Olga Harmony
Las cuatro muertes de María

En su vertiente de apoyo a jóvenes teatristas, la Compañía Nacional de Teatro lleva a escena Las cuatro muertes de María dirigida por Mauricio García Lozano, a quien se debe también la traducción de esta obra de la dramaturga quebequense Carole Fréchette. El texto, gracioso y conmovedor a la vez, narra de manera muy abierta la historia del fracaso personal de María, su soledad y el desamor que la rodea, y puede ser también la historia de una generación desencantada. La autora divide en cuatro cuadros y un prólogo su relato y si bien lo que narra en el primer cuadro sería digno de un drama lacrimógeno, la manera en que es rescatado al final, cuando María lo cuenta a la manera de su imaginario personajes infantil, Mary Simpson, y lo que ocurre después nos hace ver que estamos lejos de la cursilería con que temíamos enfrentarnos en un principio.

El indudable patetismo de la historia de María desaparece por las soluciones que da la autora. Y desde el primer cuadro la aparición de Théo bajo una mesa, el constante motivo del agua -emparentado con la historia de Colón que deslumbra a María- y del viejo camión como posibilidad de ir al mundo o de refugiarse en su interior, todos los hilos que recorren los cuatro cuadros, así como la reiteración en los personajes de contar pequeñas anécdotas vistas en la calle o en otros lugares, son recursos dramatúrgicos muy válidos. Por otra parte, el manejo que se hace de los personajes es muy interesante. María niña, que sueña con realizar grandes hazañas y al mismo tiempo sufre cruel desamparo; María joven, deseosa de cambiar el mundo y que opta por vivir de acuerdo a sus ideales y en contra de la vida sin responsabilidades que le ofrece el amor de Pierre; la adulta de entusiasmo juvenil ficticio y la María serena del último cuadro, son parte del recorrido de esta mujer hacia el desencanto y la frustración. Erika de la Llave encarna a estas cuatro Marías, a veces -como es en el cuadro tercero- con un frenesí cercano a la histeria, con diferentes niveles de acierto, en que no es el mejor el tono de niña, pero en general ofrece una actuación muy consistente.

Una misma actriz -en este caso la excelente Emma Dib- puede encarnar a Simone, la madre siempre triste y a Sylvette, también madre de una niña llamada María, pero pizpireta y frívola aunque (y son estos detalles los que hacen más interesante el texto porque subvierten los estereotipos) incapaz de abandonar a su niña como sí lo hizo la no liberada Simone. El niño Pierrot que sueña con manejar el camión de su tío, el despreocupado vagabundo Pierre y el cansado viajero cuentacuentos Pierre Jean, interpretados por el muy buen actor que es Juan Carlos Vives, son casi el mismo personaje, el trashumante sin objetivos que termina en el desarraigo total. Théo y Tomás, personajes muy diferentes entre sí, pero encarnados por un mismo actor, Jorge Avalos en un matizado trabajo, explican -Freud muy simplificado- el interés que María tuvo al ver al segundo. Guillermo Larrea hace el papel de Luis, pequeño personaje que también evoluciona, de joven que emprendió acciones subversivas, a un adulto conformista dedicado al negocio de la alimentación (``que permite cambiar el cuerpo humano desde dentro'' es el socarrón chiste de Carole Fréchette) pero que anhela esa rebeldía.

Mauricio García Lozano los dirige con su indudable talento. En acuerdo con Philippe Amand, juega con y convierte a los espacios pedidos por la dramaturga. Los cuartos de la casa de Simone y María -cocina, baño- son uno solo con esa pared batiente que tiene pegada la mesa (mesa cuya réplica sustituye a la barca pedida al final) y que es el interior del camión o que, al difuminarse por obra del iluminador Víctor Zapatero, dejan libre la calle primero, el terreno baldío después. García Lozano tiene apoyos también en la música de Mauricio Cortés y el vestuario de Martín López y Marina Meza, pero lo más destacable es la sutileza de sus soluciones, como la bolsa de papel de la que María saca ropa y objetos, la trampa por la que es tirado el cuerpo de Théo, en lugar de ser arrastrado a un rincón, los juegos encima del camión, los cambios de ritmo según transcurran las escenas.

Otro texto abierto e interesante estrenado casi a la par es el del inglés Patrick Marber, Closer cercanos. El día del estreno a algunos invitados se nos hizo saber que había problemas técnicos. Más allá de éstos, la falta de ritmo y la poca experiencia de la directora Rocío Belmont no lograron una escenificación cuajada, de la que sólo se salvó por completo Dobrina Cristeva. No existen muchos elementos para un análisis, pero espero que se me acepte el consejo para los jóvenes productores: No abran el telón hasta que todo esté resuelto. No se trata de que la obra ``corra'' más o menos, sino de que el empeño rinda los mayores frutos frente a su razón de ser, el público.