Rolando Cordera Campos
Revolución dominical priísta
LA OCASION OBLIGA a empezar esta nota con la trivial advertencia: esto fue escrito antes del domingo 7 de noviembre, día de la revolución priísta. De la otra, habrá tiempo todavía para acordarse, salga como salga, la tentativa del PRI por ponerse al día.
Este partido llega a sus elecciones de este domingo, sin haber podido inventar sobre la marcha una red de reglas y acuerdos que le otorguen credibilidad a sus procesos internos sustantivos. Parecerá una ironía más de este fin de régimen, pero si hay un partido donde lo que sobresale es la falta de instituciones legítimas, es el PRI, donde tampoco aparece por ningún lado lo revolucionario con que se quiso calificar su origen y compromiso.
De estas fallas enormes que han acompañado su desempeño práctico a través de su historia, como apéndice de la voluntad pre-sidencial en turno, emana la grieta mayor del PRI: su incapacidad para ser un partido moderno capaz de convivir con los otros, gobernar y ser oposición, cogobernar en público y no en las sombras.
No sobra insistir: lo que el PRI representa y condensa, es una coagulación de intereses económicos y gremiales, corporativos y burocráticos, regionales y nacionales, que en simple suma no pueden dar lugar a una formación política como la que requiere la democracia mexicana. Más que una sumatoria, lo que el PRI requiere es una combinación de la voluntad política con la creación institucional, que sus dirigentes virtuales y reales, los presidentes de la República, no han querido o no han podido llevar a cabo.
Sin abordar en serio lo fundamental, el PRI llega a su domingo de fuego carente de herramientas con las cuales encarar contingencias críticas, como una eventual descalificación general del proceso electoral por parte de algún aspirante, o la desbanda subsecuente de los partidarios del derrotado. Su gran decisión además, tiene lugar en medio de un clima amplio, si no es que mayoritario, de incredulidad ciudadana respecto de la transparencia y lo genuino del proceso emprendido el pasado mes de marzo.
Dos grandes objetivos se buscaban con las primarias universales abiertas, decididas hace nueve meses: unidad interna para la grande de julio próximo, y producción de una nueva relación "hegemónica" con la sociedad. Nada de eso parece haberse logrado de manera suficiente. En el mejor de los casos, para el antiguo partido casi único, todo parece cuesta arriba a partir de este domingo.
El cierre grotesco de gritos, sombrerazos y videos lamentables, que los aspirantes principales y sus equipos nos ofrecieron esta semana, dan cuenta de esta precariedad política esencial del PRI del fin de siglo. También apuntan en esa dirección, los alcances que en materia de opinión ciudadana nos ofrecen los sondeos publicados, para no mencionar el regodeo en la práctica tradicional del acarreo del que han hecho gala los precandidatos. La ausencia de pro-puestas sustantivas, junto con algunas cuestiones menores del proceso, como foliar las boletas, que bien comentó Raúl Trejo en La Crónica hace unos días, se acumula a esta cuenta desfavorable para el balance de un proceso tan costoso en todos los sentidos.
Algunos de los hallazgos de la encuesta nacional publicada el miércoles pasado por Reforma, sugieren panoramas poco cercanos al optimismo y la autocelebración a que se han dado en estos días los autores y promotores de la jornada renovadora. Por ejemplo: sólo 55 por ciento de la encuesta declaró que votaría de todos modos por el PRI, en caso de que su candidato fuese derrotado; mientras que a ese respecto, más de 30 por ciento de los posibles votantes por Madrazo, declararon estar dispuestos a votar en la elección presidencial por otro partido.
Quienes piensan que la elección es más que nada una simulación, porque la decisión principal estaba ya tomada, representan 44 por ciento de los "probables votantes" y más de la mitad del total de los entrevistados. El 36 por ciento piensa que el PRI puede romperse después del 7 de noviembre, aunque 39 por ciento piensa lo contrario. Una cuarta parte dijo no saber nada al respecto. De cualquier modo, poco más de la mitad de la muestra piensa que una ruptura priísta produciría inestabilidad política en el país y 54 por ciento afirma que habría inestabilidad económica.
De no salir bien la elección con la que el PRI se adelanta a los magros festejos del 20 de noviembre, todo dependerá de un voto duro en declive o de una suicida apuesta por el regreso a las prácticas del partido "casi único". Los tiempos marcados por la prisa o el desprecio presidencial por la política, habrían empezado a pasarnos la factura a todos, y no sólo a los usufructuarios de una estructura de dominio que debía haber pasado ya a la historia. *