Gabriel Weisz
Gloria Anzaldúa: literatura del sortilegio

Tal vez, y lo digo con la incertidumbre propia de esta expresión, hemos de tomar una postura entre las fronteras narrativas que nos sugiere Gloria Anzaldúa. Nace en South Valley o Valle del Sur de Texas, en un ambiente de campesinos emigrantes y su casa se encontraba en un rancho. La incertidumbre con la que abro este escrito responde a la sensación que muchas veces tengo frente a textos diversos. Simplemente, porque estoy seguro que voy a elaborar un texto que proviene de otro. Esta escritura del margen o de la frontera se refiere también a la obra Borderlands/ La Frontera: The New Mestiza, que la autora publicó en 1987.

El terreno de la frontera es un sitio de gran movimiento y ambivalencias, porque el encuentro entre diferencias culturales es inevitable. La frontera es un terreno en el que se generan las hibridaciones. Consideremos que el término explica un proceso genético que da individuos originados de parientes completamente distintos. O bien arroja un resultado de origen mixto o de composición mixta.

La escritora busca en sus textos los cambios de género; la metamorfosis de una persona en otra, en un mundo de vuelos mágicos y de heridas mortales, que pueden sanarse. El cuerpo en estado de transformación es el productor de sus narrativas.

Registra un proceso mediante el cual los mitos se escriben en su persona; con esta mitografía del cuerpo apunta otra diferencia rescatando un discurso mítico que la cultura en que vive prácticamente ha olvidado. Descubre una veta poco más o menos inagotable de transformaciones en esta escritura híbrida, de antepasados prehispánicos imaginarios -porque tienen una estatura mítica- y de acontecimientos mágicos que consigna en una computadora, dentro de una cultura de la televisión y la era espacial. En esta escritura se refleja el crisol de discursos culturales.

Gloria Anzaldúa es una extranjera con una identidad incómoda; está en una encrucijada donde se levanta la frontera simbólica y la física. Uno se pregunta si acaso la frontera simbólica no es más inaccesible. En la identidad que nos dan los demás existe el dolor y éste forma parte de una cultura. Apuntemos que Coatlicue es la diosa del dolor y también es la personificación de una parte de la obra. Pero no hay momento en que la identidad cultural no sufra la interrupción de otras identidades. El sueño de una coherencia, de una unión cultural no se presta a las aglutinaciones que caracterizan a todas las culturas del globo. Todos experimentamos la multiplicación de discursos culturales que no permiten consolidar el espacio absoluto del territorio nacional. Esto no quiere decir que debamos olvidar que los territorios albergan grandes tensiones y que la política del espacio es parte de una reflexión que anteriormente no se daba.

Por ello la frontera es parte de una ficción que busca convertirse en realidad, por eso se levantan muros, por eso ronda la Border Patrol. O, quizá, el proceso sea el contrario.