Luis Linares Zapata
Vísperas priístas
DENTRO DE TRES DIAS tendremos información suficiente para apresar el cuadro completo de la democracia mexicana de fin de siglo. Las elecciones del PRI pondrán parte relevante del mosaico que se comenzó a gestar allá por los finales de los sesenta. El complemento de la panorámica la habrán de colorear los principales partidos de la oposición. Pero, también, los matices adicionales correrán a cargo de todos aquellos partidos que recogen fragmentos del electorado, ya sea en sus irrenunciables minorías o en sus pintorescas desviaciones y hasta en sus torpezas.
Las incógnitas a despejar el domingo siete son varias. En primer término, la de quién será el ganador dentro del principal partido hasta hoy en día. Aunque se da por sentado que la influencia del aparato de poder será definitiva y abrumadora para inclinar la balanza por quien se designa como el preferido, el oficial, es preciso mantener un margen de incertidumbre en pos de la sanidad del priísmo. Se trata de darle, con los resultados a obtener, las sutilezas, contornos, mensajes y contenidos a la voluntad de los simpatizantes de ese partido. En segundo lugar se sabrán los números de votos para cada quién y, por tanto, los porcentajes relativos alcanzados por cada uno de los contendientes. Tales pesos acentuarán el protagonismo de esos actores, las áreas de su influencia, la configuración y transparencia de las corrientes. Al mismo tiempo, los números por distrito dibujarán la geografía precisa de los distintos núcleos de poder. La importancia de estos detalles del mapa general no escapa a los escenarios que se han venido fabricando en la crítica especializada. Al contrario, han comenzado a indicar los rumbos por donde correrán los ensayos que habrán de sucederse. Una tercera variable a despejar apunta hacia la cantidad de votantes que acudirán al llamado priísta.
Tres son los conjuntos que se imaginan en el horizonte del PRI. El más optimista y bastante fuera de lo factible es el que habla de 10 o 12 millones. De ocurrir tal fenómeno, la legitimidad del candidato triunfador, cualquiera que éste sea, contará con una plataforma indiscutible y casi imbatible para ganar la constitucional. De materializarse tan abrumadora concurrencia, los pormenores de la batalla pasarán a ser simples anécdotas menores. No importará que se den protestas, descontones o pifias. Inclusive las temidas rupturas carecerán de significación o mermarán el capital electivo obtenido con tan nutrida concurrencia. La tentación hegemónica estará presente en cada acto y decisión futura. La íntima disolvencia del partido en la Presidencia bien podrá ser repuesta en todo su esplendor.
Un escenario intermedio redondea la cifra de participantes para el domingo entre los 7 y 9 millones. Aquí ya incide quién será el ganador en las oportunidades futuras del PRI. Las protestas o las rupturas, de darse, pesarán, aun cuando la legitimidad del triunfador esté asegurada. Sobre todo si se compara con lo sucedido a los candidatos del PRD y el PAN, pues tanto Cárdenas, como Fox, deberán remontar sus desfiguros iniciales. Uno porque afirmó su caudillismo y el otro porque desfiguró la rala y enclaustrada estructura familiar de su partido que se le oponía.
La expectativa más razonable sitúa la votación dominical entre los 4 o 5 millones de apoyadores priístas. Dentro de este paquete de votos las consecuencias, los errores, pesos relativos, rupturas o alegatos cobrarán realce inusitado. Los incidentes en los estados contaminarán el resultado global, por más que el mismo método de elección pretendiera minimizarlos.
Los triunfos y derrotas escandalosas no podrán darse y las hegemonías automáticas cesarán, sepultando al "líder nato" en el PRI. El poder interno, otrora centralizado, quedará a merced de los porcentajes que los perdedores logren. Las negociaciones entre los grupos y sus líderes serán el pan de cada día, con la consiguiente difuminación del liderazgo. Será, de todas formas, una votación aceptable, aunque bajarán considerablemente las seguridades de un posterior éxito inevitable. La esparcida especie de que la primaria priísta era un ensayo para afinar la aplanadora del 2000, quedará sin soporte. El PRI, tal y como se le ha conocido, entrará en periodo de extinción, para dar paso a una agrupación que sufra los rigores de una vida común y, hasta cierto punto, normal y moderna. *