Misa con sabor a acto político y manifestación en voz alta

Hermann Bellinghausen, enviado, San Cristóbal de las Casas, Chis., 3 de noviembre n Pero no les dio la foto. A punto de completar 40 años como obispo de San Cristóbal de las Casas, y al cumplir los 75 de su edad, Samuel Ruiz García firmó su renuncia al cargo, dirigida al Papa. Esta medianoche, en su intimidad, rubricó un mensaje no hecho público, y que viajará al Vaticano por los conductos que disponga el Señor. Con eso de que todos los caminos llevan a Roma. Y todavía hay cosas en este mundo que no se pueden mandar por fax o Internet.

La celebración fue en la catedral de esta ciudad. Una misa que fue a la vez, como suele suceder con Ruiz García, acto político, manifestación en voz alta de la Iglesia Autóctona, uno de los resultados más plausibles de la teología de la liberación.

Figura incómoda, por decir lo menos, para las jerarquías política y eclesiástica del país, don Samuel, el tatic, deja claro que es de los que se mueren en la raya. Por si el Papa no lo sabe ya, ahora se enterará que el cambio de obispo en las montañas de Chiapas se da en una situación de guerra. Que la labor por la paz de la diócesis está inconclusa. La Oración de los fieles, leída durante la misa en la catedral llamada "de la paz", tiene ese tono de denuncia (que los curas llaman "testimonio"), valientemente comprometido con los pobres y los indígenas.

"Te pedimos Señor que nuestra Iglesia sepa caminar enmedio de los conflictos, tensiones y muerte". Y también:

"Que nuestra Iglesia Autóctona crezca, que demos frutos y seamos reconocidos por el Vicario de Cristo".

Después leída en tzeltal por un diácono, la plegaria también pide "por todos aquellos hermanos que han sufrido persecución por causa de su fe y que viven ahora desplazados". La solicitud de gracia también alcanza a las autoridades del país, "para que cumplan los acuerdos firmados en San Andrés".

En acatamiento del derecho canónico que él mismo ayudó a reformar en los sesenta durante el Concilio Vaticano II, y en la fecha de San Martín de Porres, Ruiz García deja el cargo, pero no queda vacante. Sus enemigos, que son muchos por allá arriba, todavía no tienen motivos para celebrar. La huella del tatic es demasiado profunda, y su influjo muy vivo, como para que la ausencia de su persona baste para borrarlos.

Viejo lobo de mar, don Samuel no renunció ante los ávidos ojos de los medios de comunicación electrónicos y escritos, no pocas veces hostiles contra él. Representando más que un dolor de cabeza para los gobiernos priístas, el obispo de los indígenas deja tras de sí una estructura extraordinaria que sustenta la diócesis profunda en los pueblos mayas de Chiapas. Mucho lo han vituperado como responsable del alzamiento zapatista de 1994, por el hecho de haber creado una organización de diáconos, agentes de pastoral y comunidades de base sólida y legítima como el Estado jamás soñó alcanzar.

 

El obispo veloz

 

El Caminante, como lo llamaron y se autodenominó siempre, recorrió incansablemente las serranías y las selvas chiapanecas. Hubo tiempos en que llegaba a pie o en burro a donde fuera, vivía en la brecha, y se ganó a pulso la fama de chofer veloz. Viajar con él, o seguirlo por carretera, era toda una aventura.

El 94 le cambió las rutinas. Desde entonces, una escolta de guardaespaldas lo acompaña y lleva. Hoy también están, en los alrededores del altar, sus "ángeles de la guarda". Incluso casó a uno de sus guaruras.

Pocas figuras públicas han sufrido tantos atentados y amenazas como don Samuel. Y también tanto reconocimiento internacional. Como se recordará, estuvo muy cerca de recibir el premio Nobel de la Paz.

Son tantas las cosas que no le perdonan a quien propició, en esta misma catedral, los diálogos de paz con el EZLN, y luego presidió la Conai, hasta que el propio gobierno asfixió aquel organismo de mediación independiente.

