está claro es que la campaña electoral del 2000, que ya lleva tiempo en el plano de la realidad, hoy empieza ya plena y formalmente para las tres principales fuerzas políticas del país. Y sobre eso, en los próximos ocho meses, habrá mucho que oír y mucho que decir. *