La Jornada sábado 6 de noviembre de 1999

Juan Arturo Brennan
ONIX en el desierto

Hace un par de días se efectuó el segundo de los cuatro conciertos de la temporada de música contemporánea propuesta para este fin de año por el ensamble ONIX. Como suele ocurrir en el caso de este conjunto, la programación fue ecléctica y diversificada, y dedicada a un quinteto de compositores vivos, cuatro de los cuales se hallaban en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes para presenciar la ejecución de sus partituras. Lo que sigue siendo desconcertante es la frialdad generalizada con la que el público recibe las propuestas de ONIX; la noche del jueves, la sala era un desierto, incompletamente habitado por un escaso contingente de melómanos.

Sí, el asunto de la relación entre el público y la música contemporánea permanece como tema problemático, pero igual me pregunto: Ƒdónde están los oyentes que por lo general asisten en buen número a los Foros Internacionales de Música Nueva y otras series y festivales análogos? Esto es inquietante si se considera que ONIX es un grupo de nivel profesional, dedicado a la música de hoy, con énfasis especial en la producción mexicana y con la dotación flexible necesaria para abordar una variedad enorme de repertorio. ƑQué pasa?

ONIX inició el concierto del jueves con Darkness visible, de Ana Lara, partitura en la que destaca la transparencia de texturas como contraste a las densidades que la compositora suele manejar en obras para conjuntos mayores. Hay aquí una depurada sutileza en la escritura; todo lo escrito suena y es significativo en el resultado general de la pieza. Centros de gravedad armónicos (logrados alternativamente a base de alturas o de intervalos) y una coherencia formal cimentada en grandes coincidencias y pequeñas discrepancias son características importantes de esta etérea obra de Lara.

Los tres movimientos de la Sonata de cámara No. 5, de Armando Luna Ponce, se mueven en un ámbito típicamente contrastante. El primero es de carácter robusto e hiperactivo, sólidamente acentuado. El segundo está basado en la creación de diversos ambientes sonoros (y su posterior superposición) entre los que resalta la sección inicial dedicada a cuatro instrumentos de cuerda que generan una atractiva textura. El tercero, de modo análogo al primero, es de dinámica intensa y concentrada. A un inicio de cualidades puntillistas sigue un discurso pleno de eclecticismo y apuntes posmodernos, entre los que las citas de los Canarios, de Gaspar Sanz (y otros músicos renacentistas), ocupan un lugar importante. En la ejecución de la obra de Luna Ponce se hizo evidente la disciplina aplicada por ONIX en la resolución de sus complejidades rítmicas y de ensamble, especialmente en el primer movimiento.

La Sonata para seis, de Joaquín Gutiérrez Heras, escrita en 1996 y grabada recientemente en disco, es una muestra más de las cualidades de este singular compositor: texturas claras y limpias, eficaz balance dinámico, elegante equilibrio formal, flujo melódico y armónico de engañosa sencillez, todo al servicio de una lógica musical impecable. Los miembros de ONIX manejaron particularmente bien el énfasis en el discreto manejo cíclico de los materiales temáticos, así como los cambios de tempo y compás al interior de la obra.

El Canto mnémico para cuarteto de cuerdas, de Julio Estrada, fue sin duda la obra más difícil entre las incluidas en este programa, y no estrictamente por una complejidad virtuosística extrema sino por las dificultades de ensamble y diferenciación de planos sonoros al interior de una partitura planteada como una fuga en cuatro dimensiones. La desaprobación evidente del compositor ante la ejecución de su obra fue prueba clara de que, en esta ocasión, los miembros de ONIX no cumplieron las expectativas de Estrada respecto de su Canto mnémico.

ONIX finalizó con una sinuosa y bien acentuada ejecución del Octeto malandro, de Arturo Márquez, partitura que es una muestra más de la habilidad del compositor para apropiarse lo esencial de diversos sones populares y estilizarlos para sus fines creativos. Acaso, se perciben como superfluas algunas reiteraciones de materiales musicales que atentan contra la concreción de la obra. Especialmente atractiva en este Octeto malandro es la feliz simbiosis tímbrica entre el clarinete y el saxofón soprano.

Quedan dos conciertos de ONIX y vale la pena escucharlos, por el grupo y por el repertorio propuesto. Que no toquen en el desierto.