Hoy, entre cánticos y los sones de una marimba puesta sobre una alfombra de juncia fresca, Ruiz García pidió perdón al dios cristiano por las culpas individuales suyas y de todos, y por la participación en "el mal del mundo". Al incluirse entre los penitentes, el obispo fue absuelto por los tres obispos que lo acompañaron hoy: su coadjutor, y posible sucesor, Raúl Vera, el obispo de San Marcos (Guatemala) y el obispo de Tehuantepec, Arturo Lona.

Este último, en reconocimiento a don Samuel, se quitó el sombrero, es decir la mitra, ante los centenares de personas, en su mayoría indígenas, que llenaron las naves de la catedral. Hombres y mujeres choles, tzotziles, tojolabales, zoques, tzeltales y mames, representados por los "equipos" y agentes de pastoral ("su familia cercana", según expresión del padre Gonzalo Ituarte, uno de sus colaboradores más cercanos todos estos años).

Sus homilías han sido, al menos en los últimos diez años, contundentes, con frecuencia sobrecogedoras declaraciones públicas. Entre quienes más lo van a extrañar están los periodistas. Hoy, Ruiz García reseña sus 39 años llevando la responsabilidad "no sobre las espaldas, sino sobre el corazón". Se refiere al aprendizaje incesante, "proceso evolutivo" que significó su cercanía con las comunidades indígenas que tanto han dado qué hablar en el mundo.

Las etapas de su obispado, dice hoy, "están marcadas en los rostros que veo aquí". Indígenas, feligreses y religiosos lo escuchan con la misma atención de siempre. "Se pensaba que las lenguas indígenas eran un estorbo para la evangelización", dice, él, que al indianizar las funciones eclesiásticas, reivindicó las culturas, los usos comunitarios, y ayudó al nuevo florecimiento de las lenguas mayas.

Todas estas son cosas que sus enemigos, los viejos caciques y los nuevos invasores militares y paramilitares no le perdonan.

Relata el tatic cómo encontró que los idiomas indígenas no eran sólo "sonidos diferentes". Eran "concepciones del mundo, una cosmovisión".

 

Todavía muerde

 

Su esfuerzo fue por reivindicar la que, hasta antes de su llegada, había sido la religión de los vencedores, y sojuzgadores, como un recurso indígena. Sus ropajes litúrgicos, y por extensión los de los sacerdotes de la diócesis, adoptaron los bordados tzeltales, floridos y ricos en color: una expresión más de esa Iglesia Autóctona, esa "teología india" que, mal digerida todavía por el establishment católico, fortaleció la identidad y la resistencia de siglos.

Le tocó en sus años enfrentar la expansión de las denominaciones cristianas reformistas (evangélicos, presbiterianos, etcétera); una prueba a la tolerancia, que no es siempre una virtud de las estructuras católicas. Otra prueba lo fue el levantamiento zapatista, cuando una parte importante de su Iglesia optó por la vía armada y hoy vive en resistencia.

"Nuestra diócesis es un testimonio que va caminando". Dice, y arranca aplausos cuando agrega que, a donde él vaya, "estará Chiapas con él". No habrá nostalgia en la distancia.

Hoy gravitan aquí muchos acontecimientos. La matanza de Acteal, uno de los momentos más graves y terribles de los indígenas católicos. Y también los largos años del exilio guatemalteco a nuestro país, en lo que también jugó don Samuel un papel importante.

Su par guatemalteco, al tomar brevemente la palabra, se refiere a la solidaridad como "la ternura de los pueblos".

Y las oraciones y cantos de la misa tienen ese acento peculiar de su "opción preferencial por los pobres".

En ellos se pide al dios cristiano: "Danos ya tu cuerpo y sangre, danos combatividad".

Seguirá discutida, vituperada o elogiada la vía evangélica que impulsó Samuel Ruiz García en las tierras de los mayas chiapanecos. Una señal más de lo indeleble de su impronta.

Llamó la atención la ausencia de los otros dos obispos chiapanecos, de Tuxtla Gutiérrez y Tapachula, de posturas más conservadoras siempre, y es que don Sam, como le han dicho amigos y enemigos, todos estos años, todavía muerde.