Néstor de Buen
Días con huella
NO PRETENDO RECORDAR LA FAMOSA PELICULA de los años cuarenta a propósito de la vida difícil de un ebrio con su "itinerario" como se suele traducir la difícil palabra "consuetudinario", algo que equivale a costumbre reiterada y ejercida con entusiasmo. Tengo la impresión remota de que el actor era Ray Milland, pero si me equi-voco, y no teniendo a la mano a mi querido y laureado amigo y crítico de cine Emilio García Riera para preguntarle, desde luego que pido perdón.
Me refiero en cambio a dos acontecimientos notables de este fin de semana. Aclaro que escribo el jueves en la noche, como suelo hacerlo, para tener tiempo de leer y releer mis barbaridades antes de que el e-mail, el fax o el mensajero hagan llegar el artículo a las calles de Petrarca. El primero se producirá mañana viernes (antes de ayer para ustedes), cuando se desarrolle la marcha periférica y mal intencionada de esos que se llaman huelguistas. El segundo el domingo, cuando los famosos cuatro enfrenten las decisiones de los votantes.
No tengo la menor duda de que la marcha es una nueva manifestación de la anarquía que la falta de decisión de la autoridad federal frente al problema está provocando. También me da la impresión de que responde a una absoluta carencia de razones de parte de los huelguistas, que ante su ineficacia para lograr su famoso congreso resolutivo, como en las huelgas de verdad en las que el patrón se queda tan tranquilo, acaban por pelear contra las ciudades, contra los peatones o contra los automóviles que circulan por las carreteras y sin lograr absolutamente nada en una protesta que, como es el caso, ni se justifica ni se conduce con inteligencia.
Yo estoy convencido de que las autoridades competentes, en este caso del Gobierno del Distrito Federal (y declaro mi admiración a la energía de Rosario), deben hacer lo necesario para asegurar a la colectividad el uso de las vías esenciales de comunicación en esta ciudad. Y no está de más releer la parte final del artículo 9 constitucional: "No se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición, o presentar una protesta por algún acto de autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee". Por lo que, a contrario sensu (šperdón por el latinajo!), si hay injurias y violencias (Ƒy qué mayor violencia que interferir la circulación?) las autoridades deberán actuar con energía, dentro del marco de la ley, y desalojar a esos señores.
Es claro que los paristas o huelguistas quieren provocar un conflicto mayor. Quieren sentirse héroes del 68. Como también lo es que no resulta tan fácil, ante piedras y palos, que conserven la compostura las personas encargadas de mantener el orden.
Finalmente, es un conflicto de intereses y me parece muy claro qué intereses debe defender la autoridad.
La otra huella será la del domingo. Independientemente de ideologías encontradas y de las críticas que se han hecho al PRI y se seguirán haciendo, lo que no se puede desconocer es que estamos ante una experiencia novedosa y democrática. Lo que ocurre es que los protagonistas, que lo han sido de muchas cosas a la antigüita, no confían ni en sí mismos ni, por lo mismo, en sus colegas. Y en su afán de convencer, más han utilizado la vía del ataque que la positiva del compromiso con un plan de gobierno definido.
Se han producido consecuencias muy interesantes. Y yo diría que una notable: bastará llevar un buen control de todo lo que se han dicho y probado para que en la competencia final los contrarios (para ser más preciso: Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox, en el orden de probabilidades) tengan a su disposición un rico material para la polémica. No tendrán que inventar mucho.
Confieso que me ha llamado la atención la campaña de Roberto Madrazo. No tanto en lo que evidentemente es efecto de la mercadotecnia sino en ese rescate de las viejas ideas de su ilustre padre que hace renacer un poco al viejo nacionalismo revolucionario. El problema de Roberto es que lleva una carga feroz de servicios leales a un partido que hace mucho tiempo abandonó esa línea de conducta. Y un cambio tan radical en tan corto tiempo no resulta fácil de asimilar.
De Manuel Bartlett admiro su empeño, su notable carrera política, su serenidad. Se podrán decir muchas cosas de él y se han dicho: caída del sistema en ocasión memorable, sobre todo.
Pero no se puede negar su experiencia, su inteligencia, su sentido evidente del principio de autoridad y una cultura que tiene raíces en París y no en Harvard. Lo que es mucho de agradecer.
Dos días para no olvidarlos. Ojalá que sea por razones positivas. *